Foto: JMCHB.
Tumaco (JMCHB)

 

Nos han enseñado que la democracia es el sistema político más perfecto, ya que ahí es el pueblo el que ejerce la soberanía para elegir a sus gobernantes; así mismo se nos enseñó que ésta nació en Grecia, donde unos viejos barbudos vestidos con togas blancas, filosofaban alrededor de este sistema postulando, por los siglos de los siglos, que toda sociedad para ser justa debía alcanzar esa forma de gobierno. Lo que no nos dijeron, es que la mayoría de esos barbudos ancianos eran misóginos y esclavistas, y que la dichosa democracia griega era válida únicamente para hombres mayores y ricos, quienes ocupaban los principales cargos de gobierno, relegando a las mujeres al hogar -inclusive el teatro estuvo prohibido para ellas durante algunos periodos-, donde los niños no valían nada y los esclavos realizaban todas las actividades productivas, mientras estos supuestamente pensaban.

La democracia como la conocemos actualmente es relativamente nueva. Antes de la llegada de los europeos a América, el continente era un verdadero reguero de imperios y reinados donde unos pocos mandaban, caciques llamaron a los jefes de los pueblos de indios, palabra arhuaca que extendieron los españoles por todos sus dominios, para entender, hoy día, que cacique es un jefe político electoral en cualquier punto de la geografía colombiana, sea del partido que sea. Así mismo en los peores siglos del esclavismo, el continente Africano estaba dominado por una singularidad de reinados y de imperios, donde la autoridad estaba también en manos de unos pocos. Y ni qué decir de Europa, donde reyes y reyezuelos se debatían fronteras e iniciaban guerras amparados por Papas y Antipapas para asegurar su poder.

Después de la Independencia, Colombia se debatía en darse una forma de gobierno, pero los intereses no estaban concentrados en los derechos de los habitantes del territorio, no digo ciudadanos ya que estos eran unos cuantos, al mejor estilo griego, debían ser hombres y propietarios de tierras y entre ellos escogían a los gobernantes de todos. Centralistas y federalistas se debatían la mejor forma de repartir la nueva nación llamada Colombia, los hacendados buscaban concentrar sus riquezas y los comerciantes reducir aranceles e impuestos para tener más ganancias. Los esclavos, heredados desde la Colonia y vendidos e intercambiados durante buena parte de la República, eran considerados propiedades, de tal manera que no ejercían ningún poder decisorio en la administración del Estado, a no ser los famosos libertos que iniciaron guerras y protestas que condujeron finalmente a la abolición de la esclavitud, no sin antes los grandes hacendados del Cauca incendiar el país para que se les pagara por lo que ellos consideraban eran su propiedad, inclusive hoy en día una Universidad lleva el nombre de unos de esos esclavistas: Sergio Arboleda, perteneciente a la crema y nata caucana, y cuyo hermano ,Julio Arboleda, cayó asesinado en las montañas de Berruecos.

Las revueltas de los artesanos en diferentes puntos del país, el reclamo justo de los indígenas para que les devolvieran sus tierras, la protesta constante de afrocolombianos para que la libertad fuese una realidad, la lucha firme de las mujeres para que se les reconocieran los derechos en igualdad de condiciones a los hombres, las marchas de los excluidos para hacer notar al país que este no era un reinado y que la “democracia” debía asentarse, eso y mucho, pero mucho más, fue forjando poco a poco un sentido de la democracia donde la soberanía popular fuese depositada en aquellos que consideraban eran sus representantes.

Roberto Payán (JMCHB).
Roberto Payán (JMCHB).

 

Aparte de la causa de la Independencia, nos han dicho que en Colombia no han existido grandes revoluciones. Las de los Comuneros donde sus principales lideres fueron traicionados y asesinados cruelmente. La de los libertos que fueron terriblemente reprimidas y sus líderes asesinados o deportados. Las de los obreros que fueron despedidos y enjuiciados. Las de los jóvenes que fueron condenados y a quienes les sacaron los ojos. Las de las mujeres que fueron violadas y culpadas. Son esas y otras revoluciones las que han permitido que los colombianos podamos ir despertando de un letargo al que nos acostumbró una educación oficialista mediocre, donde pensar siempre fue un delito, donde poco a poco se ha sembrado la conciencia de que este país es mucho más que un fundo de oscuros caciques que se creían reyezuelos. Subsisten, desde luego, esos anómalos personajes que se creen el privilegio de sangre y de herencias, aquellos que sin ambages van dando coscorrones a sus empleados, aquellas que creen que es necesario prohibir el ingreso a las ciudades blancas de aquellos que no ostentan ni su color ni sus costumbres tildadas como de bien. Existen aún los terrenos ubérrimos de terratenientes que se creen capataces y viven dando una perpetua sarta de órdenes.

No creo que sea necesario rememorar en esta nota las “casas reinantes” de la política criolla, donde en un nepotismo extremo una familia decidió durante años el destino del Pacífico nariñense, donde hasta los desastres naturales eran aprovechados para aumentar sus fundos. Época de bárbaras naciones, dirían los viejos. Sin embargo, los tentáculos de esa vieja política tradicional, asentada en la herencia criolla del “se obedece, pero no se cumple”, sigue aún imperante, de ahí la vigente corrupción, en donde la política y las mafias se alían en un contubernio que busca controlar el poder para generar toda clase de impunidades, la odiosa y repudiada corrupción que salpica a toda la sociedad, ahí no se salvan ni militares y policías, ni pastores y curas, ni ignorantes y doctos, esos tentáculos llegan hasta lo más profundo de ese litoral recóndito.

