Olaya Herrera – Bocas de Satinga: ríos y guandales
A cuatro horas de Tumaco está Olaya Herrera, cuya cabecera municipal tiene el hermoso y sonoro nombre de Bocas de Satinga, uno de los municipios más jóvenes de Nariño, creado en 1975, disgregándolo de Mosquera. La única forma de llegar es por vía marítima o fluvial, las embarcaciones navegan plácidas por entre los manglares, penetrando…
A cuatro horas de Tumaco está Olaya Herrera, cuya cabecera municipal tiene el hermoso y sonoro nombre de Bocas de Satinga, uno de los municipios más jóvenes de Nariño, creado en 1975, disgregándolo de Mosquera. La única forma de llegar es por vía marítima o fluvial, las embarcaciones navegan plácidas por entre los manglares, penetrando al parque natural Sanquianga, parte del cual queda en este hermoso municipio costero.
Aunque hace calor, como en toda la costa, se recibe con agrado las brizas que llegan del mar, traen los ecos de historias que hablan de cimarrones que buscaban su libertad, fundando pueblos lo más distante posible de sus esclavistas para así tener un respiro y forjar nuevamente su cultura en tierras lejanas; también nos hablan de los encuentros entre negros y los habitantes primigenios, los Eperaras Siapidaras, que en su lengua epérã pedée trataban de comprender por qué los blancos invasores esclavizaban a hombres de otras latitudes, habían padecido también ellos el espíritu ambicioso por el oro, metal precioso y maldito por el que se desvivían esos extraños seres barbados y pálidos, como si en su rostro se demarcara una perpetua codicia.
Una hermosa geografía recibe a los visitantes, ahí se unen los ríos Satinga y Sanquianga, con un verdor esperanzador los ríos del territorio muestran la capacidad de resiliencia de la naturaleza misma, están también los ríos Guascama, Tapaje y Patía Viejo, también lo bañan innumerables quebradas, como Prieta, Víbora, Merizalde, Victoria, Cedro, Naidizales Sanquianguita, Bella Vista, entre muchas otras más, haciendo del territorio un lugar pródigo y abundante en agua, tan escasa a veces, tan esquiva con otros municipios.
La mano del hombre ha malquerido el territorio, la ambición, siempre la ambición, como una maldición perpetua para los territorios donde la naturaleza abunda; por esos ríos corren rieles de maderos, amarrados a unos a otros, son trozas de cedro, sapán, guánjaro y otras maderas finas que se llevan a los aserraderos, luego son llevados al interior del país, incluso algunos se exportan, pocos poderosos sabrán que firman las desgracias del territorio sobre escritorios hechos con la madera del Pacifico nariñense.
También pasa el brazo del rio Patía, desviado y derivado del Canal Naranjo. Debido al auge maderero del llamado Corredor del Pacífico, llegaron muchos advenedizos con el ánimo de enriquecerse a costa de lo que sea, entre estos llegó, a inicios de los años 70 del siglo pasado, Enrique Naranjo, quien sin el permiso de las autoridades pertinentes, como el Inderena, decidió unir el Patía Viejo con la quebrada La Turbia, para de esta manera agilizar el transporte de madera a Bocas de Satinga, creando un canal, con aproximadamente metro y medio de ancho, un metro de profundidad y 1.3 kilómetros de extensión.
No contaba con las crecidas del río Patía, de tal manera que el agua rompió los diques artificiales y trasvasó sus aguas a la cuenca del río Sanquianga, formando así lo que llaman ahora el río Patianga, una verdadera tragedia ambiental, ya que el canal tiene ahora más de 350 metros de ancho y una profundidad de más de 7 metros, de igual manera el río Sanquianga, que no superaba los 50 metros de ancho, ahora alcanza los 800 metros. Hoy, casi cincuenta años después, sigue produciendo dolores de cabeza a los pobladores; sobra decir que Enrique Naranjo se enriqueció y salió muy orondo del territorio, sin nunca responder por los daños causados.
