En 2022 tuve la fortuna de conocer París, la mágica ciudad que veía de niño en una lámina coloreada en tonos rosas de El Tesoro de la Juventud, la vieja enciclopedia que reposaba en casa; ahí el Arco del Triunfo, La Torre Eiffel y los Campos Elíseos despertaban mi imaginación y juré algún día…
En 2022 tuve la fortuna de conocer París, la mágica ciudad que veía de niño en una lámina coloreada en tonos rosas de El Tesoro de la Juventud, la vieja enciclopedia que reposaba en casa; ahí el Arco del Triunfo, La Torre Eiffel y los Campos Elíseos despertaban mi imaginación y juré algún día visitarlos. Recorrí París solo, y la verdad no es lo mismo que visitarla en compañía, ahí todo invita al diálogo y aunque sociable por naturaleza, ni el francés es lo mío ni mucho menos el inglés con lo que uno medio se defiende en el mundo. El día de mi regreso a España fue un jueves, un torrencial aguacero me despedía de la ciudad luz de mis anhelos, entonces no me quedó sino en medio del asombro, decir con Cesar Vallejo en “Piedra negra sobre una piedra blanca”:
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Una metáfora desde luego, ya que en casa, mi esposa y mis hijos siempre me oyeron decir “Conocer París y morir”, casi como un anhelo de algo que se busca afanosamente y que cumplido, no importa lo que venga. Este año volví a París, ya no solo, sino junto a mi esposa, con quien me une una suerte de gusto bohemio que ella ha sabido entender y respetar casi que sacramentalmente. En nuestro corto noviazgo, hace ya casi 30 años, nuestros encuentros románticos se ambientaban bajo la voz de contralto de Édith Piaf, de tal manera que el vals que bailamos en nuestro matrimonio no podía ser otro que “Les amants de París”, donde los amantes se aman a su manera.
Aunque es verano, un clima benévolo nos recibe. En mi caso, el asombro reaparece como por un acto de encantamiento y ese cielo azul no hace sino reafirmar mi gratitud a la vida por ponerme nuevamente en esta hermosa ciudad. Mi esposa, aun incrédula, no hace sino fotografiar todo lo que se le presenta ante sus ojos: casas, avenidas, parques, busca afanosamente los detalles de los bebederos, las decoraciones exteriores de los viejos portones Parísinos, todo, todo llama su atención.
Nuestro hospedaje está en Asnières-sur-Seine, a unos 45 minutos del centro de París, un maravilloso y moderno tren nos conduce de un lado a otro durante nuestra estancia. Comprar los tiquetes del transporte público es sumamente fácil, las máquinas expendedoras lo hacen en el idioma que uno escoja, y con billetes de 10 euros o monedas se compran los necesarios. Contrario a la tradición popular, los franceses son sumamente cordiales, hasta el punto de que en una ocasión, habiendo confundido los tiquetes del tren con los del metro, un policía nos permitió con su tiquetera poder cruzar de una estación a otra sin que nos cobrara un centavo. Además, las estaciones son hermosas, están llenas de almacenes, de bonitos cafés, de músicos que entretienen a los paseantes que van y vienen de un lado a otro.
El metro nos deja muy cerca al Arco del Triunfo, en la plaza Charles de Gaulle, antes llamada de l´Étoile, ese imponente espacio que pareciera ser el centro del mundo de donde arrancan las 12 principales avenidas de la ciudad. La tumba del soldado desconocido, los nombres de los mártires de guerras y revoluciones en las placas y esculturas que ahí se encuentran, nos recuerdan la terquedad humana de resolver las cosas enfrentándonos unos a otros, no sin razón decía Diderot: “Del fanatismo a la barbarie hay un solo paso”.
Dominando el Campo de Marte, la Torre Eiffel, una estructura metálica de 330 metros que acompaña a los Parísinos desde 1889, hoy nos parece imposible imaginar la ciudad sin la efigie de esa dama coqueta que llama la atención de millones de visitantes al año. Alcanzamos a divisar algunos de los 72 nombres de los sabios que están inscritos en el primer nivel, sin que aparezca ninguna mujer, símbolo de un tiempo machista de carácter mundial. Para poder acceder a la torre hay que pagar, como todo en París, una de las ciudades más costosas del mundo, sin embargo vale la pena los ahorros. En los alrededores, los vendedores ambulantes venden réplicas de todos los tamaños de la torre, inclusive el barroquismo cobra esplendor en horas de la noche, cuando a la par de la original, las millares de réplicas encienden también sus luces para llamar la atención de los posibles compradores.
Pasamos a la Plaza de Trocadero, de donde se divisa maravillosamente el rio Sena, que recorre toda la ciudad, arteria azul que cuidan los Parísinos como su más grande tesoro, ahí las barcazas hacen recorridos y en los alrededores pululan bares y cafés donde se reposa el alma ante tanto asombro y los pies ante tanto cansancio acumulado. Cerca, un hermoso restaurante al mejor estilo Japonés llama nuestra atención, no solamente por los cómodos precios, sino porque la ambientación está pensada para el descanso, amplias butacas en madera y cientos de florecillas que penden de ramas, le dan un toque más que romántico al espacio y en horas de la noche, los empleados corren los techos para que se pueda apreciar el hermoso cielo nocturno de París.
