¡Tumaco!
¡Tumaco!

 

Cuando se llega a la Perla, es imposible contener la alegría, el cuerpo y el espíritu alcanzan niveles de éxtasis que son inexplicables; por El Pindo o por La Florida, por donde se llegue, Tumaco siempre será una verdadera sorpresa. El olor a mar, a pescado fresco, a cocadas recién hechas, invaden toda la bahía, y la alegría de todas sus gentes son señales inequívocas de que se ha llegado a la ciudad más importante del Pacífico nariñense, fácilmente comprobable cuando se va a cualquiera de los muelles, como en Residencias, donde siempre hay bullicio, algarabía, olor a ceviches y donde las cervezas nunca faltan; por ahí llegan a la ciudad los visitantes de Salahonda y del Sanquianga, vienen cargados de mercancías para intercambiar, de papeles que diligenciar y de emociones para desfogar. Es que se ha llegado a Tumaco.

La ciudad está formada por tres islas: El Morro, La Viciosa y Tumaco; el área rural es inmensa, haciendo de este municipio uno de los más grandes de Colombia, La Guayacana y Llorente, por mencionar algunos lugares, forman parte de este bello territorio; además, como curiosidad, es el único municipio colombiano cuyo territorio está dividido, para llegar a la parte más septentrional, es necesario cruzar todo el municipio de Francisco Pizarro. Y es también zona de frontera, ya que el municipio limita con la hermana república del Ecuador, con quien se mantiene un contacto ancestral permanente, a tal punto que sería impensable, para muchas regiones fronterizas del municipio, pensar su existencia sin ese relacionamiento, no por algo los más grandes vestigios indígenas, bellas y exquisitas piezas en oro y cerámica, la mayoría de ellas saqueadas, forman parte de la cultura denominada Tumaco – La Tolita.

Los turistas buscan llegar cuanto antes al Morro, pocos prestan atención al monumento que está en el camino, es nada más ni nada menos que dedicado al compositor, cantante y bohemio Caballito Garces, autor, entre otras, de la célebre canción La muy indigna; ahí están unas playas exuberantes que encantan a todo el mundo; ahí el Arco del Morro, formado por la fuerza del mar, está el Quesillo, que se levanta solitario un poco más allá, testigo mudo de invasiones, conquistas y guerras, pero también de amores ocultos y de frenesís despachados. Para llegar ahí, se pasa por el Puente del Morro, lugar que se queda grabado en las retinas de propios y ajenos, el mar muestra su grandeza en un color azul verdoso, sostenido por un sol inmenso, como una naranja en el agua, o por una luna enmarcada en un azul profundo, es uno de los lugares preferidos para departir, para reír, para seguir amando todo lo que este universo nos da.

Yendo al Morro, antes de llegar al puente, a mano izquierda, está el tradicional barrio El Bajito, con unas playas de olas que nunca llegan, un mar calmo que permite divisar, en el horizonte, la belleza de este mágico punto de la geografía humana; en las casetas, están siempre los tumaqueños de alma y nervios, esos que piden salsa a granel; los niños que juegan a conquistar el mundo, metiendo sus piececitos en la inmensidad del océano Pacífico; lugar popular de la ciudad, donde se transpira toda la alegría que existe en La Perla.

Pero la vida real, la de la cotidianidad, transcurre en La Viciosa, ahí está el comercio, la parte administrativa, los puertos, los mercados, los negocios y también toda la felicidad de la ciudad porteña; la Calle del Comercio, donde se mueve todo en Tumaco, es un lugar de música y conversa permanentes, el tumaqueño es frenético en el hablar, se expresa sin tanto ademán, es sincero y va diciendo lo que piensa; cuando caminan, parecen estar llevando una melodía, por esos sus pasos son rítmicos; ahí, en cualquier esquina, hay agua de coco para refrescarse, chontaduros para espantar el hambre mientras llega la hora del almuerzo o de la merienda, mango viche para recordarnos que estamos vivos. Y música, música por todos lados, porque Tumaco fue, es y será una eterna fiesta.