Cuando se llega a Bocas de Satinga, un hermoso muelle lo recibe; pese a que los efectos del Canal Naranjo han hecho desaparecer gran parte de la infraestructura, entre ellas la biblioteca pública y el hogar geriátrico, se respira un aire de ciudad importante; algunas de sus calles están pavimentadas y un prominente comercio inunda la ciudad. No todo es malo, el Canal Naranjo permitió a este municipio una mayor comunicación con la zona del Telembí, comerciando con Magüi Payán y Roberto Payán.
Hay buenos hoteles, desde las terrazas se permite divisar el hermoso verde vegetal y líquido, formando espejos que reflejan la grandiosidad de nuestro hermoso Pacífico, vuelan cientos de aves que anidan ahí, otras emprenden su paso furtivo, buscando solaz y alimento en este fértil territorio olayence. También se divisan las ruinas de casas que han debido ser abandonadas, las crecidas no perdonan nada, pero la populosidad del casco urbano dice mucho del empuje de sus pobladores, ahí se encuentra todo: excelente comida, toda clase de equipos agrícolas, ropa variada y, desde luego, insumos para los cultivos ilícitos que plagan a todo el territorio.
En el muelle hay una pequeña plaza, rodeada de bares y cantinas que hacen la alegría de propios y extraños, ahí no se habla en tono bajo, las voces se confunden con las canciones, son todas armoniosas, voces que expresan su identidad; ahí se brinda por la vida y por la muerte, por las dichas y las desdichas, de vez en cuando, en medio de cervezas y ron, aparece una botella de biche, un delicioso trago destilado en el territorio que hace la envidia de las más prestigiosas ginebras del mundo, huele a hierbas aromáticas, a mar y a estero, a ríos, huele a Pacífico.
Aquí Córdoba, Lozano Torrijos, Santander, Alfonso López Pumarejo, Uribe Uribe, no forman parte únicamente de los viejos libros de historia patria, son los nombres de su zona rural que un viejo apasionado liberal bautizó, hombres que quizá nunca imaginaron este territorio. Sus veredas son espacios hermosamente puestos, desde las lanchas se ven como si la mano de un concentrado artista se hubiese detenido para poner casa por casa, madero por madero, en las riberas de sus verdes ríos; ahí están las imponentes palmas, sus frutos son una verdadera bendición, el coco, el naidi, el chontaduro; los productos marinos y de los esteros como langostinos y camarones, jaibas y cangrejos, pate burro y piangua, ingredientes que conforman su gastronomía ancestral y que cada casa, vereda o municipio dice aventajar a los demás, siendo la verdad que ahí todos son manjares de dioses.
Siete días antes de la cuaresma para Semana Santa se celebra el Carnaval Municipal, tiempo propicio para divertirse; nuevamente, como en toda fecha especial, aparecen los sonidos ancestrales, los poderosos equipos de sonido son desplazados, aunque sea por breves momentos, por las marimbas y los cununos, y las cantaoras hacen la delicia en parques y calles, el contoneo de las caderas de las hermosas mujeres son una invocación de la África lejana; se eligen reinas, se juega futbol y también chaza, un viejo y ancestral deporte parecido al tenis y que también se juega en la sierra nariñense; el agua no puede faltar, también se la celebra y con el calor abrazador, cada baldada es un verdadero aliciente para el cuerpo y el alma.
Hay que seguir el camino, para partir desde cualquier lugar del Pacifico nariñense es necesario averiguar las mareas y las pujas, ahí no se sale cuando uno quiere, es la naturaleza la que marca el derrotero. Nos adentramos nuevamente por los bosques de guandal y continuamos nuestra marcha, volteamos la mirada y vemos nuevamente a Satinga, nombre sonoro que evoca nuestros orígenes más remotos: el África.
J. Mauricio Chaves Bustos
Facilitador en procesos de diálogo para construcción de paz, escritor de cuento, ensayo y poesía, cervantista, gestor cultural.
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