Las estrellas son negras de Arnoldo Palacios, recepción temprana
En mayo de 1949 Arnoldo Palacios publicaba su novela “Las estrellas son negras”, anotando que los originales fueron a parar a la nube de cenizas que se levantó el 9 de abril de 1948 en Bogotá, de tal manera que el autor debió recomponerla de memoria y publicarla, para después abandonar el país y radicarse…
En mayo de 1949 Arnoldo Palacios publicaba su novela “Las estrellas son negras”, anotando que los originales fueron a parar a la nube de cenizas que se levantó el 9 de abril de 1948 en Bogotá, de tal manera que el autor debió recomponerla de memoria y publicarla, para después abandonar el país y radicarse en Francia. Considerada por muchos la primera novela afrocolombiana, no ingresó tan pronto al canon literario nacional, pese a la amistad que Palacios tenía con influyentes personajes de la cultura bogotana, como anota Gustavo Vasco en la edición de 2010, (Palacios, 2010) sin embargo, es de anotar que ésta tuvo una recepción temprana importante, y que el autor fue ampliamente querido por ese pequeño grupo de escritores y escritoras que animaban su reducido círculo en Bogotá, como el mismo Palacios lo reconocerá en posteriores escritos y entrevistas (Zapata, 2006).
La novela encierra una profunda voz de denuncia frente al aislamiento y abandono del Chocó, y en general del Pacífico colombiano, dado un centralismo rampante que no permitió ni ha permitido el reconocimiento real y verdadero de las otras colombias que habitan dentro de un mismo país. Irra, el protagonista, parece encarnar en parte al propio Arnoldo, el deseo de abandonar la ciudad que pareciera enmarcar toda la desigualdad de una nación, el desasosiego al no saber vislumbrar un futuro promisorio para él y para lo suyos, el rio Quito, que es el mismo Atrato, donde van y vienen penumbras en medio de soles candentes que parecieran alumbrar a unos pocos, no sin razón el protagonista cuestiona ese destino, afirmando que los hombres están determinados por las estrellas al momento de nacer, por eso afirma con marcada desesperanza: “Las de ellos titilan eternamente y tienen el precio del diamante. Y la mía, Señor, es una estrella negra… ¡Negra como mi cara, Señor!” (Palacios, 1949).
Aunque “Las estrellas son negras” no ingresó pronto al canon literario nacional, es importante resaltar que esos importantes lectores formaban parte del mundo literario colombiano de entonces y que la novela tuvo una acogida temprana por parte de un grupo intelectual, si se quiere, tal y como sucedió con otros autores, cuyas obras quedaron en grupos reducidos. Quizá la primera apreciación critica la hace el maestro José María Restrepo Millán, rector del Externado Camilo Torres, donde Palacios culminó el bachillerato, parte de este texto es incluido en la solapa de la edición príncipe: “Un libro que nos ha dejado temblorosos y anhelantes, por la hondura y la acumulación de su dramatismo; por el galopante interés de su narración; por la inmediatez de su materia prima; por sus terribles implicaciones sociales y políticas; por la modernidad y pungencia de su técnica; por la fuerte libertad expresiva de su idioma. En suma, por una congregación de seis cualidades muy marcadas y no previsibles, a lo menos algunas en grado igual, y mucho menos todas juntas, dentro del repertorio de la novela colombiana.” (en Palacios, 1949).
Poco después de haber publicado la novela, Palacios emprende viaje a París, buscando quizá un futuro promisorio para un afrocolombiano enfermo de poliomielitis. En agosto de 1949, la escritora Elisa Mujica escribe una columna de despedida, anotando lo siguiente: “Arnoldo Palacios se va a París. El hermano de Irra, el chocoano, recibe su oportunidad. Bien por Arnoldo” (Mujica, 1949), y después de anotar la importancia del viaje a una ciudad eminentemente cosmopolita, y de recordar el drama de la publicación y de la pobreza en que vivió en Bogotá, anota que el libro tuvo un éxito inmediato, que la edición se agotó en las librerías, que “el país la recibía como algo que había estado esperando y que necesitaba para conocerse mejor” (Mujica, 1949), sobre todo porque narra, según la escritora, con crudeza la realidad que habita en Colombia, un país hastiado de formulismos, reconociendo la fuerza de los personajes y de la forma como el autor logra retratar esas pulsiones.
