Daño a monumento parque La Tolita, Tumaco (Foto: Jairo García).
Puerta del Morro (Foto Internet ACOP FB).
Puerta del Morro (Foto Internet ACOP FB).

 

La ciudadanía implica la garantía de la vivencia plena de los derechos humanos, mientras no exista esa garantía, no es posible pedir a los ciudadanos comportamientos que muestren el relacionamiento que debe existir entre derechos y deberes. En el Pacífico lo que existe es un Estado fallido que históricamente ha excluido a este territorio en la toma de decisiones que implican a todos sus habitantes. Iniciamos la primera de tres entregas con este tema.

Desde donde vivía en Tumaco se divisa El Bajito, una de las playas más populares de la ciudad, que es Distrito Portuario y Marítimo, además, uno de los lugares estigmatizados por la violencia; al frente, está el barrio Miramar, donde están las casas más ostentosas de la ciudad y donde se encuentran, en una sola manzana, casi todos los cooperantes internacionales, ONGs y algunas entidades del Estado.

Tumaco es uno de los municipios más grandes de Colombia, es la segunda ciudad más poblada del departamento, después de Pasto, y es uno de los puertos más importantes sobre el Pacífico colombiano. Pese a ello, se vive un ambiente rural, en donde la mayoría de las personas se dedican a la pesca, al cultivo de coco, palma de aceite, artículos de pan coger, como el plátano y frutas como el naidi, el ciruelo, la naranja, el chontaduro, entre otros.

Pese a no ser una ciudad estratificada, hay sectores donde se concentra el comercio, como es el centro de la ciudad; el sector hotelero, en El Morro; y muchas partes de la ciudad donde se advierte no se puede ingresar solo, como son Panamá, Nuevo Milenio, Viento Libre, Ciudad 2000. Ahí la pobreza y el abandono estatal han generado círculos de miseria, un verdadero caldo de cultivo donde el narcotráfico atrapa fácilmente los sueños de muchos jóvenes que no tienen más alternativa que ingresar a este horroroso negocio para poder obtener recursos.

Universidad abandonada (Foto: Jairo García).
Universidad abandonada (Foto: Jairo García).

 

Cruzando la Bahía de Tumaco, a 45 minutos en lancha, está Francisco Pizarro – Salahonda, una de las primeras poblaciones fundada por los españoles en nuestro territorio, el cual no pasa de 20 mil habitantes, sus calles en su mayoría son destapadas, no hay acueducto y alcantarillado y en donde la única muestra de institucionalidad es el edificio de la Alcaldía. Esto resume en parte también la situación en que se encuentran los municipios de la costa nariñense, formada por las subregiones Telembí, Sanquianga y Pacífico Sur.

La informalidad con que se vive es fruto de la desidia estatal, nacional y departamental, así como el fruto de una historia de economías extractivistas que han generado más daño que bien, sobre todo porque los pobladores nativos, en su mayoría afrodescendientes, seguidos de mestizos e indígenas Awá y Eperaras Siapidaras, han visto como esa economía ha generado riqueza para unos cuantos pocos, la misma que es llevada fuera del territorio, dejando a éste sumido en la pobreza, el abandono y un inmenso daño ambiental difícil de recuperar.

El concepto de ciudadanía tiene dos correlaciones muy claras, uno en referencia al ordenamiento jurídico-político, de tal manera que es ciudadano quien ha nacido en un determinado lugar; y otra con una acepción quizá más amplia, y hace referencia a lo ético-político, donde se hace referencia a los derechos y a los deberes que nacen de esa conexidad.

En estados donde se garantiza la democracia, es decir que hay no solamente una representatividad, sino también la garantía de la participación en las decisiones que competen a todos los ciudadanos, las dos acepciones anotadas conviven en completa armonía, ya que hay un Estado que garantiza la vivencia fáctica de los derechos que nacen de esa ciudadanía y, por otra parte, la asunción de los deberes que de ella surgen, como es el respeto a la diferencia, el cuidado de los bienes públicos, el apego a las tradiciones y a las singularidades que los forman como pueblos, por mencionar solamente algunas.

Desde luego, lo anterior no sucede en nuestro territorio. En Colombia la ciudadanía deviene de condiciones de clase y de estatus, una herencia hispánica cuya característica fue la exclusión, mediante el desconocimiento de las alteridades, del negro y del indio principalmente, la conversión a la fuerza de ideales éticos, confundidos bajo los preceptos de un catecismo religioso impuesto, así como de acceso a la riqueza, cuyas fuentes de producción estaban, y siguen estando, en unos pocos.

Daño a monumento parque La Tolita, Tumaco (Foto: Jairo García).
Daño a monumento parque La Tolita, Tumaco (Foto: Jairo García).

 

En el Pacífico colombiano, impera la informalidad, porque lo formal no ha existido, o cuando ha existido ha devenido en corrupción, porque la politiquería ha infiltrado todos los sustratos sociales, inclusive los culturales, hasta el punto de que lo que reina es una desconfianza de todo lo que tenga que ver con el Estado, principalmente, una desconfianza fundada en razones de peso que nunca acabaríamos por describir.

¿Cómo pedirles a los habitantes del territorio del Pacífico que sean buenos ciudadanos, si el Estado ha sido un mal estado para ellos? ¿Cómo exigirles que guarden normas que les son ajenas, leyes que los desconocen o parámetros que les llegan de afuera? ¿Cómo repensar el concepto de ciudadanía para fortalecer el nexo necesario entre el Estado y los particulares? Son preguntas que nos hacemos cuando meditamos acerca de los llamados constantes que se hacen, desde los medios masivos de comunicación, así como desde las plataformas estatales, cuando las supuestas conductas de los habitantes de estos territorios no encajan en las generalidades de un Estado que llama la atención, pero que no cumple.

No, la culpa no es de los pobladores cuando deben salir a buscar el sustento diario; cuando deben buscar agua potable o el alimento, ya que nadie se los va a dejar en las puertas de sus casas; cuando no hay las más mínimas condiciones para que miles de niños y jóvenes accedan a plataformas para su educación virtual, ya que muchos municipios no están interconectados, cuando las familias no tienen computadores, cuando las clases se toman desde un celular y cuando el estómago reclama el alimento.

Ser ciudadano, no es ser el “caballero” bonachón que usa bastón y corbata o la “dama” que saluda al entrar y al salir, que bota su colilla en la basura y vota cuando hay comicios; esas son manifestaciones, modos de civilidad si se quiere, pero la ciudadanía se ejerce cuando hay garantías de los derechos, solamente así es posible pedirles a los ciudadanos que aporten con su parte, por lo pronto, ese deber ser está y seguirá estando en entredicho.

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