Uno de los aspectos que más causan indignación en América, es sin duda alguna la destrucción total o parcial de casi la mayoría del legado histórico que tenían nuestros pueblos de su pasado; sorprende cómo de pueblos milenarios no quedo sombra ni atisbo de existencia, ahora bien, el europeo instituyó su legado humanista pero desde su propia experiencia, se funda el Eurocentrismo, aun sin conocer la totalidad del mundo, y se lo quiere expandir y difundir, tal y como lo demuestra el hecho de las cruzadas, en donde se imponen las costumbres y modos de vida europeos, arrasando de tajo la preexistencia de toda cultura diferente a la suya, tal y como paso con los territorios conquistados en la Jerusalén de entonces.

Con América pasa igual, con la diferencia de que nuestros pueblos o no eran guerreros, o afrontaban enfrentamientos internos que no posibilitaban una resistencia real; además, al hierro se le opuso la piedra y el cuero. Lo poco que conocemos de la América precolombina obedece a los estudios arqueológicos y antropológicos que se han adelantado en los últimos siglos. Los códices mayas fueron quemados por orden de clérigos, cuya capacidad de tolerancia no les permitía reconocer la diferencia, y los tambos destruidos en una búsqueda desorbitante de oro y riquezas. Aun así, han sobrevivido testimonios de dos índoles: primero, lo que vieron los europeos a la llegada a América, obviamente cegados por una visión puramente triunfalista, expansionista, pero sobre todo implícito el deseo de fácil acceso a riquezas, los cronistas, si bien inauguran un modelo estilístico que aún subsiste , que “impulsados por las fuerzas espirituales del Renacimiento, con pensamiento medieval, no tenían raciocinio contemplativo y creación artística, sino que eran simplemente hombres de acción. De ahí que sus crónicas carezcan de la composición, la unidad, la congruencia, el orgullo artístico e intelectual del Renacimiento”.

Cabe en este punto destacar, frente a lo que ven y narran los cronistas, lo que quería Europa, específicamente España, de los territorios Americanos, el escritor sobrepasa aquí el papel de simple espectador-relator – sin desconocer que algunos de los cronistas reales ni siquiera pisaron estas tierras, como Antonio de Herrera, cronista mayor, y especulaban de oídas, al decir peninsular -, y toman un papel también de propagadores de la Fe y de impulsadores del Eurocentrismo; y en este papel, lo primero que deben hacer los cronistas es superar, incluso desde sus sagradas escrituras, la posibilidad que el mundo fuera mucho más amplio de lo que la tradición y el conocimiento de entonces permitía, para después justificar la posesión guerrera y luego la posesión jurídico-religiosa con perspectivas puramente economicistas, “en esta tesitura, los colonizadores adoptaron una postura de superioridad, etnocéntrica, acercándose a América con un talante utilitario o curioso, “”civilizador”” en el mejor de los casos, pero resistiéndose a asumir – por más que definiciones legales o morales dijeran lo contrario – que los indígenas americanos eran sus congéneres, con un miedo irracional – muy similar al que se exhibió cuando el Islam se acercó a los límites de la cristiandad occidental – a que el mundo hubiera rebasado el ya conocido en la época clásica” . Algunos de los cronistas cumplen, además,  un papel de propagadores de una fe ciega, obviando casi  que metódicamente el conocimiento  científico heredado de la Europa renacentista del siglo XV.

No podemos, sin embargo, desconocer el papel de algunos detractores del bárbaro sistema que se empleaba para someter a los nativos, quienes son considerados revisionistas de la leyenda rosa de la mal llamada conquista y de la colonia, tal como Bartolomé de las Casas, en cuya Brevísima Relación de la destrucción de las Indias (1552) desmitifica el papel supuestamente evangelizador, humanista y fraternal  de España para con los nativos de América. Pero estos son algunas contadas excepciones, en general los cronistas españoles fueron honda y profundamente religiosos, tuvieron el culto apasionado por España y una admiración sin límite por lo exótico y lo nuevo que pudieron ver , y en últimos casos inventar, esto último sumada a la fe, produce en el cronista, y obviamente en el lector, una necesaria convicción de la ayuda divina para realizar la gesta hispánica.

