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Publicado el J. Mauricio Chaves Bustos

Crónicas de viaje IV: París

Panorámica de Torre Eiffel (Foto: JMCHB).
Panorámica de Torre Eiffel (Foto: JMCHB).

 

En la estación del tren de Orense me despido de Stella Estrada Mosquera y de Javier Casares, se han tejido lazos a través de la palabra compartida forjando ahí un hábitat que nos es común desde la certidumbre de una amistad con seguridad imperecedera, de una semana de vivencias en esa Galicia llena de tradición y de singularidad, amistad sólida que ha sido narrada en las anteriores entregas y que crece exponencialmente con ellos, con Lola Figueiras, con Gustavo Adolfo Garrido, con los amigos del Liceo de Orense, con tantos más.

De ahí parto a Madrid, nuevamente la Gran Vía, nuevamente sus calles y sus recovecos que siempre conducen a lugares cargados de historias, con ese olor tan característico mezcla de aceituna y clavel. A Cervantes me lo topo en Plaza España, y al Quijote y a Sancho campantes por la puerta de Toledo saliendo a reclamar los fueros de su historia.

En estos dos personajes se asienta una amistad emblemática para la humanidad, al punto que los creemos reales, esa es la marca certera de una obra clásica. De pocos amigos, así me he considerado, “amistades que son ciertas nadie las puede turbar” dice el Príncipe de los Ingenios, de tal manera que esos pocos son muy buenos. En la terminal me espera uno de ellos, el escritor Arturo Prado Lima, nacido en Mallama, residenciado hace años en la capital española, en donde ejerce su función de escritor y de gestor cultural promocionando el relacionamiento ibero-americano; las letras nos han unido, gracias a la interconectividad que nos hace homos informáticos hemos intercambiado escritos e ideas, y como viejos amigos nos unimos en un fuerte abrazo, yo con confianza ciega de que no me perderé en esa Madrid que visité hace unos lustros y él con la seguridad de una conversa que lo actualizará en los temas regionales.

La Gran Vía es la arteria de Madrid, ahí parece que todo acontece, de ahí nos desplazamos a un conocido negocio para divisar toda la ciudad desde la terraza; luego nos dirigimos a Plaza Mayor, donde Felipe III mira expectante a los cientos de turistas de todo el mundo que ahí se congregan. Calamares y sangría nos permiten aderezarnos en una charla que quisiera no acabe, Arturo es un muy buen conversador y la cadencia de su voz denota un alma pura y buena, así como una generosidad sin límite. Un viaje me espera y mi amigo no se va hasta no dejarme en otra terminal que ha de llevarme a la ciudad de mis sueños. Estoy seguro de que nos volveremos a ver con Arturo Prado Lima, allende el océano o en otros espacios donde la palabra sea la constante.

Río Sena en Paris (Foto: JMCHB).
Río Sena en Paris (Foto: JMCHB).

 

Cuando era niño, en la biblioteca de mi padre me encantaba husmear esos viejos libros, ahí una enciclopedia verde atraía mi atención, se trataba de El Tesoro de la Juventud, en uno de cuyos 20 tomos veía las fotos de París, entonces en blanco y negro o con trazos rosados y azules que le daban un aspecto especial, ahí el Arc de Triomphe, Sacre Coeur, Notre Dame, el Quartier Latin y, como no, la Tour Eiffel, una ciudad que me parecía mágica e inalcanzable. Cuando un familiar o un amigo visitaba esa ciudad, afloraba en mi esas imágenes sutiles de la vieja enciclopedia y me explayaba en preguntas sobre la ciudad luz.

De Madrid a París por tierra, así lo quise para ir saboreando poco a poco el gusto de adentrarme por tierras francesas y llegar a la ciudad de mis desvelos, se ha dejado Burgos, divisando a lo lejos la Catedral de Santa María y el monasterio de las Huelgas, así mismo la famosa Donostia,  pasando el río Bidasoa se está ya en Francia, después Bayona, se cruza los Pirineos Atlánticos, más allá la ciudad de Bourges, famosa por la célebre Catedral de Saint-Etienne, Orleans después y finalmente París.

Han pasado algo más de 16 horas de viaje y el cansancio no asoma por ninguna parte. París, la de mis sueños de niño, la camino, la huelo, solo no espero que sea un sueño y que alguien me despierte para empezar la jornada. De la estación de Bercy camino hasta la Rue Saint-Maur, no podía ser otro el nombre de la calle donde me hospedaré, así me llaman los más allegados: Mauro. Todo me parece hermoso, sus calles organizadas, el cielo traslúcido de un azul veraniego, los árboles pareciera que se mecieran para contarme sus historias. Un Nobel para el que inventó el Google Maps, que me conduce a donde debo y quiero ir.  Las imágenes del Tesoro de la Juventud han cobrado vida y yo soy un personaje más en ellas: Notre Dame en reparación, pero aún así vale la pena; el Panthéon y sus muertos ilustres, ahí Madame Curie y Víctor Hugo, entre muchos otros más que merecen la admiración mundial.

Panteón Nacional, Paris. (Foto: JMCHB).
Panteón Nacional, Paris. (Foto: JMCHB).

 

Luego un día entero para visitar el Louvre, la gente espera impaciente y al entrar empieza una maratón en la que yo caigo también, todos corremos al salón donde se resguarda La Gioconda, nos observa antes que nosotros a ella. Luego caigo en cuenta de mi estupidez y recojo los pasos para divisar el maravilloso arte que hay en cada rincón de ese espacio que fue palacio de Napoleón, donde se pueden apreciar también sus habitaciones. De ahí tomo el Sena para llegar a la torre Eiffel, las lágrimas fluyen cargadas de felicidad, ahí la señora coqueta que atrapa toda mirada; luego el Arco del Triunfo, desde cuya terraza se tiene una panorámica de la ciudad en 360º; Sacre Coeur, Montmatre, en el cementerio del Père Lachaise​ dejo una flor para Édith Piaf. Ahí el Sena, con ese mágico azul y una belleza que nos pone a pensar en nuestros ríos, arteria de la ciudad que la llena de sofisticado esplendor.

En el hostal se convive como en una torre de Babel, ahí gente de todo el mundo que cambia de un momento a otro. Antonino se convierte en mi traductor, es un joven de la provincia francesa que ha viajado a presentar sus exámenes universitarios, inquieto por conocer las culturas del mundo, se hace amigo de todos y para mí es una bendición en un lugar donde el español es una excepción. Menciona a Pablo Escobar y a Gabo, al primero por las serie de TV que se ven en todo el mundo, y al segundo por una obra que es ampliamente reconocida en Francia. Un amigo más que promete visitar este país que tanto le atrae.

Quisiéramos que nunca acabe la experiencia en París que huele a Chanel 5, el aroma de mi madre, ciudad que nos despide con aguacero un jueves, a lo vallejiano en “Piedra negra sobre una piedra blanca”, esperando volver para no recorrerla sola, ojalá el destino me depare volver de la mano de mi mejor amiga: mi adorada esposa Claudia y, porque no, de los buenos amigos para libar buenas copas en les Champs-Élysées, escuchando el piano de Erik Satie y a la Piaf, ¡cómo no¡

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