El pasillo es una composición musical de compás tres por cuatro, con la cual se baila el popular baile que lleva ese nombre, particularmente en Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela, tomando en cada uno de estos países sus propias particularidades, desde la forma apesadumbrada y lenta del ritmo ecuatoriano a la festividad venezolana influenciado…
El pasillo es una composición musical de compás tres por cuatro, con la cual se baila el popular baile que lleva ese nombre, particularmente en Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela, tomando en cada uno de estos países sus propias particularidades, desde la forma apesadumbrada y lenta del ritmo ecuatoriano a la festividad venezolana influenciado por el joropo. Su origen se remonta a los populares valses que llegaban de Europa a los salones americanos, especialmente a los santafereños, en donde se armonizaban las fiestas con estas galantes piezas musicales, interpretadas inicialmente por músicos europeos o criollos, para finalmente tomar su esencia propia en las interpretaciones que de él se hacían en las plazas y fiestas populares de todos los villorrios de la naciente República de Colombia, cabe recordar que Bolívar y Santander tenían fama de ser buenos bailarines de valses, minuetes y contradanzas, entre otros ritmos que se iban popularizando con la llegada de la soldadesca a los diferentes rincones de la gran patria bolivariana.
Fue tal la popularidad del pasillo, que llegó a identificarse con el campesino en todo su sentido pleno: sonidos que amenizaban las arduas jornadas de la siembra, ritmos que favorecían la dedicación en el cultivo y danzas que invitaban a festejar la alegría de la cosecha. Luis Enrique Aragón, en el “Diccionario Folclórico Colombiano” (2018), anota que a la forma clásica de bailar el pasillo se le denomina pasillo de salón o pasillo colonial, e identifica también algunas variantes, como el pasillo chocoano, una variante del andino, en donde se pueden apreciar vevareñas, qutripís o el abanderado, algunos más festivos que otros, pero siempre conservando el ritmo de ¾.
Agrega Luis Enrique Aragón, que el dueto es la mejor modalidad musical para interpretar pasillos. Consiste en dos voces cantantes, primera y segunda voz, tiple y guitarra, que puede estar acompañado de instrumentos complementarios, como bandolas, flautas, tamboras o bajos y muchos otros más. Y es aquí donde aparece el nombre del ilustre músico tumaqueño Nelson Ibarra, quien en 1939 conformó un dueto con el músico ecuatoriano Alfonso Medina, conocidos popularmente como “Ibarra y Medina”, y que alcanzarían una fama inusitada, particularmente en territorio antioqueño, donde el pasillo tiene también sus propias particularidades.
Lastimosamente es muy poco lo que se conoce de Nelson Ibarra, los pocos datos nos hablan de su nacimiento en el bello puerto del Pacífico nariñense. Lo que se sabe es que a mediados de los años 30 se conoció con el ecuatoriano y conformaron el grupo que los llevaría por tierras colombianas, en los años 40 se encontraban grabando en Pereira para Discos Mario, luego aparecen grabando en Discos Cali en el Valle del Cauca, pero donde realmente lograron fama y reconocimiento fue en Antioquia, donde conformaron el dueto Los Típicos en donde grabaron para Discos Capri, temas como el fox Salomé, los pasillos Laura y Ojos negros y el fox incaico Enigma.
En Pereira se unieron por muy corto tiempo a Oscar Agudelo, fue éste quien los llevó a Medellín y les abrió las puertas de la fama. Ahí en los grandes salones o en las verbenas populares eran infaltables temas como Palpita Corazón, Todo es amor, La negrita, Yo quiero un amor. En 1953, acompañado por Ibarra y Medina, se dice que en una sola tarde grabó 11 canciones, en donde aparecen, entre otros, los temas La cama vacía, Vamos jugando iguales, China hereje, Desde que te marchaste, Negrita chavelona, temas que suenan diariamente en las emisoras, algunos de ellos se han convertido en verdaderos hitos de la cultura popular colombiana, y aún en ciudades como Medellín, Manizales o Ibagué, se piden a los coperos “un aguardiente y un tema de Ibarra y Medina, mejor en voz de Oscar Agudelo”.
El médico paisa Alberto Burgos Herrera, en su libro “Música del pueblo pueblo” (2006), señala que Ibarra, además de ser autor de muchas letras, también compuso muchas melodías, las cuales grabó también como solista, resaltan particularmente títulos como Albertico Limonta, A la frontera, el tango Ándate, los valses Amor Maternal, Mujer Ingrata y el pasillo Magdalena. Sin embargo, es en el dueto “Ibarra y Medina” donde logra sus mejores composiciones, valses como Mi crimen, Desde que te marchaste, Mi pasado; pasillos, como La canción del olvido, Imposible, De hinojos, Recuerdo de Madre; tangos, como Recordando a mi madre; cuecas, La palomita, Gloria chilena; zamba, No se si te quiero; y hermosos currulaos, que en el Pacífico nariñense se conocen como bambuco viejo, como El adiós y Alloi.
Hicieron más de 100 grabaciones para diferentes casas disqueras, entre otras para la RCA Victor, donde aparecen, quizá, las mejores composiciones de Ibarra, como Yo quiero un amor, y el más célebre de todos los pasillos instrumentales, Esperanza, del cual se dice entre los corrillos musicales de los guitarristas que: “si sabe tocar Esperanza, más o menos sabe tocar guitarra”, en alusión a la perfección de la composición y a la dificultad para lograr alcanzar las notas compuestas por el tumaqueño.
Sus composiciones han sido interpretadas por los más grandes músicos de varios países, por eso no extraña encontrar que sus temas suenen en varios lugares del mundo, especialmente los grupos colombianos cuando salen a las giras internacionales, los temas de Ibarra no pueden faltar. Intérpretes como el ecuatoriano Francisco Paredes Herrera, considerado el “Príncipe del pasillo”, se preciaba de tocar las piezas del compositor nariñense, así como el dueto “Ibarra y Medina” de tener entre sus repertorio los temas del ecuatoriano.
Alfonso Medina, nacido en Ecuador en 1909, fallece a finales de la década de los cincuenta en Pereira, de tal manera que así se desintegra el famoso dueto que había de darle tantas tonalidades musicales a las rocolas de todos los tiempos, y Nelson Ibarra fallece también en Pereira en 1977, dejando, eso sí, un legado musical inconmensurable al mundo. Hoy, los desdichados y los afortunados por el amor, en las breñas de las montañas andinas o en las plácidas playas de océanos recónditos, con seguridad se entonan con añejos silbidos los temas de este dueto, Ibarra y Medina, que siguen siendo testigos de los amores venideros de los cultivadores de caña, de los amores traicioneros en tierras cafeteras, y siguen teniendo Esperanza de que este país algún día será más bueno.
J. Mauricio Chaves Bustos
Facilitador en procesos de diálogo para construcción de paz, escritor de cuento, ensayo y poesía, cervantista, gestor cultural.
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