El Parque Colón tiene una hermosa construcción, que siendo moderna, gracias a una reciente restauración, no deja de evocar esos parques franceses propios del romanticismo, con un sobrio y hermoso monumento a La Libertad; cerca está la Catedral, renovada múltiples veces, debido a los incendios que la devoraron una y otra vez, quizá en su suelo aún reposan los cuerpos decapitados de la patriota quiteña Rosa Zarate y de su esposo Nicolás de la Peña, capturados y asesinados en el Puerto de Tumaco en 1813; ahí, de manera juiciosa, y con el temple propio de los antioqueños, está Jairo García, su esposa y sus hijas, también sus colaboradores, componiendo y recomponiendo la Bicibiblioteca, para que la niñez y la juventud tumaqueña tengan un espacio de esparcimiento en los libros, en la música, en la pintura y en el cine, porque, sin duda alguna, es uno de los procesos sociales culturales más importantes de este territorio Pacífico.

Ahí puede uno encontrarse con Chepe Carabalí y Jefferson Sánchez, siempre pensando en el rescate de los patrimonios humanos de la ciudad, en las glorias pasadas y presentes, en La Marea literaria, evento que han organizado con las uñas, con sus ganas, con el ímpetu propio de la gente negra, en sus brazos llevan la más reciente edición de La Mina, periódico regional que plasma en letras de estilo el quehacer cultural de esa ciudad que llevan en sus entrañas; ahí cerca se puede escuchar al Diablo, el decimero mayor, llamado en el mundo de los vivos Carlos Rodríguez, degustando un encocado de chautiza para animar el espíritu; y también cerca está Telmo Angulo, el decimero menor, rodeado de niños, cuya voz recrea los mitos y tradiciones heredadas; también se puede encontrar a Chepín Carabalí, el decimero del manglar, siempre con una tonada en su cabeza y el ritmo entre sus dedos.

Cerca está el Parque Nariño, ahí están los camperos y las camionetas que lo llevan a la zona rural, siempre hay gente jugando y apostando en improvisadas puestos, ahí los jugos y las cervezas compiten en llamar la atención de los transeúntes; fuera de la iglesia, se levanta un pequeño monumento que recuerda a tantos líderes asesinados en la región, mártires que dieron su vida por las causas sociales de negros e indígenas, de los desposeídos que buscan permanentemente un pedazo de tierra para vivir en paz y descansar sin el remordimiento de más penalidades, ahí algunas placas nos recuerdan la vida en acción de Yolanda Cerón, religiosa asesinada en 2001.

Pero cuando hay fiesta, o cuando no la hay pero se la inventan, todos llegamos a La Cancha, como se le dice comúnmente al Parque San Judas Tadeo; el mismo lugar donde presidió una misa el Papa Juan Pablo II en 1986, un cercado templete y un monumento nos lo recuerdan, así como unas descoloridas fotografías que han sido vandalizadas, lugar que fue rellenado para ganarle territorio al mar, lugar donde la cancha de arena fue pavimentada para recibir a los ilustres visitantes y dejar a los tumaqueños sin su cancha céntrica. Ahí está Chuchú atendiendo plácidamente su negocio, lugar de encuentro, de camaradería, de verdadera amistad, atendido por su propietario, quien se volvió nuestro amigo y nuestro cómplice mudo de nostalgias y efusividades; por ser un lugar estratégico para escuchar los conciertos en el onomástico de la ciudad, así como en las fiestas del Fuego, las mesas son peleadas, pero siempre encontramos la complicidad de su propietario para reservarnos las mejores sillas, y en horas de la noche, cuando la ciudad va buscando sus silencios, Chuchú nos permitía evocar la vieja salsa en sus equipos, entonces aparecían los sonidos de la Sonora Matancera o de la Ponceña, ahí Henry Fiol, a quien tuvimos la fortuna de escuchar en vivo; ahí, todos esos viejos cantantes que se resisten a desaparecer frente a los gustos que van mutando y van variando, inclusive en Tumaco, cuna mundial de la Salsa Choque, donde Plu con Pla hace el deleite de propios y extraños, de jóvenes y de viejos, en el fondo sabemos que entre los sonidos yacen las tonadas de los ancestros que buscaron la libertad a costa de lo que fuese, por eso la marimba nunca desaparecerá.

