Presentación de este importante libro regional nariñense. El ágora ha trascendido la concepción griega para expandirse como un lugar en donde el pueblo delibera alrededor de lo suyo, es, en suma, un lugar de disertación democrática, espacio para que la palabra fluya libremente y se respeten las diferentes posiciones, para lo cual el uso de…
Presentación de este importante libro regional nariñense.
El ágora ha trascendido la concepción griega para expandirse como un lugar en donde el pueblo delibera alrededor de lo suyo, es, en suma, un lugar de disertación democrática, espacio para que la palabra fluya libremente y se respeten las diferentes posiciones, para lo cual el uso de la razón es fundamental, ya que media entre las divergencias que ahí se puedan presentar; pero es un lugar donde la no-razón, en el mejor sentido expuesto por el profesor Darío Botero Uribe en su vitalismo cósmico, también converge, ya que la pulsión emerge como mediadora, como hechizo si se quiere, un espacio donde el duende hace de las suyas y donde en el convite nos encontramos todos. Así, con seguridad fue el encuentro de nuestros pueblos primigenios, espacios amplios donde convergían unos con otros para hablar de lo suyo, asimismo para divertirse, para libar a los dioses con los licores espirituosos que salían de madurar los frutos de la tierra, como la chicha, conectora de este mundo con un más allá tan no desconocido. Espacio este escondido en las noches de los tiempos cuando llegaron los españoles, entonces la palabra sinuosa fue tratada de culposa, hasta el punto de que desaparecieron muchas lenguas vernáculas; cuando los rituales fueron tratados de satánicos, porque con la mirada inquisidora de curas y monjes, todo lo que era sensualidad y placer se volvió pecado; ya el espacio público, rodeado de verdores en suelos y cielos, fue prohibido para la deliberación propia, y en su lugar se impusieron templos coronados con cruces y casonas para dirigir los espacios por representantes de una corona ajena y desconocida.
Dentro de esos pueblos que fueron casi exterminados tanto por los odios como por las enfermedades ajenas, están los Pangas, ubicados estratégicamente en un lugar mágico que conecta a las altas montañas con las ricas planicies del Pacífico nariñense; ahí, con seguridad se dio un contacto permanente con los Sindaguas, manifiesto en el ensayo Coraje, rebeldía y libertad en los sindaguas, quienes habían dominado la extracción del oro y la intercambiaban con productos de los pueblos vecinos, pueblo este que ofreció resistencia a las fuerzas colonialistas hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando por la fuerza de las armas fueron repelidos y finalmente disueltos, para emerger silenciosamente victoriosos y dominar amplios territorios en los pueblos conocidos hoy como Awás. También compartieron con los pueblos Pasto y Quillacinga, así se devela con las cerámicas encontradas en su territorio, de tal manera que el pueblo Panga, ubicado en el municipio de Los Andes, formaba parte de una confederación indígena cuyos pueblos ocupaban el actual departamento de Nariño, sin desconocer que existieron diferencias y conquistas, propias de los pueblos en desarrollo y en permanente expansión, pero así mismo en un continuo diálogo que permitió no solamente los intercambios económicos, sino también los políticos y los religiosos, como lo que sucedió allende el Mediterráneo, cuna de la cultura occidental, y que en nuestro caso fue sellada y al punto del olvido gracias a la visión de exterminio y desconocimiento del otro que existió durante la colonia y que persiste en muchos modelos sociales actuales, los cuales hemos aceptado soterradamente durante siglos.
Es por ello que el inventario de las piezas arqueológicas encontradas en el territorio permiten comprender el quehacer no solamente ceramista de un pueblo, sino que detrás de cada pieza hay una utilidad específica, una trascendencia en los ornamentos religiosos, pero también un uso cotidiano en vasijas y vasos, permitiendo de esta manera desacralizar a los pueblos primigenios, ya que las visiones coloniales o románticas nos hacen creer que éstos vivían en total enajenación religiosa, desconociendo de facto los preceptos puramente humanos de una vida social y política compleja, como le asiste a todas las comunidades.
Mucho se ha especulado sobre el uso de petroglifos en los territorios del actual Nariño, ahí pareciera que los pueblos marcaron lugares estratégicos para la comunicación, para la guerra, para avituallarse, para conectarse con los dioses y espíritus, para marcar los mapas celestes en razón a que fueron importantes observadores del universo, por ello el abade es un territorio pétreo, ahí permanecen, aun frente a la indiferencia de autoridades y particulares, muchas rocas que nos siguen interrogando, tratando de develar símbolos que forman parte de la herencia abade recibida.
