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Publicado el J. Mauricio Chaves Bustos

Helcías Martán Góngora, mester de negrería – En el centenario de su nacimiento –

Helcías Martán Góngora, composición homenaje Alcaldía de Cali

 

Helcías Martán Góngora (Guapi, 27 de febrero de 1920 – Cali, 16 de abril de 1984). Imposible no traer a colación en estas páginas el centenario de uno de los poetas más representativos y queridos del Pacífico colombiano, con una obra realmente pródiga, 38 libros publicados y 28 inéditos, a más de la multitud de ensayos y poemas que aparecen en múltiples revistas del mundo de las letras. Estudió en su pueblo natal, continuó sus estudios en Pasto, Medellín y Popayán, y se togó de abogado en el Externado de Colombia en Bogotá. Ocupó importantes cargos públicos, ejerció la docencia, pero por, sobre todo, siempre se consideró un Poeta, así asimiló su vida y a ella le dedicó su existencia; fue reconocido por su patria y por gobiernos extranjeros, quienes le granjearon significativas condecoraciones y reconocimientos, perteneció a importantes academias, entre otras la Colombiana de la Lengua; es el autor del himno a la ciudad de Cali, a la que amó entrañablemente.  Pero, su mayor alegría, como él mismo lo confesó, fue saberse leído, saberse querido por su público lector, que fue realmente amplio.

Pareciera que los territorios tuviesen sus propios poetas, pese a la resistencia de éstos por ser endilgados a uno u otro lugar, inclusive a una u otra escuela, sin embargo, y pese a lo dicho, recordamos que Silva es el poeta de la sierra, de los Andes bogotanos; Obeso el poeta del Caribe negro; Arturo el poeta de los Andes del Sur, poeta del viento; y Martán es el poeta del mar que, como el mismo lo reconocía, lo lleva hasta en su apellido, pero es mucho más que eso, con razón han dicho los especialistas que el poeta es también el poeta del agua, poeta de la sed y primer poeta negrista.

Pero descompongamos un poco tanto epíteto junto. Nació en un territorio maravillosamente mágico, como es el Pacífico colombiano, a orillas del río Guapi y a menos de 20 minutos del mar, por eso es un poeta acuífero, el manglar y el estero le son consustancial a su existencia, a su propia obra, que trasciende límpidamente en el maremágnum de letras y de poetas que buscan dejar honda huella o efímero paso por este planeta mal llamado Tierra. No en vano uno de sus primeros libros se llama Océano (1950), donde se reconoce hijo de un territorio donde el mar lo es todo, ahí el origen del hombre, pero ahí también la cultura y el propio mundo en forma de un caracol que lleva sobre sí su propia morada:

 

Sabed que traído del Océano

-peces y sal, espuma y sol –

sobre la palma de la mano

sólo un marino caracol.

Porque yo vengo del Océano

sobre el esquife de un cantar,

el caracol traigo en la mano

y hasta su nombre me da el mar.

 

Quienes hemos vivido en el Pacífico, sabemos lo importante que es el agua en estos territorios, tan abundante, pero a la vez tan escasa; por donde se mire, el verde es lo común, y esos ríos, que reflejan su entorno, corren plácidos por entre manglares y cocotales. Cuando llueve, todo lo vivo e inerte parecieran celebrarlo, la lluvia es entonces una melodía perpetua que insta a reconocerse en el agua; ahí el universo está concentrado en una gota de agua, y Martán Góngora así lo asimila, su palabra no puede desconectarse de esa realidad vivida y también imaginada, por eso es el poeta del agua.

 

El agua que gemía en los esteros

zarpó cantando hacia la mar calma.

El agua emancipada del silencio

fue pregón de las barcas.

El agua que venía desde Homero,

de Ulises en la nao de la fábula,

en mi se hizo canción de las sirenas

y sangre de argonauta.

Sonata y elegía

epitafio y plegaria

el agua innumerable

en mí se hizo palabra.

Y es poeta de la sed y es poeta negrista, ambos adjetivos se conjugan en uno solo, porque hijo de su espacio y de su tiempo, el poeta Martán no pudo dejar de poetizar lo que vivió en su niñez, en esa tierra negra que fue siempre la suya. La explotación del hombre sobre el hombre desde tiempos inmemoriales, pero por sobre todo desde cuando sus ancestros, nuestros ancestros, fueron esclavizados y traídos a tierras lejanas para buscar el sudor del sol en los ríos, o para ejercer lo que el amo consideraba indigno de sí mismo, es decir de trabajar, buscando siempre la libertad a toda costa y fundando sus propias tierras cimarronas en tierras que buscaron y que las hicieron propias.