El 31 de diciembre de 1949, en el Balance Crítico realizado por Interim (seudónimo), se lee: “En la novela nueva debemos registrar el nombre y la obra de Arnoldo Palacios con su admirable “Las estrellas son negras”. Hay en Arnoldo Palacios una sorprendente capacidad de novelista. Movido y variado estilo, cualidades de observación, y sobre todo un poderoso sentido de lo humano, de lo cordialmente vivido, de lo visto y observado en un arduo caminar de dolor y de lucha. Arnoldo Palacios no es un aprendiz de novelista. Es un novelista en pleno dominio de sus capacidades intelectuales, y con una intensa vocación de escritor.” (Interim, 1949).
En el Suplemento Literario de El Tiempo, dirigido por Jaime Posada, del 8 de enero de 1950, en la sección el mundo de los libros, se entrevista a varios de estos personajes preguntando acerca de cuáles consideran son los mejores libros publicados en Colombia en 1949, anotando que consideran la mejor novela la de Palacios, nada más ni nada menos que Hernando Téllez, Jorge Rojas, Guillermo Payán Archer, León de Greiff, Eduardo Carranza anota de la novela como “una revelación” (El Tiempo, 1950). Además, el 15 de noviembre de 1950, en la sección de Novedades literarias de El Tiempo, se anota que circulaba el número 39 de la revista Vida, en donde aparece publicado “La piedra del amor” de Arnoldo Palacios, lo que implica que hubo un seguimiento a la producción del autor chocoano.
En el periódico El Tiempo del 26 de junio de 1951 se anota que se está organizando una colecta en beneficio del autor residente en París, iniciativa del jurista Luis Carlos Pérez, esposo de la poeta Matilde Espinosa, amiga y mecenas de Palacios durante su estadía en Bogotá, se leí ahí: “Las Estrellas Son Negras, una de las novelas más originales y vigorosas que últimamente han aparecido en Colombia”, (El Tiempo, 1951) de donde se deduce que la novela tuvo importantes lectores.
Curiosamente, en 1954 se anuncia para octubre la edición de esta novela por parte de la editorial argentina “Nuestra América”, y se anuncia de esta manera: “Una nueva edición. La 3ª de este jugoso libro de juventud. Una novela que pinta la desesperanza de la juventud negra de nuestro rico y ajeno Chocó, y describe en términos de un realismo apasionante el anhelo siempre inalcanzable de una raza que lucha para redimirse de los prejuicios sociales y de la explotación a la que es sometida” (El Tiempo, 1954). Parece que no llegó a concretarse y al anunciar que es la 3ª edición pareciera un error de los editores, las 6 ediciones de la novela son las siguientes: 1949, Bogotá, Iqueima; 1971, Bogotá, Revista Colombiana; 1998, Bogotá, Ministerio de Cultura; 2007, Bogotá, Intermedio; 2010, Bogotá, Ministerio de Cultura; 2021, Bogotá, Editorial Planeta.
En la Francia de la postguerra, Palacios encontró lo que no encontró en su propia patria, un espacio y un lugar para encontrarse con quienes debatían ya el aporte del África al mundo moderno, de tal manera que inscrito en la Sorbona, tiene la posibilidad de codearse con autores europeos, africanos y antillanos que hacían esa meditación, sin dejar de sentir nunca en su piel, casi que espiritualmente, esa lluvia y esa agua tan propias de su tierra, de ese Chocó biodiverso y rico, en donde las voces viejas le narraban su propia herencia, donde los dioses primigenios negros, disfrazados en mantos de vírgenes y en estatuas de santos, seguían conduciendo su propio destino. Como lo menciona Oscar Collazos (en Palacios, 2010), es en París donde descubre sus raíces latinoamericanas, afroamericanas siendo más específicos.
De París fue a Polonia, como una coincidencia el barco que lo condujo de Cartagena de Indias a Europa era polaco, ahí en 1950 fue el vocero de Colombia en el Congreso de la Paz, empapándose de las ideas socialistas y siendo un activista, lo cual le costó la beca en la Sorbona. Sin embargo, vuelve a Francia, y con esas coincidencias que marcarían su vida, en una calle lo detiene un hombre que había descendido de un coche, era un médico que dirigía el Instituto de Poliomielitis de París, enfermedad que aquejó al autor desde los dos años, sería sometido a una serie de cirugías que mejorarían en algo su movilidad.