Esta fe, tal y como lo encuentra Raúl Porras Barrenechea en su texto Los Cronistas del Perú, “Compensa la desigualdad del número  y crea la confianza cierta en la ayuda celeste o el milagro”, el mismo cronista mestizo, Garcilaso de La Vega, como anota el citado autor, “cuenta los más ingenuos milagros: la aparición por los aires del apóstol Santiago en la batalla de Puná y de la Virgen María en el sitio de Cuzco para proteger a los españoles”. Pero al lado de esta concreción de fervor religioso por el descubrimiento e invasión de América, se gesta también, y como modo antitético para convencerse de que verdaderamente España era el pueblo elegido por Dios para cristianizar a los nativos, surge la figura del demonio, como posibilitante inconsciente, pero que se concientiza en actos patentes narrados extraordinariamente por los cronistas, de la justificación de matanzas y barbaries; es un tema tratado magníficamente por el profesor Jaime Humberto Borja Gómez, en su texto Rostros y Rastros del Demonio en la Nueva Granada, cuya tesis principal estriba en la demonización de todo lo mítico y religioso en los indígenas americanos, desconociendo la historicidad propia de los pueblos dominados, para así imponer el cristianismo, lejano a la cosmogonía propia, y que quiérase o no fundamenta en gran medida al latinoamericano de hoy, “Recorrer el amplio mundo de los discursos sobre el demonio colonial es entrar a comprender las demonizaciones de quienes dominaron: sus miedos a las transformaciones sociales, a las crisis económicas, a la aparición de la diferencia frente a grupos étnicos, religiosos y culturales”  Aún más, para justificar su bárbaro expansionismo, el cronista español trata de buscar la manera de satanizar al indígena endilgándole un origen judaico, motivo por el cual no es raro encontrar toda serie de posibles rutas – las que los lectores creían fielmente – que demostraran que algunas de las doce tribus de Israel son el génesis de muchos de estos pueblos. A la postre, endilgar los peores males al enemigo, es la mejor forma de vencerlo.

Disiento totalmente de aquellos europeos que dan una explicación puramente espiritual al hecho de la ampliación de su mundo geográfico , pretendiendo declarar casi como un hecho milagroso el encuentro de América para el europeo, pues a la reforma luterana le siguió una contrarreforma, que: “en realidad, tanto los reyes como los papas deseaban que la Iglesia siguiera siendo lo que era: una fuente de ingresos para parientes y favoritos”, por tanto, América, no es la búsqueda del reemplazo de almas perdidas para el catolicismo en el norte de Europa; se busca es la ampliación del comercio, la posibilidad de un sostenimiento económico; el catolicismo, aquí, no es sino un pretexto, hecho texto desde las beaterías de la cruz y el sayal, para los propósitos puramente mercantilistas de nobles y reyezuelos teológicos. “El gran secreto del régimen monárquico, su interés profundo, consiste en engañar a los hombres disfrazando con el nombre de religión el temor con el que se les quiere meter en cintura; de modo que luchen por su servidumbre como si se tratase de su salvación

Es un error también el vislumbrar una España moderna en el siglo XV y XVI, lo cual imposibilita también el decir que nos conquistaron bajo los preceptos de un estado moderno; si bien lo moderno llega a España, llega rezagada, perdida en los rencores de un pueblo que quiere olvidar su pasado de provincia árabe. Y cuando lo quiso ser, se perdió en embelecos monárquicos con la expansión de los Habsburgo por sus tierras, que únicamente querían perpetuar su hegemonía por el norte europeo, “durante la mayor parte de este periodo ¬– siglos XVI y XVII –  España gastó sus recursos y su potencial humano en las guerras del norte de Europa. Década tras década las tropas españolas y los mercenarios a suelo de España marcharon a través de los Alpes, los Países Bajos y Alemania, combatiendo contra unas gentes que para ellos resultaban tan extrañas como los indios de América”

Pero junto a la crónica hispánica se gesta una crónica mestiza, Blas Valera, Guamán Poma de Ayala, Garcilaso de La Vega, Juan de Santa Cruz Pachacuti, son algunos de los más claros ejemplos de ello. Estos son mestizos por sangre o por nacimiento que quieren recoger una visión de lo que fueron los pueblos antes de la llegada de los invasores; aunque estos se sintieran propiamente indígenas, anhelaban de una u otra manera ingresar a la corte española, y para ello profesaban un respeto impresionante hacia esta nobleza, pero queriendo que se reconozca su señorío desde sus orígenes y entrar de tajo a formar parte de la hispánica. Por ello sus obras están dedicadas al rey, al dios cristiano, a la virgen María, a los gobernadores y virreyes, etc.; además no se escribe en la lengua nativa, sino en castellano, pues formados como occidentales, su estructura mental responde ya a una cultura ajena, obviando la propia. Lo que quiere este cronista es resaltar los valores propios de sus culturas, pero los occidentaliza desde su nueva fe y desde su nuevo lenguaje; sin querer, contribuyen de una u  otra manera a acabar con lo poco que quedó de las culturas originarias a fines del siglo XVII.

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