Pacífico colombiano.
Pacífico Colombiano.

 

Fruto de esta pandemia que ha despertado toda clase de sentimientos, desde los solidarios que hermanan a unos con otros con el único fin de ayudar sin esperar nada a cambio, hasta las atroces discriminaciones no solamente a enfermos de Covid-19 o a supuestos portadores, sino también al personal de la salud, médicos que son sacados por los gerentes de los bancos, enfermeros a quienes no se les permite entrar a los supermercados para abastecerse. Y ni qué decir de esos animales de sangre fría, llamados politicastros, quienes han hecho de esta crisis un pretexto más para enriquecerse bajo el amparo de la necesidad colectiva. En épocas de crisis aflora realmente el ser humano en su naturaleza plena, eso está más que comprobado en este país de todos y de nadie.

Por otra parte, he escuchado permanentemente el llamado a la unidad nacional, al respeto por las leyes y la Constitución. Y junto a ello surgen los empaches de cargos y administradores, unos buscando el bien común y otros el mero protagonismo. Como la ficción se alimenta de la realidad, salió a flote la célebre frase de uno de los protagonistas de la serie “Juego de tronos”: “Cualquier hombre que tiene que decir, yo soy el rey, no es un verdadero rey”, olvidando que no estamos en una monarquía, así muchos lo quieran, y mucho menos que necesitemos de reyes o príncipes. Los malos remedos nos han hecho tanto mal, sobre todo cuando sobreponen sus intereses particulares a los comunes.

Y algo que escucho con más intensidad que nunca es el tema de la regionalización. Parece que ahora despierta el interés, cuando se piensa ya en lo que algunos llaman, no sé qué tan acertadamente, el enfoque del posconflicto. Los políticos saben que dividir es vencer, pero también saben que en los territorios está su principal caudal electoral, ahí donde también está la riqueza. Hoy por hoy, los territorios más abandonados por el Estado, por los gobiernos y por todos, desde el nivel nacional al departamental, son los que más enfrentan la dureza del aislamiento. Los potentados están en sus fincas, desayunando con sus yeguas, eso muchos lo sabemos; lo triste es ver las banderas rojas que se riegan como sangre por entre estos territorios ancestralmente abandonados, el grito de la vendedora de pescado que reclama su derecho al trabajo aún retumba en nuestros oídos, el del vendedor de aguacates en la esquina que vive de eso para su sustento diario. Definitivamente este país no está preparado ni para lo bueno ni para lo malo, en ambas situaciones hay muerte y desolación.

Entonces pienso en Nariño, en sus regiones tan diferenciadas y me pregunto, ¿cuándo a las élites políticas pastusas les ha interesado realmente el Pacifico nariñense? A no ser por el oro que se vertía por sus ríos, desde Barbacoas e Iscuandé, para subir a las sierra y convertirse en el capital de las ambiciones y de los desdenes; a no ser por la tagua y las finas maderas que avanzaban por los esteros, cruzaban ríos y ascendían vertientes para enriquecer a los intermediarios mientras empobrecían a los habitantes y al territorio de Satinga, La Tola o el Charco; o por la palma, el cacao, el palmito y el plátano que se vendía a graneles en las plazas de Pasto y la sierra, mientras en la costa era su único sustento; las mesas gulosas de las rancias familias endogámicas, pletóricas en langostinos, toda clase de pescados y conchas, envanecían a quienes podían adquirirlas, pagando precios de miseria a los pescadores de Tumaco o Salahonda; y nombres perdidos, como Roberto y Magüi Payán, que a los serranos les recuerda solamente los gamonales de antaño.

Únicamente a finales del siglo XIX se construyó un camino que comunicó a Barbacoas con Túquerres, baste leer los diarios de viaje de los aventureros que se adentraron en la maraña de esta vorágine para comprender lo tortuoso del viaje; hasta hace 25 años, era necesario un viaje de más de 12 horas para avanzar menos de 50 kilómetros; recién hasta hace unos pocos años se está pavimentando el trayecto Junín-Barbacoas, con todos los problemas habidos y por haber, aún falta un tramo, pero es una carretera construida con la sangre, el olvido y la desidia de la Sierra a la Costa. Esa endogamia pastusa, transmitida y heredada también por las castas blancas que llegaron al territorio, quisieron siempre mantenerla incomunicada para regodearse en sus vanas riquezas; carretera que debería ser en oro, como bien dicen sus pobladores.

En la década del 30, la línea férrea comunicaba El Diviso con Aguaclara, en 1944 se extendió hasta Tumaco, un tren, que como dijo un viajero que tomó su viaje en la costa, no conducía a ningún lado, como una premonición macondiana del territorio. En la década de 1950, siguiendo los postulados del gobierno nacional, los gobiernos departamentales le dieron la estocada final. Pasaron muchos años para que una carretera medio digna comunicara el centro con la costa, a fines de los 90 se contó con una carretera pavimentada de doble calzada, donde se ve como el tubo del Oleoducto Trasandino irrumpe tanto en hogares como en la geografía del territorio, el mismo que ha traído tantas desgracias a la región.

El serrano en general ocupa puestos de importancia en la costa, la mayoría no ven la hora de salir del territorio, los viernes hacen antesala en las terminales improvisadas, parece que el territorio les molestara; otros aparecen en épocas de vacaciones, son un aliciente para los pobladores que viven de ello, pero también son un problema en playas y sitios naturales, ya que nada les impide dejar ahí las basuras que acaban con los ecosistemas.

Y ni qué decir del entramado socioeconómico generado por la coca. Ahí se siembra y en algunos lugares se procesa. Esto ha traído toda clase de advenedizos, a tal punto que Llorente parece más un pueblo paisa que uno costero nariñense. La violencia hace su curso, la prostitución se acrecienta y los problemas sociales, ajenos al territorio, se apropian y hacen metástasis ahí. Ante la falta de oportunidades laborales, ya que la industria es incipiente, los jóvenes ven en el cultivo y el transporte de la coca una forma de sobrevivencia.

Cuando a inicios del siglo XX se hicieron las divisiones políticas departamentales, se hicieron artificialmente, obedeciendo más a los intereses políticos que a los territoriales, de ahí su nombre; los serranos, especialmente los pastusos, querían generar su propia burocracia, fácil es deducirlo cuando se analizan las élites “intelectuales” que lo propiciaron, dejando siempre a un lado a las provincias; no se consultó con el territorio, indios y negros siempre fueron dejados a un lado, se les impuso las municipalidades, se les impuso alcaldes, se les impuso una plutocracia disfrazada de democracia. Siguiendo el lema romano imperial de divide y vencerás, unos se impusieron sobre otros, creando fronteras imaginarias y artificiosas que siempre fueron en contra del territorio.

Pienso que con el tiempo, siguiendo el curso de las causas sociales propias, aparecerá el territorio autónomo, llámese República, Departamento, Provincia, que aunará a quienes habitan el Chocó biodiverso colombiano. Se dará un gobierno propio, incluyente, que dé respuesta a sus propios requerimientos, que se sustente en su pensamiento y en su cosmogonía. Y, lo siento, la sierra, ni nariñense, ni caucana, ni valluna, debería estar invitada a este concierto.

Avatar de J. Mauricio Chaves Bustos

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