Tomado de Facebook mimaguipayan
Panorámica Magüi Payán

Un lugar que puede resumir la mayoría de las situaciones que enfrentan los municipios del Pacífico nariñense, así como los contextos en donde estos se asientan, es sin duda alguna Magüi Payán. La vorágine donde se asienta, a orillas del río Magüi, de una exuberancia y un verdor digno de un poema de Whitman, de Arturo o de García Lorca, donde conviven los espíritus de antaño de los primigenios Telembíes y las nuevas deidades que llegaron con los africanos y españoles, forjando un sincretismo que enriquece a todo este hermoso territorio.

Para llegar a Magüi Payán, hay que llegar primero a Barbacoas, en una carretera que después de 400 años está a punto de ser digna para sus moradores; estando ya ahí, se toma la lancha que lo lleva al otro lado del Telembí, o bien por el llamado ferri, por donde se transportan los vehículos motores; ya en el otro extremo, una vía se abre como un útero para internarse a la selva y hacer un recorrido de 17 kilómetros para llegar a la cabecera municipal, por un camino en donde el nombre es un verdadero superlativo, ya que no es más que una trocha, llena de huecos que se vuelven piscinas cuando hay invierno, que es casi todo el año. Es un recorrido que se hace en 2 o 3 horas, dependiendo del clima y de que no haya varados en la ruta, cuando por una vía pavimentada el trayecto duraría de 14 a 20 minutos. Esos son los sacrificios cotidianos que hacen diariamente los magüireños.

También se puede viajar por vía fluvial por los ríos Magüi, Telembí o Patía, bien en canalete o en lancha con motor fuera de borda, pero el costo del combustible es tan alto, que viajar por el territorio implica toda una verdadera inversión de dinero; esa es la queja constante de sus habitantes cuando son convocados a reuniones a la cabecera municipal, sobre todo porque desde Bogotá o Pasto no se entienden las lógicas del transporte; los burócratas, sentados en sus oficinas, se contentan con llamar y pedir que se convoque, piensan que aquí opera el Transmilenio o los buses urbanos que en un par de minutos lo desplazan de un lado a otro. De ahí la queja permanente de sus líderes para que se entienda al territorio, antes que planificar desde los centros administrativos.

Ahí están jóvenes y niños en sus motos esperando a sus clientes, y también unas viejas camionetas que según cuentan, pertenecieron a Pablo Escobar, sin que nadie de razón alguna de cómo llegaron a este punto de la geografía colombiana. Cuando ya se ha abordado, los choferes hacen la advertencia de que es mejor guardar todo objeto de valor y el dinero que se lleve, ya que ocasionalmente los amigos de lo ajeno hacen de las suyas en estos escarpados y abandonados territorios. Pese a ello, el encanto de la selva, ese verdor consustancial a la esperanza, la cantidad de agua que corre por todos lados, las aves que cruzan los cielos, los animales que se presienten, constituyen un encanto y toda incomodidad termina por olvidarse.

Es el segundo municipio más extenso de Nariño, después de Tumaco, de ahí también su complejidad, ya que hay partes de su geografía que la vuelven inexpugnable, favoreciendo de esta manera el asiento de muchos buscadores de fortuna, de aquellos que siguen explotando el oro, no de la manera ancestral-artesanal, que sirve para el sustento de sus familias, sino de una minería no sostenible, que no contempla ni a animales ni a hombres, ni a ríos ni a poblaciones; ahí los dragones se levantan como monstruosas máquinas que consumen todo el entorno y dañan todo lo que tocan; por ello sus ríos están contaminados, su naturaleza está mermando y el sustento es cada vez más escaso; esos horrorosos monstruos trabajan todas las horas, de todos los días, y de todas las semanas, en jornadas que permiten creer que la esclavitud no ha acabado, únicamente mudó de forma.

Pareciera que siempre llueve en Magüi, lo triste es que el agua siempre hace falta, ya que tampoco hay acueducto o alcantarillado, además cuentan con algunas lagunas, como la del Trueno, que podría ser aprovechada para surtir sanamente del preciado líquido; algunas de sus calles están pavimentadas, y en horas de la tarde, el parque principal es el lugar de encuentro de los jóvenes que inician los requiebres del amor, tertuliadero de los viejos habitantes que siempre evocan épocas mejores, de aquellas cuando se llamaba caserío de Jesús, que había sido fundado por Faustino Herrera en 1871, y que luego tomó el nombre de un presidente liberal, de esos que junto a Tomás Cipriano de Mosquera hicieron de estos territorios su campo de marte y en donde se enriquecieron con el oro de sus minas, para luego dejarlos abandonados a su suerte.

Ocupando un lugar principal, está el templo católico, donde desde hace siglos se venera la imagen de Jesús Nazareno, dice la tradición que se apareció a un negro cazador, siendo conducido a varios lugares, siempre aparecía en dicho lugar, a tal punto que se decidió ahí fundar el pueblo. A finales de diciembre y principios de enero de todos los años, llegan cientos de peregrinos de varios lugares y países, con el fin de sumarse a los alabados que elevan sus creyentes y dar gracias así por los milagros concedidos; es un encuentro cultural, de bailes y cantos, donde los cununos, marimbas y maracas hacen la alegría de todos, oportunidad, además, para saborear la deliciosa gastronomía del Pacífico nariñense, tan única, tan especial.

