Roberto Payán, puerto (Foto: JMCHB)
Roberto Payán, puerto (Foto: JMCHB)

 

El concepto de ciudadano traspasa lo puramente jurídico para comprenderse desde lo sociológico, ya que, según el primero, son ciudadanos quienes cumplen unos requisitos mínimos, como haber nacido en determinado país o llegar a cierta edad para poder adquirir los derechos inherentes a la misma, como el sufragio, por citar un ejemplo; en el plano sociológico, el concepto toma un cariz mucho más profundo, entendido, si se quiere, desde la sociabilidad cotidiana.

En cuanto a la civilidad, por mucho tiempo se comprendió como el conjunto de obligaciones que tienen los habitantes de un determinado lugar para con los demás, tanto naturales como jurídicos, de tal manera que la civilidad decantó en la cívica o la urbanidad, que no pasó de ser una bonita materia donde se enseñaban algunas normas de comportamiento, generalmente venidas de un estatus o clase determinada, siempre la dominante, que buscaba preservar sus maneras de abolengos y distinciones, tal y como lo hacía la ya añeja Urbanidad de Carreño, con la que se educaron nuestros ancestros.

Desde luego que ambas hacen alusión al conjunto social de donde se vive o se nace, lo que para los griegos era la Polis, pero es mucho más allá de la ciudad entendida como la estructura material que la compone, sino que hay un entendimiento espiritual, si se quiere, respecto a lo que se considera esa agremiación que nos permite disfrutar de los demás, incluida la familia, la barriada, los amigos, todo lo que puede existir en un determinado entorno, hasta el punto que, en las últimas décadas del siglo XX, aparece el medio ambiente como parte integrante y principal de las ciudades.

La civilidad ha pasado por diferentes procesos: cuando caen las antiguas formas de relacionamiento, el ser humano asume una actitud desde su propia individualidad, además porque esa individualidad se va imponiendo sobre lo convencional social que se busca superar, pasando, desde luego por un sentimiento gremial que poco a poco ha sido desbaratado por el individualismo. Es así como los valores van mutando, lo que antes era considerada una actitud cívica, levantarse al entrar una persona mayor a un recinto, por ejemplo, ahora se considera un acto de subordinación o de humillación por parte de generaciones más individualistas y menos protocolarias.

Draga rÍo Telembí (Foto: JMCHB)
Draga rÍo Telembí (Foto: JMCHB)

 

La ciudadanía, entendida desde el postulado de la pertenencia a una comunidad en donde hay identificación de caracteres, nexos culturales comunes, pero aún más, también la comprensión de la necesidad del ejercicio de los derechos, así como de obligaciones que aparecen gracias a esa relación, permiten comprender que, ciertamente, traspasa lo puramente formal para convertirse en una categoría necesaria para el relacionamiento humano y con el entorno.

Y lo anterior requiere conductas determinadas, nuestros padres o nuestros abuelos no botaban un papel a la calle porque era impropio de una persona cívica, nosotros y algunos jóvenes no lo hacemos porque afecta nuestro entorno más próximo, inclusive hoy por hoy muchos no lo hacemos porque pensamos en cuidar el medio ambiente, en cuidar el planeta en que vivimos, de tal manera que esta civilidad se ha generalizado, es más universal, en la medida que hay una preocupación común por un tema determinante dentro de nuestra propia existencia.

Hay un relacionamiento también de los términos con la apropiación, de tal manera que lo usual, frente a lo público, puede que sea considerado como “de todos” o como “de nadie”; en ambas se corre el riesgo de la indiferencia o el abuso, en la medida que no existe el ánimo del cuidado o del respeto por lo que puede ser de utilidad pública, obras, monumentos, parques, papeleras, andenes, etc., que fueron hechos pensando en todos quienes habitamos ese entorno. El “de todos” o de “nadie” se convierten en términos vacíos igual de peligrosos para nuestro propio quehacer cotidiano, ya que todos necesitamos movilizarnos, pasear en un parque, utilizar un bebedero, emplear un semáforo.

En la ciudadanía, por tanto, debe existir un equilibrio pleno entre los derechos y las virtudes, ya que ambas permiten universalizar y contextualizar nuestro puesto en el plano del relacionamiento social, por eso el concepto de ciudadanía es una abstracción que busca ser entendida desde la puesta en práctica de nuestra conducta en la cotidianidad. Al plano de la indiferencia, se antepone el plano de la responsabilidad, comprendida ésta como la posibilidad de entender al otro éticamente. De tal manera que la responsabilidad se amplía, nuestros actos y los de los demás pueden afectarnos, de ahí depende entonces nuestro obrar.

Playas de El Morro, después de un fin de semana.
Playas de El Morro, después de un fin de semana.

 

En el artículo anterior hablamos de como el Estado no garantiza realmente los derechos de los ciudadanos; esta es una verdad que se puede apreciar en una simple visita a cualquier pueblo del Pacífico colombiano. Los servicios básicos, como el acceso al agua potable, no están garantizados, tampoco la salud, ni la educación, ni la vivienda; de tal manera que lo que debe generarse en el territorio es un nuevo concepto de ciudadanía, que permita comprender que la apropiación de éste nos lleve a la responsabilidad de pensar nuestra convivencia con los demás desde nuestro propio entorno.

Lo normal en el territorio del Pacífico nariñense es que nuestros ríos y playas estén llenos de basura, en este sentido podemos decir que no existe una garantía del Estado para preservar el medio ambiente, pero también existe nuestra responsabilidad -siempre pensada éticamente a través del otro – de cuidar nuestro propio entorno, de sentir la apropiación de la ciudad como la casa de todos, y así quizá nuestro ejercicio ciudadano mejore. Quizá el no lanzar una botella al mar no va a salvar el planeta, pensado como un acto individual; pero si se convierte en una costumbre social, lo más seguro es que nuestro entorno permanezca mucho más sano.

En Tumaco, casi todos los días salía a trotar en un espacio deportivo, sin embargo, hay un punto donde todos los residentes de los barrios vecinos sacan su basura a la pista de trote, creí que con el tiempo dejarían de hacerlo, ya que de manera inesperada la administración municipal ha hecho una limpieza de las zonas verdes; sin embargo, no ha sido así, la basura está ahí todos los días. Cuando veo a señores y señoras, que llegan inclusive en sus motos a llevar la basura, pienso en que no es únicamente el Estado el encargado del cuidado de los bienes de la ciudad, sino que somos nosotros quienes debemos garantizar su buen uso y cuidado, sin embargo, lo que opera es el sentimiento individual, ya que pensamos en nuestro propio bien pero no en el de los demás.

La basura es solo un tema que se me viene a la cabeza por lo recurrente. Pero, pensando siempre en el otro como responsabilidad, está el cruce de semáforos en rojo, el uso de andenes para motos, el empleo de los andenes como garajes particulares, el robo y daño de señales de orientación, el uso indebido del espacio público… No sé, quizá en algo estamos fallando cuando decimos “Es que estamos en Tumaco”.

 

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