Por entre las casas del barrio Pantano de Vargas, sonidos evocadores nos conducen al Baúl de los Recuerdos, atendido por don Mario y su bonita esposa; él, tiene la pinta de un viejo cubano, siempre elegante y con su fino sombrero que parece sandoneño; su esposa, sentada siempre en la vieja butaca, atendiendo con cariño las pedidas de trago o de cerveza, de los temas que buscan encontrar un turno en la vieja radiola donde suenan los acetatos que nos recuerdan todo lo ido; porque a don Mario no hay quien lo corche, ahí los boleros, los sones, la salsa vieja, uno que otro tango, no pueden faltar, y él sabe con precisión quien los grabó, dónde los grabó y hasta cómo los grabó; cliente fiel, como dice el cantinero a quien es recurrente, siempre el dueño de casa, porque así se siente uno en el Baúl de los Recuerdos, me complacía con diferentes versiones de El Aguacate, aunque la versión de Julio Jaramillo nunca faltó. Pobres y ricos, mujeres emperifolladas o bellas en su simplicidad, jóvenes y viejos, todos se sienten como en una familia, que busca en los recuerdos afianzar la esencia de su existencia.

El Tumaco de Manuel Mideros, mi pana, mi ñaño, quien me permitió conocer la ciudad desde sus entrañas; Panamá, El Morrito, La Cordialidad, La Férrea, desde las cantinas hasta el cementerio, desde la Cancha hasta las veredas del Mirá hasta el Mataje, fueron lugares que Manuel me invitaba a conocer, con el orgullo propio del Tumaqueño, que sabe que su matria chica lo es todo, que su espíritu subyace en lo más simple, como en una comida o en un trago, como en un sermón o en una décima lanzada al aire; él, es el más digno representante de ese pueblo que llevamos en nuestras entrañas, humilde pero altivo, inmenso pero sencillo, y siempre, siempre festivo.

Feliz cumpleaños 379 Tumaco, aunque su historia es milenaria, seguros que es mucho más que coca y narcotráfico, que violencia y abandono; seguros que su fuerza está en su gente maravillosa, buena, honesta y trabajadora; seguros que algún día encontrará su propio destino, cuando no dependa de los demás para planear su propio desarrollo, cuando comprenda que su posición es mucho más privilegiada para lo bueno que para lo malo; cuando quienes allá llegamos, no impongamos las lógicas con las que nos han formado, sino que comprendamos que el territorio tiene su propio andar, ese que lo ha mantenido siempre a flote, el mismo que ha sabido vencer incendios y tsunamis, olas de violencia y catástrofes. Tumaco, ahí estás y estarás siempre, para cantarte con este viejo soneto perdido entre las hojas sueltas de un libro que habla de ti:

 

Hermosa ciudad de las tres islas:

Tumaco, El Morro y La Viciosa;

de guazá, tamboras y marimbas,

en el mar, la Perla más hermosa.

 

Tu Arco enmarca tu belleza,

tus playas son evocación pura

de su gente y su altiveza,

y que tanta fantasía augura.

 

Tienes la belleza de tus mujeres,

que los astros y la luna anhelan,

y que nunca abandonar pidieres,

 

deseos con que los demás te celan,

porque de Tumaco tú eres,

hasta que tus ojos por siempre cierran.

Avatar de J. Mauricio Chaves Bustos

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