Portugal, tierra de ancestros. Crónica de viaje #3
En ningún otro lugar he sentido el mestizaje tan profundamente como en Portugal, los paisajes, las ciudades, pero por sobre todo las personas, confirman nuestro posible origen lusitano. No sobra recordar que fueron extremeños los grandes invasores en tierras americanas: Hernán Cortes, Francisco Pizarro, Pedro de Valdivia, Nuflo de Chaves, por mencionar solo algunos;…
En ningún otro lugar he sentido el mestizaje tan profundamente como en Portugal, los paisajes, las ciudades, pero por sobre todo las personas, confirman nuestro posible origen lusitano. No sobra recordar que fueron extremeños los grandes invasores en tierras americanas: Hernán Cortes, Francisco Pizarro, Pedro de Valdivia, Nuflo de Chaves, por mencionar solo algunos; y que a tierras del actual departamento de Nariño, perteneciente tanto al virreinato del Perú como al de la Nueva Granada, llegaron muchos portugueses buscando fortuna, de ahí los apellidos que perviven en medio de pieles cobrizas y costumbres indígenas: Almeida, Alvares, Alvear, Bravo, Chaves, Lopes, Miranda, Moreno, Saa; muchos de ellos agregando zetas y tildes para castellanizarlos.
Pero antes hagamos una parada en el camino. Estábamos en Ourense, y de ahí partimos en tren hasta Vigo, un recorrido de aproximadamente 1`30”, siendo una de las ciudades más pobladas de Galicia, puerto marítimo que mantuvo contacto permanente con América desde el siglo XVI, la ciudad guarda una perfecta armonía entre lo antiguo -especialmente el casco histórico- y lo moderno -como las estaciones de buses y de trenes-, conjugando de esta manera una historia que va desde la cultura castreña, pasando por la romana, la invasión francesa y su resistencia, hasta formar la hermosa ciudad actual, llena de parques y de playas que la convierten en uno de los sitios preferidos para los turistas de todo el mundo.
Nuestro destino próximo en tren era Lisboa, con lo que no contábamos era con la huelga de los trabajadores ferroviarios de Portugal, quienes alegaban mejoras salariales, afectando este sistema de comunicación entre España y Portugal, particularmente Galicia y Extremadura, de tal manera que debimos ajustar nuestro itinerario y partir en bus hacia Porto y de ahí a Lisboa. La tecnología tienes sus ventajas y sus desventajas, y así lo comprobamos, ya que en la taquilla al anunciarnos que no podíamos tomar el tren, solicité los tiquetes para viajar en bus, ante lo cual me informan que la compra debe hacerse por internet, ¡carambas!, de tal manera que cuando dejen de existir las redes informáticas con seguridad volveremos a la edad de piedra y más de media humanidad perecerá.
Porto u Oporto en español, fue fundada por uno de los Argonautas, Cale, dando lugar a la populosa ciudad que es hoy en día, la tercera más poblada de Portugal, estrechamente ligada en su historia a Galicia, de tal manera que los idiomas se asemejan profundamente, ya que tienen la misma raíz, así que el paso de un lugar a otro es una constancia de identidades. Los frutos secos, el aceite de oliva, pero por sobre todo el vino de Porto son los productos que más se comercializan, cuyos aromas invaden el ambiente invitando al deleite. Imposible no brindar, no atravesar los históricos y modernos puentes sobre el río Duero, el Casco Viejo -patrimonio de la Humanidad-, la Catedral, la Torre de los Clérigos o la Casa de los Músicos, considerada como la de mejor acústica en el mundo.
Continuamos nuestro recorrido en bus, creo que esta es la mejor manera de conocer los lugares por primera vez, desde la ventana se aprecian los paisajes que muchas veces nos recuerdan nuestras comarcas, se ven las personas en sus trabajos cotidianos, los animales que sirven para el sustento en todas sus formas, los molinos de viento que no sirven ya para espantar Quijotes sino para generar energía eólica, en fin, la mejor manera de sentir y palpar el mundo, además porque hacen paradas en lugares maravillosos, donde se puede degustar las comidas típicas de los diferentes lugares y hasta para dialogar un momento con los parroquianos del lugar.
Lisboa, por fin una de las ciudades soñadas. El estuario del rio Tajo copa nuestras miradas, allá se vierte generoso por sobre el Atlántico, en la ciudad posiblemente fundada por Ulises, el que vagó por tanto tiempo por entre mares. No hay tiempo ni ganas de descansar, presurosos salimos a recorrer la ciudad, a pie como es nuestra costumbre principal, aunque el metro y el tranvía soy una buena posibilidad. La fachada de las casas muestra la variedad de azulejos que la adornan, las aceras empedradas decoradas con la bandera jironada de la ciudad y otros motivos, herencia musulmana que se remonta al siglo VIII y que la apropiaron tan bien los portugueses, de tal manera que todo ese collage termina por formar a la maravillosa Lisboa.