Sin embargo, no todos son milagros, el municipio ha debido enfrentar más de una decena de desplazamientos masivos, personas buenas y honestas que deben huirle a la guerra que desata el narcotráfico, ya que ahí hay grandes cultivos de coca, atrayendo a guerrillas, paramilitares y bandas criminales, que buscan enriquecerse a costa del sufrimiento de un pueblo tradicionalmente trabajador. Ese templo, fue testigo de la negligencia de un sacerdote que no quiso recibir los cadáveres que traían de una de sus veredas, los cuales habían sido masacrados por los paramilitares por ser supuestamente ayudantes de la guerrilla. Cuerpos sin cabeza, éstas fueron utilizadas para jugar futbol por sus propias asesinos. Pese a ello, la fe de sus pobladores es cada vez más fuerte.

Magüi Payán es uno de los municipios que más visité y más debí recorrer. Conocí a los líderes de los Consejos Comunitarios: La Amistad, La Voz de los Negros, Manos Amigas y Unión Patía el Viejo, escuché sus voces y me compartieron sus penas y sus esperanzas. Lo común es escuchar lo abandonados que se sienten del Estado y de los gobiernos departamentales y locales, hacer arqueo de todas las dolencias que padecen, de lo cual fuimos testigos fidedignos. Ahí los politiqueros aparecen en época electoral, de vez en cuando llega una autoridad, pero lo hacen en helicóptero o acompañado de escoltas, al mejor estilo de las películas gringas, lo agasajan, hacen los discursos de rigor y ante su partida, toda esperanza empieza a desvanecerse en el aire.

Tortugo Magali es una de sus veredas más distantes. Puede llegarse vía fluvial tomando el Patía, pero a nosotros no se nos hizo el milagro, la zona estaba candente y no se nos aconsejó esa vía. Para ello, tuvimos que salir a Pasto, ahí tomar el transporte que nos llevó a Policarpa, pasando por Remolinos; una vez ahí, llegar hasta Sánchez, un pequeño poblado a orillas del alto Patía, tomar la lancha que habíamos contratado, bajar por un caudaloso río, y finalmente llegar a la vereda, pasando por lo que denominan La olla, un remolino que se forma en el río y que es capaz de tragarse la embarcación que sea si el lanchero no es lo suficientemente entrenado en la materia. Una jovencita nos acompañó en el viaje, iba con el sueño juvenil de cambiar el mundo enseñando como maestra en una escuelita más allá de nuestro destino.

Se alumbran con motores particulares, las casas de madera, bien dispuestas, muestran el afán de sus moradores por vivir bien en medio de la manigua; esas casas de madera tienen un encanto único, huelen a bosque y a tradición, los pilotes las separan de las aguas y se sostienen enfrentando las aguas que se desbordan, una muestra de la resiliencia de todo lo que aquí habita. Hay negros y mestizos colonos que llegan atraídos por la ambición del oro, hombres y mujeres salen y llegan para suplir los turnos en las dragas; sus rostros delatan la generosidad o el desdén del oro. Cuanta riqueza natural hay en estos territorios, tanto verdor que haría el encanto de un dios creador para inspirarse, pero el mal uso que se le ha dado hace que cada vez se reduzca la pesca, los animales de caza están cada vez más distantes y en menores cantidades, y la agricultura está desapareciendo, la coca ocupa gran parte del territorio.

Integrantes de un grupo guerrillero nos retuvieron por unas cuantas horas, no nos permitieron bajar de la lancha, ahí debimos esperar la orden para continuar. Me asombró su juventud, hombres y mujeres que no encuentran otro camino más que este. Pese a las armas que portan, me parecen tan frágiles, como mis hijos, están llenos de esperanzas, de sueños, pletóricos de vida. Son colombianos, tan colombianos como cualquiera nacido dentro del marco del país con forma de babilla. La ausencia de un Estado eficiente, la falta de educación, la nula prestación de servicios, la ausencia de alternativas de trabajo, hacen que nuestros hermanos colombianos opten por lo único que ese territorio les ofrece. La culpa no es de ellos, la culpa es de una casta política desaliñada que no es capaz de responder a la realidad de sus territorios. La culpa es de un Estado inoperante que se ahoga en las inmundicias de la corrupción. La culpa es de las élites añejas y de los propietarios y acumuladores de capital que no invierten socialmente. Y con seguridad la solución no son las armas ni el glifosato, cuando los programas de gobierno tengan como médula espinal la paz con justicia social, entonces pensaríamos que todos podemos cambiar en este país.

También estuvimos en Brisas de Hamburgo, un territorio que le hace honor a uno de los nombres más bellos para un poblado. A orillas del rio Patía se levanta esta vereda, el muelle saltadero no permite presagiar lo que más adelante nos espera: un poblado levantado en la selva, con caminos en madera que nos conducen a lo alto del pueblo donde está la escuela, se pasa por bellas casas y canchas bien dispuestas para el futbol, el juego preferido en todo el territorio; nos reciben tan amablemente, con esa generosidad que los caracteriza, con esa alegría tan propia de los herederos de los hijos del África que fundaron también este mundo.

El nombre del poblado viene de una quebrada, Hamburgo, quizá un viejo alemán buscando riquezas, topó con este territorio y lo bautizó con el nombre de su lugar de origen; aquí los valses han sido remplazados por currulaos, no hay pianos pero si marimbas que nos alegran el alma, y se tiene el mejor gran salón para disfrutar la vida: bajo el cielo estrellado, donde efectivamente unas brisas traen ecos de leyendas y de historias de un pueblo magnánimo.

Como muchos otros pueblos, Magüi Payán también fue devorado por un incendio, surgió como el ave fénix de entre las cenizas; es y seguirá siendo un pueblo que le demuestra al mundo la dignidad y la lucha que tienen sus pobladores. Ahí, pasando el Telembí, se levanta un pueblo lleno de fe, confundiéndose con el paisaje, con el alma brillante como el oro y su esperanza como su cañaveral. Y ante los olvidos estatales, no sobra decir y recordar que Magüi Payán está en Nariño, señor Presidente.

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