Pazifico, cultura y más

Publicado el J. Mauricio Chaves Bustos

El Charco, fuerza telúrica.

Rio Tapaje, El Charco.

Era yo un niño cuando muy distante del mar, donde nacen las cordilleras para Colombia, una fría madrugada la vieja casona se estremeció, parecía que las gruesas paredes, hechas en cal y canto, no resistirían esa fuerza que llegaba de la tierra. En la radio anunciaban que el epicentro había sido en el municipio de El Charco, en la costa nariñense. Entonces no se hablaba de tsunamis, si no de maremotos, había sido de tal magnitud, decían en la radio, que había destruido al municipio y dejado muy mal a otros cuantos. Sostenido, junto a mis hermanos, en la humanidad de mi madre y con la seguridad que emanaba siempre en esa voz universal de mi padre, nos explicaba, algo ya calmado, dónde quedaba El Charco – Nariño.

Así supe de ese territorio. Muchos años después lo vine a conocer, a recorrer y a disfrutar. Lejos quedó ese 12 de diciembre de 1979, hace ya casi 30 años, sus pobladores recuerdan ese día, son cosas que se graban para siempre, esa es la fuerza telúrica, implica un estar permanente cuando el planeta nos recuerda lo frágiles que somos. Ya muchos años atrás el municipio había sido testigo de maremotos, como el de La visita, y de incendios que acabaron con el pueblo, pero no con su gente, no con la energía vital que corre por entre las entrañas de negros e indígenas que hay en su territorio.

Muestra de ello es la vitalidad que tiene hoy en día el municipio de El Charco, situado al norte del departamento de Nariño, epicentro de la zona Sanquianga para el comercio y el intercambio de toda clase de productos, incluidos los prohibidos, los malsanos que imperan en un territorio que a veces pareciera no tener ni dios ni ley. Pero ahí están los Mayores, están Tíos y Tías que recuerdan que hay una norma ancestral, la del respeto y el trabajo honesto, viven por ello con una dignidad que da verdadera envidia.

Cruzando la bahía de Tumaco, donde la lancha parece a veces un potro salvaje con el asco del freno, se interna luego en los manglares para avanzar por los esteros. Se avanza pasando por entre una naturaleza verdaderamente pródiga y buena, se escuchan aves y se presienten grandes animales por entre esos guandales. Se pasa Salahonda, y nuevamente el cruce de San Juan, donde otra vez la lancha se encabrita, para nuevamente tomar la pavimentada; en ocasiones el agua se vuelve tan calma, que se vuelven espejitos de agua, así lo llaman coloquialmente, entonces todo ese verdor se conecta en el trasfondo líquido cristalino, y el mundo se duplica en un reflejo de encanto. Avanzando por el Patía se pasa por Mosquera para continuar con el camino.

Sorprende salir del estero y entrar al río Tapaje, ya casi llegando a El Charco. Ahí hay una pequeña guarnición militar que controla la entrada y llegada de las embarcaciones. Y al frente, como por encanto, se extiende ese municipio que despertó tanto mi curiosidad en mi niñez; en el muelle siempre están los vendedores de pescado, cocadas, chontaduros y otros productos de la región. Hay también unas embarcaciones más grandes, como barcazas, que van con destino a Guapi y a Buenaventura, de tal manera que el muelle está siempre activo. Algunos niños corren felices para cargar las maletas de los viajeros, y no pocas veces se lanzan al agua, como pececitos, para refrescarse de sus faenas.

Algunas de sus calles están pavimentadas, otras no, y cuando llueve, que es casi todo el tiempo, el agua cae como una verdadera bendición, ya que tampoco este municipio cuenta con acueducto y alcantarillado, pero en los hoteles, de los que hay gran variedad, el agua nunca escasea. El edificio de la Alcaldía pareciera estar en ruinas, quizá por descuido administrativo; cerca está un pequeño templo católico, ya que el sincretismo religioso es muy fuerte en estos territorios, donde se veneran santos y vírgenes, tras de los cuales están los dioses tutelares africanos que nunca se han permitido dejar ir.

Por estar ubicado en un lugar estratégico, ha sido escenario de los intereses de narcotraficantes, disidencias de las Farc y de grupos al margen de la ley que han aparecido, atraídos por la riqueza que genera la coca, victimizando a muchos de sus habitantes, generando además desplazamientos hacia otros municipios y hacia otros departamentos. Pese a todo, en El Charco hay una felicidad que vuela por el aire, nada más grato que sentarse frente al río y tomar un buen viche, licor preparado a base de caña de azúcar, para así olvidar las penas y sentir que, pese a todo, la vida sigue.

La población rural está distribuida en las orillas de los río Tapaje y Sequihonda, viven de la pesca que se da en abundancia, aunque las prácticas deben ser mejoradas si se quiere conservar alimento para las futuras generaciones, así mismo la explotación maderera se hace sin tener en cuenta las recomendaciones técnicas para su conservación, además, parte del municipio conforma parte del parque natural Sanquianga, un verdadero patrimonio de vida.