¿Con qué derecho el papa regalaba lo que no era suyo? La respuesta está en la historia de una Europa expansionista y tratando de reafirmar su fe mediante el dominio sobre los demás, en una clara oposición a los propios preceptos del Jesús pastor, para imponer la decisión del papa emperador, de tal manera que América fue una tierra de repartimientos de papas y reyes, como si acá no existieran pueblos fundadores milenarios, con normas y costumbres propias. En suma, la imposición de la espada y de la cruz sobre los pueblos primigenios.
Dentro de los entramados sociales que persisten de ese “viejo mundo americano”, están las mingas donde se celebra y festeja el trabajo colectivo, por eso aun persiste el convite cuando se levanta una casa, cuando se funde una plancha, cuando se arregla una carretera, todos estos ejercicios colectivos que van de lo privado a lo particular como una permanencia del buen vivir. Las jalimas son un ritual que al iniciar la construcción de la casa necesitan de un montaje teatral que se vuelve espiritual para arrancar los malos espíritus de esos espacios, aquí lo histriónico tiene una connotación social, como lo tiene el ágora ya explicada. Igual concepción merece el tema del enteje de la casa, sobre todo cuando la labor se va terminando y se hace necesario ubicar la última teja y la teja vestida, un ritual del habitar que permanece en muchas comunidades indígenas y campesinas del departamento de Nariño.
Es la casa, morada, tebaida, mansión, choza, hábitat al fin, donde convivimos en la intimidad de los nuestros, donde recibimos “al otro” que se vuelve nuestro en el compadrazgo, espacio donde moran los espíritus de “los de adelante”, por eso el convite no puede faltar, “¡bah, pues sancocho!”, como bien se expresa el pangueño cuando se le pregunta qué comió, un artículo que expresa la importancia de la comida en un espacio donde el plátano tiene una connotación especial, alimento no solamente físico sino también espiritual.
El mito es la antesala de la religión y de la razón, ahí emerge el hombre que levanta o baja la mirada para salir de sí mismo y comprenderse como parte del cosmos que es mucho más que físico, es en cierta manera la forma de trascender el ser humano a sí mismo, una meditación forjada por miles de generaciones que van encontrando sentido a lo que los rodea, no desde la razón-lógica exclusivamente, sino que se hace necesario darle paso a la pulsión para darle cabida e importancia a las leyendas, las tradiciones y las costumbres.
Lo anterior debe comprenderse con mirada amplia, no se puede seguir valorando lo ancestral como una pieza muerta en un museo donde no se comprende el qué y el porqué de lo que ahí habita. Es por ello que los relatos que este libro junta para manifestar precisamente la herencia viva de una ancestralidad que se asienta en la palabra vida, en recoger El polvo de los caminos, gil (segunda canción), La broma de don Rodrigo, Pancha, ficciones que se alimentan con toda seguridad de una realidad que puede superarse a sí misma, tal y como en el relato en memoria de José Ramón Mora Vaca, o en El zaguán de los recuerdos: la historia de mi abuelo, para caminar en el límite entre lo real y lo irreal en la descripción de los personajes típicos que habitan y ensueñan a cada pueblo.
Finalmente, la reseña sobre el libro El realismo pastuso y su aversión a Simón Bolívar, echa por su propio autor, nos permite entender las diferentes visiones que sobre la independencia existieron en un mismo territorio; no todo el actual departamento de Nariño fue realista, no sobra recordar la posición de Ipiales o Iscuandé, afectas a la causa patriota desde 1809, sin embargo la mirada ajena totalizante primero, y luego la mirada “pastocéntrica” interna no permitió durante mucho tiempo comprender las otredades que habitan en ese mismo territorio. Aquí no se justifica la posición realista de Pasto, se explica y esto permite entender las alteridades.
Esto y mucho más contenido en “Patrimonio Panga III”, una colección que desde el inicio ha tenido como objetivo mostrar lo propio, ya no es abrirnos al mundo olvidando lo particular, sino al contrario, es el momento de que el mundo vuelva a las particularidades para afianzarse nuevamente en un humanismo que permita el reconocimiento de las alteridades, de volver un paso atrás y volvernos a reconocer como parte integrante de la naturaleza, ya que lo contrario ha conducido a barbarismos y al exterminio no solamente de las demás especies, sino que está en peligro nuestra propia existencia.
“Patrimonio Panga III” se presentó en la librería Shirakaba de la ciudad de Pasto el sábado 30 de noviembre, los autores tuvimos la oportunidad de conversar con el numeroso público asistente, con quienes estamos sumamente agradecidos. El libro está disponible en las principales librerías del departamento de Nariño, en particular en el lugar donde se hizo el lanzamiento, los invitamos a emprender su lectura.
J. Mauricio Chaves Bustos
Facilitador en procesos de diálogo para construcción de paz, escritor de cuento, ensayo y poesía, cervantista, gestor cultural.
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