Recuerdo un viejo eslogan que aparecía en época electorera: “no bote su voto”, vuelta cliché, se volvió parte del folclor nacional para entender que el voto tiene su precio: de 50 mil pesos en adelante está bien, dicen algunos; los ladrillos y las tejas están mejor, dicen otros; el mercadito vale la pena, aclaran aquellos; con el tamal me contento, afirman los más incautos. Y así, en cada nueva elección que hay en el país, aparecen las denuncias que demuestran que esa costumbre nacional sigue vigente. Aún ronda en mi cabeza la imagen de un heredero de esa casa tradicional tumaqueña ofreciendo dinero en la Costa Pacífica y en Bogotá, para salir elegido. Es una costumbre heredada, “folclor” para algunos, vuelvo e insisto.

Votar bien, fue la invitación que me hizo una talentosa joven tumaqueña para escribir esta columna; quizá hay ahí una esperanza para comprender que no todos tragan entero en elecciones y que no todos venden su voto. Escritora y lideresa social, su invitación es un llamado a la reflexión para seguir creyendo que esas viejas costumbres, que esa perversa tradición, que esa herencia maldita, puede y debe romperse. Creo firmemente que estamos viviendo una época histórica, de cambios trascendentales, que pese a que la prensa tradicional bombardee diariamente con noticias que generan pánico frente a las reformas que se impulsan y que necesita este país, que pese a que los principales órganos como la Fiscalía, donde se impuso un reyezuelo con ínfulas de sabio y que no ha hecho más que ahondar desde la corrupción la defensa de los cacos que lo impusieron, o la Contraloría que fomenta la impunidad en favor de una vieja casta que ve que el poder se les va de las manos, que pese a que esos “reyezuelos” buscan su acomodo en épocas de cambios, creo que hay de parte de una gran parte de la población colombiana la creencia firme de que esos cambios son sumamente importantes para lograr una sociedad más equitativa, más justa y más libre.

Rio Tapaje (JMCHB)
Rio Tapaje (JMCHB)

 

El 23 de octubre nuevamente los colombianos elegiremos gobernadores, diputados, alcaldes, concejales y ediles. En las periferias de Nariño, sabemos que muchos de esos candidatos solo empiezan a aparecer en estas fechas, a tomarse las fotos con “negros e indios”, con “viejos y niños”, a recibir los agasajos de los viejos rezagados que aún creen en que una comida y una borrachera les garantizará el puesto para los suyos; muchos de esos candidatos a la gobernación, todos serranos, aparecerán nuevamente con las promesas a flor de labios; los candidatos a diputados, desconozco si hay propuestas del territorio, amarrarán a sus “caciques”, algunos para perpetuarse en el poder y otros para buscar llegar ahí para favorecer aunque sea con un contratito a los suyos; los candidatos a Alcaldías se camuflarán para demostrar su independencia, aunque tras bambalinas brindan en las mismas copas con amigos y supuestos rivales; los candidatos a concejales y ediles aparecerán como mansos corderos reafirmando la barriada y recordando el disimulado compromiso nunca cumplido para pavimentar calles y hacer muelles.

No vote su boto. Desde luego que no todos son malos, quizá la desesperanza anidada en el repaso de la historia nacional y local -centralista a todas luces- hace que aflore nuestro pesimismo, “olivos y aceitunos, todos son unos”, es la frase que aparece recurrentemente en estos procesos electoreros. Lo que se hace necesario, ya que los partidos enfrentan graves crisis asentadas en la endogamia de su corruptela, es analizar detenidamente las propuestas de cada uno de los candidatos. El fragor del color político hace tiempo que dejó de ondear. Por ello es tan necesaria la educación electoral en los hogares y en los colegios, ese pensamiento crítico es el que debe imponerse al momento de pensar en la política criolla, más allá del “puestico” que es posible conseguir, debe animarnos a votar bien el sentido social de lo que queremos para nuestro departamento, nuestras ciudades y nuestros territorios. Los cuatro años pasan rápido, pero los males se perpetúan por décadas, baste ver el estado real de los pueblos de la costa nariñense para entender lo que aquí se postula.

No bote su voto. Interesante que los gestores culturales, los lideres y lideresas sociales, quienes por cualquier circunstancia tienen ganada la confianza de sus círculos cercanos, puedan hacer jornadas pedagógicas sobre la necesidad de elegir bien a nuestros gobernantes; que la calle, la cancha y hasta la tienda de barrio se conviertan en escenario de sana discusión frente a un tema que a todos nos compete. Ya los viejos griegos de privilegios no son los únicos que pueden pensar sobre la democracia, el momento es de todos y nuestra obligación es hacer que eso que es imperfecto se dirija hacia un grado menos imperfecto que todos queremos: justicia, equidad, paz y libertad. No bote su voto.

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