Algunos de sus biógrafos anotan que en Francia se casó con una mujer de la vieja nobleza francesa venida a menos económicamente. Tuvo cuatro hijos. Recorrió gran parte de los países de la entonces llamada Cortina de Hierro. Hizo importantes amistades en Francia, y en 1975, junto con su esposa Beatriz creó la “Fundación Palacios”, que en 1988 entregó el Primer Premio Omar Khayyam a la escritora rusa Katia Kranoff, premio que según nota de prensa de El Tiempo del 8 de octubre de 1988 se entregaba “a una personalidad abierta al mundo, que haya consagrado su vida al arte, al respeto de la naturaleza, a cultivar la amistad”, y del autor chocoano anota: “Arnoldo Palacios es un andariego. Quizá la rápida y vigorosa corriente del río Atrato le abrió los caminos del mundo. Desde sus orillas trepó a la altiplanicie bogotana; fue a las soledades de Islandia; estuvo en el atosigante Nueva York; fue a Roma y Moscú” (El Tiempo, 1988).
Antes de emprender viaje a Francia, Collazos (en Palacios, 2010) anota que regresó a Quibdó, donde escribió relatos y una obra de teatro sobre Manuel Saturio Valencia, un abogado e intelectual chocoano, el último colombiano condenado a pena de muerte, por lo menos oficialmente, sin embargo, por las amenazas de bomba en el teatro por parte de los “blancos” de la ciudad, la función y la obra fueron suspendidas. Enrique Buenaventura (Mendoza, 1961), recordaría que en la pensión “Gandhi”, donde vivió, entre otros con Palacios, y bautizada así con sorna por las condiciones de pobreza, tuvo extensas y largas charlas con el autor chocoano, hasta el punto que decidió abandonar sus estudios en Bogotá e irse para Istmina, “La Chocó Pacífico lo recibe como aceitero de una draga” (Mendoza, 1961), esta característica de Palacios, de ser tan fluido verbalmente, obedece quizá a la herencia oral existente en el Pacífico, ya que al no haber modelos educativos formales durante tanto tiempo, su propia historia, sus mitos, sus leyendas, se transmitían oralmente, perviviendo aún la “décima cimarrona”, como un claro ejemplo de esa heredad oral.
Parece que pese al distanciamiento de Arnoldo al vivir en Europa, tuvo cercanía con sus amigos intelectuales colombianos, hasta el punto que Carlos Medellín (1961) al describir lo que el considera son los cuatro problemas de la cultura colombiana de entonces -desarticulación, inautenticidad, insularidad e impopularidad -, y al entrar al análisis de la literatura, anota: “Una cultura literaria que los colombianos estimamos apegada a la tradición nacional y parte de nuestra idiosincrasia”, y señala nombres reconocidos de poetas, novelistas y ensayistas, anotando al final: “Ellos son y sus obras representan una cultura literaria, un compromiso actual, ¿respondemos a este?”, y él mismo anota que se respondería que sí, anotando nuevamente nuevos nombres, entre otros: “Osorio Lizarazo, Eduardo Zalamea, Arnoldo Palacios, García Márquez, Elisa Mujica, Delgado Nieto, Zapata Olivella y Eduardo Santa” (Medellín, 1961).
Referencias
El Tiempo (1950, 15 de noviembre). Noticiero Cultural, p. 3.
El Tiempo (1950, 8 de enero). Arte y literatura en 1949. El mundo de los libros, p. 5.
El Tiempo (1951, 26 de julio). Se está organizando colecta en beneficio de Arnoldo Palacios, p. 2.
El Tiempo (1954, 24 de febrero). Editorial Nuestra América (anuncio publicitario).
Interim (1949, 31 de diciembre). Balance crítico. Perspectiva literaria de 1949, p. 3.
Medellín, C. (1961, 21 de mayo). Cuatro problemas actuales de la de la cultura colombiana: desarticulación, inautenticidad, insularidad, impopularidad. El Tiempo, Lectura Dominicales, p. 1-2.
Mendoza, P. (1961, 7 de octubre). El teatro en Colombia tiene un nombre: Enrique Buenaventura. El Tiempo, p. 11.
Mujica, E. (1949, 6 de agosto). El joven novelista. Despedida a Arnoldo Palacios. El Tiempo, p. 17.
Palacios, A. (2016). El señor Ecce Homo. Cali: Litocolor.
Palacios, A. (2010). Las estrellas son negras. Bogotá: Ministerio de Cultura.
Palacios, A. (1949). Las estrellas son negras. Bogotá: Editorial Iqueima.
Zapata, S. (2006, junio). Retrato de Arnoldo Palacios, Revista Arcadia, 9.
J. Mauricio Chaves Bustos
Facilitador en procesos de diálogo para construcción de paz, escritor de cuento, ensayo y poesía, cervantista, gestor cultural.
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