Las comunidades negras están organizadas en Consejos Comunitarios, congregados en la Asociación de Consejos Comunitarios y Organizaciones Étnico Territoriales de Nariño –Asocoetnar-, quienes mantienen una constante lucha por el reconocimiento de sus derechos ancestrales; llama mucho la atención como las mujeres han logrado empoderarse dentro de las organizaciones comunitarias, después de conchar o de ayudar en los cultivos, acuden prestas a las reuniones para planear el futuro de sus comunidades, lo hacen generosamente, pese a que muchas veces sus peticiones o sugerencias no tienen eco en los gobiernos regionales, departamentales o nacionales, pero la constancia es su principal arma.

En el Charco se degusta uno de los mejores pescados fritos que puedan probarse, las manos diestras de doña Elvia Meza han recogido las mejores formas ancestrales para preparar mojarras, sábalos, barbudos y bocones; también, cuando hay algo de suerte, se puede probar la deliciosa carne de monte, aunque debo confesar el reato que siento cuando lo hago, ya que muchas de esas especies están en vía de extinción, sin embargo el conejo, la tatabra, el guatín, el armadillo, la zorra, entre muchas otras especies más, forman parte de la gastronomía territorial, son carnes sumamente costosas, ya que para cazarlas deben internarse al monte por varios días. También ahí probé uno de los tapaos de pescado más exquisito, el pescado fresco y el plátano, con algo de limón, son todo un encanto para el paladar, pero como no lo recuerda la poeta Juana Sinisterra Camacho, desplazada por la violencia:

En el río de Tapaje,

qué bonito se vivía,

y por sembrar la coca,

muchos han perdido la vida.

Ya se acabó la coca,

y también los platanales,

en el río ya no hay nada,

no se encuentran ni animales.

¡Ay! Dios mío, yo no podía creer,

que esto nos podía pasar,

que de su río Tapaje,

nos querían era sacar.

En el territorio está la comunidad Eperara Siapidara, indígenas ancestrales que conservan su idioma, su religión y su cultura, casi intactas; están distribuidas en los cabildos Vuelta el Mero, San Antonio, Santa Bárbara, Maíz Blanco, Morrito y Brazo Taijita. También bregan porque sus derechos sean reconocidos y respetados, aunque son minoría frente a los afrodescendientes, también éste es su territorio, han hecho de él su vida, su cosmogonía gira en torno a esa vorágine, atravesadas por hermosos ríos que han navegado desde la génesis de su historia.

Subiendo el rio Tapaje, a una media hora de El Charco, llegamos a Vuelta el Mero, nos recibe don Manuel Quintero, líder y profesor Eperara Siapidara; el lugar es algo idílico, están los niños jugando y hablando en su propia lengua, el pede, signo vital de cualquier idioma; las casas en madera y paja están simétricamente puestas una frente a otra, siguiendo el curso del rio; no hay parques, no hay plazas, porque ahí la naturaleza lo es todo, se ha adecuado el terreno para vivir según sus costumbres; los hombres encienden la hoguera para preparar los alimentos, luego vuelven a la reunión y las mujeres cocinan; tienen la Casa Grande, lugar de encuentros, la actual es construida gracias a la Cooperación Internacional, así lo atestigua una placa ubicada a la entrada de la misma; subiendo unos escalones, está todo dispuesto, hay energía eléctrica generada por motores, y unos grandes bafles y micrófonos están dispuestos para iniciar las reuniones.

Don Manuel es escuchado con atención, al igual que los Gobernadores y los Mayores, verdaderos sabios y orientadores de su pueblo, ellos toman asiento en el centro de la Casa Grande, a un lado se hacen los más jóvenes, las mujeres en otro costado, tratando de retener a los niños para que no interrumpan a los mayores; se saludan en su lengua, pero hablan el español perfectamente, aunque recurren a lo suyo cuando deben hacerlo. Me explican que ese lugar es donde se reúnen, donde celebran, donde danzan, unas cuantas botellas vacía dan cuenta también de los jolgorios que ahí se celebran.

Otra casa es dispuesta como comedor, ahí nos sentamos en el piso y recibimos el pescado y el plátano que han sido cocinados de manera natural, casi sin condimentos; algunos habitantes nos traen anones para la venta, un fruto un poco más pequeño que una guanábana, color amarillo, y con un olor y un aroma que harían las delicias del más exigente gourmet del mundo. El resguardo me permite reflexionar sobre lo diferentes que somos unos de otros, sobre lo variado y multicultural que es nuestro Pacífico, ahí conviven afrodescendientes e indígenas, compartiendo en el territorio común sus penas y sus miedos, pero también sus esperanzas y sus alegrías.

Navegar sobre el Tapaje cuando se acerca la noche es quizá una de las experiencias más sublimes sobre la tierra, el sol declina sobre el horizonte, y entonces el agua fluye lenta, casi imperceptiblemente; gaviotines, changos, zarapitos, surcan los cielos entre rojizos y morados, buscando sus nidos, vuelan y nos reflejamos en el cosmos, donde han empezado a emerger las estrellas y las chicharras a entonar sus nocturnas melodías.

Ese es el Charco, territorio telúrico que recuerda la fuerza que emerge de las entrañas de la tierra, pueblo amoroso y resistente a la violencia y al abandono, ahí hay siempre manos amigas dispuestas a recibir con gusto y a despedir con un adiós generoso, esperando el próximo regreso. Continuamos por el Tapaje, nos espera el Sanquianga para continuar nuestro viaje por este hermoso litoral recóndito.

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