
El uso de la moneda como valor de cambio se pierde en la noche de los tiempos, sobre todo porque es una evolución del trueque, en donde se intercambian unos productos por otros; se recordará como el spondylus, un molusco presente en el Pacífico, desde México hasta Chile, sirvió como moneda de intercambio entre varios pueblos, particularmente los Incas, quienes lo llamaron “mullu”, y para quienes era mucho más importante que el oro, ya que parece que su presencia demarcaba los sitios de lluvias o sequía, aquel fenómeno que reseñaría siglos después Humboldt y que se conoce como los fenómenos de “El niño” o de “La niña”. Así que, con toda seguridad, los pueblos Tumaco, Telembíes, Awás, entre otros, debieron utilizar este bivalvo como moneda de cambio.
Con la llegada de los europeos, el oro hizo su curso como moneda de cambio, después la plata, metales preciosos por los cuales éstos daban hasta su vida, desencadenando historias de terror y barbarie que todos en gran medida conocemos. Así, el sudor del sol y de la luna dejaron de tener su valor sagrado para convertirse en mera mercancía por la que valía sacrificar todo. Durante la colonia, rigió en nuestro territorio el real español, elaborados en plata y emitidos en denominaciones de ¼, ½, 1, 2, 4 y 8 reales. Estos se utilizaron en Colombia hasta 1820, pero no es sino hasta 1837 cuando el peso remplaza al real por el peso que al cambio era 1 peso x 8 reales. En 1847 se decimalizó la moneda, 1 peso x 10 reales, y no es sino hasta 1872 que se adopta definitivamente el sistema actual de 100 centavos para el peso, sistema que había aparecido para los billetes en 1819 y en 1860. De 1871 a 1931 Colombia adoptó el patrón oro, pero después de la Segunda Guerra Mundial el país cambió su vinculación al dólar estadounidense, la cual duró hasta 1949 ya que la inflación no permitió seguir conservando el cambio de 1.05 pesos x 1 dólar.

Durante la colonia existieron las Casas de Moneda, encargadas de acuñar los reales; en la República las Casas de Moneda se conservaron, y no es sino hasta la creación del Banco de La República en 1923 que se centraliza de forma definitiva la emisión de monedas, dejando a un lado las emisiones particulares, las cuales se hacían especialmente para financiar guerras desde los diferentes bandos, además de las emisiones de la década de 1890 cuando hubo una devaluación muy importante del peso colombiano.
Es así como aparecen en los territorios algunas monedas acuñadas por particulares, con el fin de suplir la escasez de las mismas o para darle un valor nominal diferente, dada la devaluación anotada. En Nariño, se emiten monedas en algunas ciudades como Pasto, Sandoná y Tumaco, convirtiéndose en verdaderas rarezas para quienes están en el arte de la numismática.
En 1897 circuló en Tumaco la moneda mandada a elaborar en Inglaterra por Francisco Benítez Cortés, la cual equivalía a un quintal de tagua, el marfil vegetal, como se ha llamado a esta semilla de palma que se da en Panamá, Colombia y Ecuador, servía entonces para elaborar finos botones y otros elementos suntuosos, para lo cual la semilla en bruto era exportada a Estados Unidos y a Europa. La moneda actualmente es propiedad del escritor y poeta tumaqueño Álvaro León Benítez Acevedo, descendiente directo de quien la mandó a elaborar.

Mario Cepeda Bravo, en su articulo “Tumaco, de la tagua a la coca. Una apuesta a la planificación”, anota al respecto: “A partir de 1908 Tumaco aceleró su transformación urbana después de que el gobierno nacional le cedió al municipio el usufructo de sus baldíos, lo cual permitió que el concejo grabara los cultivos de tagua e invirtiera muchos de esos recursos en darle a Tumaco una apariencia urbana con la construcción de la iglesia, escuelas, teatro, etc., con un patrón de diferenciación racial a favor de una clase económica-blanca y en contra de las personas de color. Sin embargo, la tagua no tuvo transformación y por tanto fue desplazada por otros materiales o productos, lo cual generó un estancamiento en la economía y desarrollo del municipio.”
Queda, entonces como recuerdo de aquellas épocas, una moneda con que se pagaba a los trabajadores de este importante producto y que, como se ha dicho, es toda una curiosidad dentro de la numismática nacional.
Por su parte, en cuanto a la filatelia, afición a coleccionar sellos postales, se recuerda que el 6 de mayo de 1840 se puso en circulación el primer sello postal del mundo, el famoso Penny Black con la imagen de la Reina Victoria de Inglaterra. Método que se regó por todo el mundo para el cobro de envíos postales, en Colombia, la primera estampilla fue emitida el 1 de septiembre de 1859, cuya imagen central, en color verde, fue el escudo de la Confederación Granadina, para irse regularizando poco a poco en el país.

A finales de 1899 inicia en Colombia la llamada Guerra de los Mil Días, en donde la correspondencia era revisada y censurada, para lo cual se expidió la Resolución 456 del 24 de octubre de 1899. Tanto liberales como conservadores se dieron a la tarea de emitir, desde las provincias, sus propios sellos postales, unas autorizadas por el gobierno, como en Barranquilla, Bogotá, Cartagena, Medellín y Popayán, mientras que los rebeldes en Barbacoas, Cúcuta y Tumaco hacían lo propio. Estas estampillas circularon sin problema por algunos países, colocando en el sobre la anotación: “No hay estampillas. Pagó… centavos”, así como la firma del agente postal, piezas que hoy constituyen toda una rareza en el mundo filatélico. Pese a que dicha práctica fue desapareciendo, en Tumaco se encuentra hasta 1913, cuando ya había sido prohibido por el gobierno nacional la emisión de sellos postales impresos localmente, aunque esporádicamente, y ante la ausencia de emisiones oficiales, se mantenía en algunos otros territorios.
De Barbacoas hemos encontrado 5 sellos postales de 1902 con dichas características, dos con valor $0.10, dos con valor de $0.20 y una con valor de $0.40, todos del administrador E.O. Ortiz, los cuales reposan en el Museo Postal y Filatélico de Barcelona, se lee en la descripción: “Tipo de sello de carácter provisional emitido por el franqueo de correspondencia en el municipio colombiano de Barbacoas.”

De Tumaco hemos encontrado dos sellos postales: de 1912, sellado en marzo 30, valor de 2 centavos y firmado por J. Posada; otro de 1913, sellado en enero 15, valor de 0.02 centavos, firmado por el agente postal Duque Jiménez, aparece el escudo de Colombia acompañado de 9 estrellas, representando cada uno de los Estados después de la separación de Panamá.
De tal manera que las monedas que circularon en Tumaco, así como las estampillas de Barbacoas y Tumaco se constituyen en verdaderas rarezas de la numismática y la filatelia nacionales. Y no sobra reseñar en esta crónica, que pese a todo lo que encierra el conglomerado humano y natural del Pacífico nariñense, solo hemos encontrado un sello postal moderno que muestra el Arco del Morro de Tumaco, una exclusión que valdría la pena revisar por parte de la Administración Postal Nacional -Adpostal-, ya que existen motivos artísticos, naturales, culturales e históricos de gran trascendencia para inmortalizar en bellos sellos postales y, porque no, en billetes y monedas.