Siguiendo el Sena llegamos a Notre Dame, que aún sigue en reconstrucción después del incendio de 2019 que no acabó con una historia de más de 860 años, situada en la Isla de la Cité, origen de la ciudad original. Pero en París se piensa tanto en el turismo, que en la plaza Juan Pablo II se construyó una enorme tarima en madera en donde los visitantes podemos apreciar en toda su magnitud la fachada de la iglesia así como todo el proceso de reconstrucción que se adelanta, inclusive en las gárgolas creímos ver a Cuasimodo, testigo del acontecer de ese lugar y quien parecía ambicionar las frías cervezas que ahí degustamos mientras escuchábamos a un viejo guitarrista que nos entretuvo a cambio de unas monedas, de euros desde luego.
El Louvre es una visita obligada, ahí reposan las más representativas piezas del arte occidental, La Gioconda es y será la reina del museo, muchos pasan presurosamente por entre grandes obras de todos los tiempos, por entre esculturas romanas y griegas, por entre los cuadros del medioevo, como si la obra no se fuese a exponer más. Esa sonrisa inquieta es la que seguramente llama la atención de una pieza relativamente pequeña que debe ser observada afanosamente desde la distancia. Los frisos del palacio de Darío, los Toros Alados mesopotámicos, el Código de Hammurabi, el Escriba Sentado, muestran la grandeza no solamente de los artistas antiguos, sino la piratería rampante europea, piezas que comparten el legado ancestral humanitario junto a La libertad guiando al pueblo francés, los retratos de Durero, las obras místicas de Fray Angélico, así como la mansión de Napoleón que muestra el boato de su corte.
Un museo que nos sorprende, tanto por la gratuidad en la entrada como por las maravillosas obras que contiene es el Museo de Bellas Artes de la Ciudad de París ubicado en el Petit Paláis, construido en 1900, ahí pinturas, mobiliarios y esculturas que van desde el renacimiento a inicios del siglo XX, muchas de ellas donadas por filántropos Parísinos que buscan de una u otra manera resguardar la identidad citadina dentro de una ciudad considerada de carácter universal.
Montmartre está llena de contrastes, al pie está el célebre cabaret Moulin Rouge, desde finales del siglo XIX lugar de divertimento de los Parísinos, ahí encontró sosiego el gigante Toulouse-Lautrec, divisamos la fachada que le da nombre, el barrio no es el más bello de París en ese punto y mientras esperamos le Petit Train de Montmartre, vemos como chicos y grandes se entretienen más con el viento que sale de un respiradero del metro que pasa por ahí, elevando cachuchas al aire y faldas al mejor estilo de Marilyn Monroe. En la cima está Sacre Coeur, construida como “penitencia por las infidelidades y los pecados cometidos” por los Parísinos después de la Comuna. Inaugurada en 1919, durante la Gran Guerra, pronto se convirtió en lugar de peregrinaje. En las afueras se mueve una intensa vida cultural y artística, los pintores están al acecho de los turistas para retratarlos, nosotros preferimos sentarnos y beber al aire libre un buen vino francés para deleitarnos con el paisaje y la buena música que acompaña estos espacios.
Visitamos el Cementerio Père Lachaise con dos propósitos definidos: agradecer a Édith Piaf el milagro de nuestro amor después de 29 años de haber bailado en nuestra boda su emblemática canción, la cual pongo en el celular para celebrar este acontecimiento, unos cuantos turistas aparecen, ya que su tumba, donde reposa también su esposo, no es fácil de ubicar ya que no hay nada que la diferencie de las que están cerca; también visitar al “Rey Lagarto”, Jim Morrison, cuyos poemas lisérgicos despertaron nuestra propia sicodelia hace tiempo, cercada la tumba por en número de visitantes que tiene, se ven flores junto a retratos y prendas femeninas intimas, ahí celular en mano, nosotros unos completos extraños ponemos a todo volumen “People Are Strange”, un grupo de turistas jóvenes con camisetas negras se nos acercan, así como un par de turistas a todas luces gringos también se unen al homenaje. Cuando apago el celular, me piden en un mal español que vuelva a poner el tema. Unos minutos nada más, París nos espera.
Ahí mismo pasamos por las tumbas de Abelardo y Eloísa, Chopin, Wilde, y muchos otros más, llamando la atención la tumba más manoseada del mundo, según datos que nadie sabe de donde salen, la del periodista Víctor Noir, muerto en un duelo en 1870; en su homenajes se hizo una escultura en bronce de tamaño natural, el cual lo muestra tendido en el suelo y con el sombrero a un lado, tal como dicen que cayó al morir, lo curioso es que en el lugar donde se representa la bragueta del pantalón, una gran protuberancia llamó la atención de las Parísinas desde mediados del siglo XX, razón por la cual se convirtió en lugar de peregrinaje para obtener novio, amante o marido, inclusive quedar embarazadas, creando un mito que anota que sobando esta parte del monumento y besando los labios se logra tal cometido, he ahí por que labios y bragueta resulten notoriamente brillantes frente a la patina que cubre el resto. Mundanidades Parísinas, para qué más.
Estoy en París con mi esposa, eso es lo que más importa, por eso digo con el poeta inglés James Fenton:
No me hables de amor. Hablemos de París,
El pedacito de París desde nuestro punto de vista.
Hay esa grieta en el techo
Y las paredes del hotel se están pelando
Y estoy en París contigo.
No me hables de amor. Hablemos de París.
Estoy en París con lo más mínimo que hagas.
Estoy en París con tus ojos, tu boca,
Estoy en París con . . . todos los puntos al sur.
¿Te estoy avergonzando?
Estoy en París contigo.
J. Mauricio Chaves Bustos
Facilitador en procesos de diálogo para construcción de paz, escritor de cuento, ensayo y poesía, cervantista, gestor cultural.
Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones,
contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no
se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera
que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.