El 1 de enero de 2021 conmemoraremos los 100 años de su nacimiento, de su andar como un cantor de gesta por el mundo, cantando a las olas del mar, añorando a la Sulamita y reverdeciendo en cada átomo de verde que se le asomara. Poeta marino, por eso su vida transcurrió como un velero, entre viajes y aguas de diferentes colores, pero su Pacífico, ese de la añoranza primigenia, nunca lo abandonaría, desde cualquier lugar del mundo le llegaría el eco constante, en voz de vientos que rememoran las marimbas, para anunciarse a sí mismo que el mar le sería su inició y su fin.

El escritor Guillermo Payán Archer, nació en el puerto de Tumaco, Nariño, el 1 de enero de 1921; estudió derecho en la Universidad Javeriana de Bogotá, graduándose como abogado en 1945; ejerció como periodista en varios medios, entre otros en El Liberal de Bogotá, fundado por Alfonso López Pumarejo; en 1959 viaja a Nueva York, escribiendo para el periódico Visión de esa ciudad, siendo corresponsal en La Habana y en Buenos Aires; de regreso a Colombia escribió en El País de Cali, siendo director de las Páginas Literarias; fue cofundador y director de la revista El Café Literario en Bogotá. Fue gerente de publicidad de la Braniff International Airways para América del Sur y representante del New York Times en Colombia. Ocupó también algunos cargos públicos: Gobernador encargado de Nariño; Presidente de la Asamblea Departamental de Nariño; Representante a la Cámara por Nariño; Auditor de la Contraloría General de la República. Fue miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua. Falleció el 16 de octubre de 1993 en Riohacha, Guajira.

Dentro de la producción literaria de Payán Archer encontramos: La Bahía Iluminada (1944), Noche que sufre (1948), Solitario en Manhattan (1953), Cinco estampas (1957), La palabra del hombre (1958), Los cuerpos amados (1962), Poemas de éxodo (1971), Trópicos de carne y hueso (1974), Los soles negros (1980), El mar de siempre (1983), Ceniza viva (1993) y cientos de artículos y poemas publicados a lo largo y ancho del país.

Perteneció al grupo literario denominado Los Cuadernicolas, junto con Fernando Charry Lara, Álvaro Mutis, Jorge Gaitán Durán, Rogelio Echavarría, Maruja Vieira, entre otros, buscando mostrar sus obras a través del cántico, especialmente en temas preferentes sobre la naturaleza, el sueño, la soledad, el mar; fueron románticos, pero se alimentaron con la llama vitalista, manifestando de esta forma los problemas sociales de su época, tales como la violencia, la trashumancia y la angustia frente a una modernidad que se imponía.

Rogelio Echavarría dice de él: “para Payán Archer el canto ha sido el complemento de sus vicios, de sus placeres, de sus amores y de sus arrepentimientos. Nada está en su inteligencia que primero no haya estado en sus sentidos. Para él el verso no es un ejercicio retórico, sino una necesidad vital, un proceso orgánico, un mandato de la naturaleza. No escribe sino para relatarnos sus propias experiencias, para conservar una sonrisa, una mirada de mujer, una noche de fiesta, o el perfecto aroma de una tarde de amor.”

Su tema predilecto fue el mar, había nacido en un puerto y murió en otro, del Pacífico al Atlántico, por eso se lo reconoce como el cantor del mar; además, vivió y experimentó en carne propia los problemas sociales que aquejan al colombiano del común, sus penas fueron suyas, sus dolores los sintió como propios. Poeta navegante de mares, quien, con su palabra sintiente y metafórica, nos labró un sentir estético desde la poesía, ahí está él, en sus libros, línea tras línea, palmo a palmo, seguimos recorriendo ese mar que lo vio nacer y que lo vio morir, en lugares distantes de una misma patria, hermanados así en la constante de una vida como fue la suya, el Pacífico con la que abrió los ojos y el Atlántico con los que los cerró para siempre.

Tumaco, su tierra nutricia, le permitió el germen de quien siente el mundo por primera vez y siente el arrullo de nanas negras, de voces ancestrales que dan girones en las palmeras y vuelven renovadas, donde el tiempo es siempre nuevo. Nacer ahí fue su privilegio, sus ancestros habían llegado al Telembí, cuando todo esto era el Cauca Grande, pero procedía de casta libertaria, del Valle del Cauca, donde las ideas independentistas cuajaron recién iniciada la gesta patriota; atraídos por el oro, Barbacoas fue el centro donde sus antepasados empezaron a fundar pueblos y a escarbar montañas. Luego, los negocios de la tagua y de las maderas los llevaron a Tumaco, donde nació y donde aprendió a amar toda esa amalgama de colores y de aromas que se vierten desde cualquier rincón de La Perla, ese mar que preñó sus retinas de añoranzas y saudades que le permitieron volverse palabras.

Su poesía, consustancial a su experiencia, desde Tumaco, pasando por Bogotá, Nueva York o Detroit, Caracas o Panamá, recoge, en palabras sentipensantes, su vida de marinero y de trotamundos, por eso la melancolía y el erotismo se hermanan, así como la razón y la pulsión que encaran la vida y la muerte, en un eterno dualismo manifiesto también en sus cuentos, estos más telúricos, en el sentido de que ahí se asienta el sentimiento humano, lleno de contradicciones, el Pacífico colombiano que comparte un sentir común, en donde la utopía vuela pareja con la cruda realidad del día a día.

Hemos solicitado a las autoridades culturales del bello puerto de Tumaco, donde el sol suspira por volver, así como del Departamento de Nariño, para que este centenario no pase desapercibido, que sea la oportunidad para recordar a este ilustre poeta marino, y con él a esa pléyade de estrellas de mar y del firmamento, que han construido parte de nuestro sentimiento regional, ya que al conmemorar su centenario se hace también un reconocimiento al territorio que lo vio nacer y que le alimentó sus sueños y sus ideales, el Pacífico nariñense, que clama porque la mirada que se pose sobre ella sea más benéfica, aunque nunca complaciente, como la voz de Payán Archer, que le cantó con emoción profunda asentada en su propia realidad.

Que sea el poeta el que nos siga hablando:

 

Palabras de amor

I

Mi vida aquí en el puerto, en la ensenada

nocturna, de fosfóreas lobregueces,

bajo este cielo donde tantas veces

hallé tu amor… y lo jugué por nada.

 

En la noche, tu misma luz, velada

por un lúgubre augurio de cipreses…

y en su misterio, tú, como si hubieses

venido en esa luz, transfigurada.

 

Cuántos labios de mieles traicioneras

asediaron mi vida en un desierto

paraíso de vides y de fieras?

 

Si ya en el golfo de pasión, abierto

bajo el ancla lunar, quizá no eras

sino un recuerdo en el dolor del puerto!

 

Tumaco, 22 de septiembre de 2020

Avatar de J. Mauricio Chaves Bustos

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