Como en toda Europa, las construcciones son inmensas y los monumentos apoteósicos, ahí la Torre de San Jorge, en el barrio alto, uno de los más antiguos de la ciudad y la verdad algo descuidado; la Torre de Belém que pasó de ser enclave de invasiones y descubrimientos a faro y prisión; el Monasterio de los Jerónimos, lugar donde reposan Vasco da Gama, Luís de Camões y Fernando Pessoa. La plaza Martim Moniz es una babel de culturas, a sus alrededores las calles repletas de indios, musulmanes y muchos africanos que llegan buscando un mejor porvenir. Llegamos a la Baixa por la Plaza de Rossio, que es el corazón de la ciudad, reconstruido después del terremoto que destruyó casi por completo la ciudad en 1755, de tal manera que las calles y las plazas son amplísimas, ahí unas hermosas fuentes enmarcan el escenario del Teatro de D. María II, llama nuestra atención un iluminado tío vivo dentro de un hermoso local, lugar donde se venden las más finas sardinas enlatadas del mundo.
Por la Rua Augusta llegamos a la Plaza del Comercio, en cuyo centro está la inmensa estatua de Jose I, reformador de la ciudad, y en los alrededores restaurantes y bares donde se puede degustar la mejor comida portuguesa, como es lógico, principalmente marina, lugar donde el bacalao ocupa un lugar muy importante, así como los delicados pasteles de Belém. La vida nocturna pulula en Lisboa, no hay un lugar que esté vacío y gente de todo el mundo nos asombramos con la belleza que se expone frente al Atlántico, hasta el punto de que mi esposa no resiste la tentación y en el Muelle de las Columnas se quita los zapatos y busca la playa que ahí se forma, seguida por los niños que eran retenidos por sus padres, quienes terminan en la pilatuna del llamado al mar que es inevitable.
En nuestra libre itinerancia llegamos a la Rua de Carvalho, ahí la Rua Rosa, el nombre se debe al piso que ha sido pintado de este color, lugar mágico donde el jazz y la bosa nova nos deleitan con un buen vino portugués, y cuyo cielo está tachonado de sombrillas de todos los colores y aunque no se ve el mar se presiente cercano, a escasos metros está el Jardim de Roque Jameiro, en donde se puede apreciar la tonalidad azul mágica del Atlántico.
En el corazón del Chiado está la librería Bertrand, la más antigua del mundo, fundada en 1732, busco insaciablemente por la rua Direita do Loreto ese espacio, ni siquiera me percato de lo pequeña que es la entrada, para sumergirme, como decenas de turistas, en un laberinto que me recuerda gran parte de lo que he querido ser en mi vida, también un humilde demiurgo de libros. Ahí no resisto la tentación de buscar un Quijote en portugués, al cual se le estampa en su primera página un sello en donde se garantiza que se adquirió en la librería más antigua del mundo, ostentando el Guinness Record desde 2016.
En Lisboa como en la Europa Occidental, se encuentra toda clase de advocaciones a vírgenes, santos y santas católicas, en el histórico barrio de La Alfama está la Capilla de San Antonio de Lisboa, el mismo llamado de Padua, cuya estatua está presente en calles, plazas y casas de Portugal; en las afueras del templo barroco, en donde nació el santo portugués, nos encontramos con Natalie, nieta de mi buen amigo y hermano cofrade de don Quijote, Vicente Pérez Silva, apellido materno venido de las sabanas del sur, Túquerres, reafirma la expansión lusitana por nuestras tierras. De ahí subimos presurosos al Castillo de San Jorge, en cuyo alrededor hay un sinnúmero de viejas edificaciones casi que en estado de abandono, lo cual llama nuestra atención, ya que la ciudad en general está muy bien cuidada. Desde luego se debe aclarar que esta es una visión de un turista de paso, las razones de peso las tendrán con seguridad los lugareños. Las 18 torres que se yerguen para defender el castillo han sido testigos de conquistas, invasiones y, por sobre todo, de la férrea defensa de los lisboetas por más de 20 siglos.
De ahí, más pausados, buscamos afanosamente los miradores en el barrio Alfama, desde donde se divisa el estuario del Tajo, así como las tejas terracotas que le dan un color naranja a la ciudad, sinónimo de frescor que trae el viento con los ecos de los marineros que se divisan desde lejos; bajando, el fado es lo que pulula en todos los rincones de este tradicional barrio, entre callejuelas las voces de hombres y mujeres se vuelven tonadas con las guitarras que los acompañan, ahí está el alma portuguesa, cargada de misterios y de saudades, por eso la melodía melancólica embarga el alma y nos lleva también, aunque sea momentáneamente, a nuestras propias añoranzas.
Momento oportuno aquí para hablar de Fernando Pessoa, uno de los más célebres poetas portugueses. Lo curioso es que al enterarse de mi visita a Lisboa, amigos y conocidos insistían en recordarme a Pessoa, que visite su casa, que no deje de ir a su tumba, que busque algo que lo recordara. Claro que hay monumentos y sus bustos son comercializados en puestos de recuerdos. En las librerías sus libros y su imagen es otra constancia. Museos que muestran sus pertenencias ya vacías de vida. Pessoa está en el aire de Lisboa, en cada gota de lluvia que es recibida por el océano, el que me permite decir con él, más como un deseo que una añoranza en sí:
Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo-
transeúnte inútil de ti y de mí,
extranjero aquí como en todas partes,
tan casual en la vida como en el alma,
fantasma errante por salones de recuerdos
con ruidos de ratas y de maderas que crujen
en el castillo maldito de tener que vivir…
J. Mauricio Chaves Bustos
Facilitador en procesos de diálogo para construcción de paz, escritor de cuento, ensayo y poesía, cervantista, gestor cultural.
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