 

¿Quién hablará de los negros esclavos

– fugados de las minas y plantíos

con sus machetes en alto,

todavía húmedos de savia –

y nombrará a cada uno, antes del acto

de darse por el sueño blanco

de la libertad de sus amos?

 

Martán Góngora emprende el grito rebelde contenido por años; por eso es el poeta del Pacífico colombiano, su voz es gesta que empieza a tener eco por todos los rincones, y su voz se entrecruza con palmeras y mangarles, navegando, libre, como quisieron sus ancestros, por entre ríos y esteros, en playas y hermosas pero doloridas riveras. Sabe que la poesía permite esa liberación, y sabe que en los cantos de las negras está la enseña de la libertad; no renuncia a su pasado, sabe que en la palabra ancestral se asienta el ser y sentir de hombres y mujeres de su Pacífico.

 

Negro amigo,

ven conmigo.

– Je… Jé…

 

Vamos de la mano,

negro hermano.

– Ta bien

No será tu canto

espejo del llanto.

– Tal ve…

 

Negro amigo,

ven conmigo.

– Je… jé…

 

Hemos dicho que Martán Góngora es un mester de negrería, así lo acepta cuando asume su papel de poeta negro, poeta del Pacífico, por eso está presente su palabra como una danza negra, sin recatos y sin más pudor del que evocar al Universo desde el cuerpo; por ello en su palabra poética está presente el fabla negra, así como lo hiciera Candelario Obeso en las excluyentes Cartagena y Bogotá, inclusive en su propia Mompox; en el poeta guapireño está presente el paisaje íntimo del negro y la remembranza al culto negro. Él pareciera ser el propio instrumento para visibilizar lo invisibilizado por la historia oficial, por el centro.

 

Voy a pejcate la luna

pa que voj pintéj la cuna

der hijo que me daraj.

Que no lo sepa tu mama,

ni tu prima, ni tu heimana,

ni er zambo de tu papá.

No creigaj que yo ejtoy loco

ni que dijvarío un poco.

Lo que te digo ej verdá.

Voy a pejcate una ejtrella

pa que voj juguéj con ella

y matej la esciridá.

 

Su voz que se hace respetar y que se escucha, tanto en el fino salón de las apariencias, así como en la plaza donde no hay más acomodamiento que el gusto de las sinceridades. Por eso el poeta se movió plácido por entre todos los rincones de la patria, la palabra poética fue su carta de presentación; amado, querido y respetado, logró un importante sitial en la república de las letras hispanoamericanas, pero esas son simples adendas, lo importante fue siempre su asimilación como el poeta de un territorio tradicionalmente olvidado.

Finalizamos con este poema, que resume en parte la inmensidad poética de Helcías Martán Góngora, poeta premonitorio, como si estuviese escrito hoy mismo, sobre esta patria que sangra y se desangra, donde la sangre de sus lideres sociales se derrama como un sacrificio más en el ara del destino de esta patria desolada.

 

Mis voces sobre el luto levantadas

en la noche fugaz de la derrota,

¡Patria!, serán metal de tus espadas.

 

Mis voces de la clara mar remota

cubrirán con sus alas desbordadas,

esa, tu vesta maculada y rota.

 

Porque supe llamarte en la distancia

celeste de los verdes litorales

y el aroma del mar es tu fragancia.

 

Patria, por cuya boca de corales

fue más suave el regazo de la infancia

y las hondas baladas maternales.

 

Pero hoy a las tinieblas condenado,

naufrago entre tu llanto y fugitivo

la sien hundo en tu seno lacerado.

 

Y vivo tu dolor, éste que escribo

sobre el torso del niño mutilado

y las selvas taladas donde arribo.

 

Y en las puertas cerradas por el fuego,

en el silencio azul de la campana

y el arado sin bueyes del labriego.

 

Y escribo tu dolor en la mañana

y a la luz de los ángeles le entrego

en testimonio de la bestia humana.

 

Sobre el vientre de las cordilleras

y tu cuerpo de valles y montañas,

se rompieron escudos y banderas.

 

Y desde las ciudades y marañas

se lanzaron las hordas como hogueras

a devorar la flor de tus entrañas.

 

Y de lodo cubrieron los manteles

en donde el pan espera junto al vino.

Y los senos manaron sólo hieles.

 

Y las ciegas jaurías sin destino

arrasaron tus bosques de laureles

y rasgaron las túnicas de lino.

 

Pero tras la ignominia, dolorosa

en círculos de sangre y destrucciones,

brotas de tanta espina ¡única rosa

sobre el pavés de nuestros corazones!

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