Aquel 12 de diciembre de 1979, a las 3 de la mañana
Jamás olvidaré aquel 12 de diciembre de 1979. Vivíamos entonces en Ipiales, en una vieja casona ubicado en el centro de la ciudad, con unas paredes de adobe que medían más de un metro y que hablaban, por sí solas, de la antigüedad de nuestra vivienda. Todos dormíamos, de repente, a eso de las…
Jamás olvidaré aquel 12 de diciembre de 1979. Vivíamos entonces en Ipiales, en una vieja casona ubicado en el centro de la ciudad, con unas paredes de adobe que medían más de un metro y que hablaban, por sí solas, de la antigüedad de nuestra vivienda. Todos dormíamos, de repente, a eso de las 3 de la mañana, un terrible movimiento empieza a sacudir la casa, la ciudad, el mundo; mi padre y mi madre, con su tropa de hijos, nos conducen en brazos hasta el huerto, donde se cree es el sitio más seguro para todos; de repente, un viejo árbol de capulí cede y cae estruendosamente al piso. La tierra parecía bramar, un ruido emergía del fondo, era el nadir que quería convertirse en cenit. Inmediatamente, pasado el susto, fuimos corriendo donde mis abuelitos maternos que vivían frente a nuestra casa, estaban de rodillas, llorando, ambos recordaban los terremotos de Túquerres de décadas atrás, donde había vivido, y el miedo se había apoderado del hombre más fuerte que conocí sobre la faz de la tierra, mi abuelo Guillermo, y sobre la mujer más amorosa del mundo, mi abuela Leonor, una hermosa tuquerreña de pura cepa.
Pronto mi padre encendió el viejo radio Telefunken que nos conectaba con el mundo, porque entonces la internet y los celulares formaban parte de los Supersónicos, unos dibujos animados de corte futurista; así nos enteramos que el epicentro había sido en el Océano Pacífico y que poblaciones como El Charco y Mosquera habían desaparecido del mapa. Hablaban de un maremoto que había cubierto a todos los municipios del Pacífico nariñense, contaban que Tumaco había sido en parte arrasado, que islas como Bocagrande habían desaparecido y que cientos de personas habían muerto, primero víctimas del movimiento telúrico y después habían sido arrasados por gigantescas olas que terminaron por llevarse lo poco que había quedado en pie. En Ipiales, la primera casona de tres pisos, ubicada en una esquina del Parque La Pola, se vio seriamente afectada y el tercer piso tuvo que ser totalmente derribado.
166 kilómetros separan, en línea recta, a Ipiales de Tumaco, y se sintió con una fuerza terrible; hay registros de este movimiento en casi todo el occidente colombiano, en Bogotá y en otros rincones del país; afectó gravemente a la provincia de Esmeraldas en Ecuador y los efectos del Tsunami se sintieron en el Pacífico medio, llegando inclusive hasta Hawái.
Con el tiempo, puede conocer de cerca los testimonios que nos muestran la magnitud de la tragedia que vivió el Pacífico nariñense aquella terrorífica noche de diciembre de 1979. El movimiento telúrico tuvo como epicentro un punto del Océano Pacífico, a 79 kilómetros de Tumaco y a 17 kilómetros de profundidad; tuvo tres ondas expansivas, que se prolongaron desde las 2:59 am hasta las 3:04 am; alcanzó un grado IX en la escala de Mercalli y 8.1 en escala de Richter. Los puntos más críticos fueron San Juan de la Costa, totalmente arrasado y Guapi, también destruido. Algunos testigos afirman que después del terremoto, tres gigantescas olas, de casi 5 metros de altura, llegaron y arrasaron con lo poco que había quedado en pie. Algunas casas de madera, sostenidas sobre pilotes, soportaron la furia del movimiento, pero la fuerza del maremoto, hoy llamado tsunami, terminó por destruir los poblados. El terremoto se ocasionó debido al desfogue del cúmulo de energía ocasionado por el choque entre las fallas de Nazca y Suramericana.
Este maremoto, uno de los más grandes en la historia, arrasó con cuanto pudo, y lo que quedó en pie, como se ha dicho, fue rematado por el tsunami que le siguió. En El Charco, uno de sus viejos habitantes, a quien sorprendo mientras mira el horizonte sobre el rio Tapaje, dice: “Eso fue llevarse todo, aquí no quedó nada en pie, los que no murieron aplastados, murieron ahogados; yo vi como una mamá cargaba el cuerpo de su hijo muerto, mientras buscaba con desespero a sus otros hijos. Aquí esa noche Dios se olvidó de nosotros”. La tragedia rondaba por entre el Pacífico nariñense, caucano y ecuatoriano; el dolor se tomó los espacios que antes eran viviendas, calles y plazas, y las sombras de la noche aumentaban el terror; recuerdo ante el cual muchos aún se sobrecogen.
Lo más triste, fue que golpeó a un territorio incomunicado con el resto del país, con carreteras en pésimo estado, sin energía eléctrica, sin agua potable, con la comunicación de los esteros dañada, el territorio quedó por muchos días al amparo de su suerte. Las ayudas fueron llegando poco a poco, lo más oprobioso es que en Tumaco, que fue golpeada tremendamente por el maremoto, centro de acopio de las ayudas humanitarias, un famoso líder político las capitalizó para su beneficio personal; cuentan, quienes se resisten a dejar la memoria olvidada, que su finca se convirtió en lugar de despensa de todo lo que llegó de Colombia y otros países; ahí alimentos que terminaron pudriéndose, carpas que jamás protegieron a alguien, ropa y utensilios que fueron aprovechados en la próxima contienda electoral para comprar votos.
Las muertes, ocasionadas por el maremoto y el tsunami que le siguió, jamás se conocerán a ciencia cierta, ya que el censo más próximo tenía más de 15 años de haberse realizado, con toda la problemática que implicaba entonces adentrarse al territorio y hacer un ejercicio real. Sin embargo, los grupos de socorro, como la Cruz Roja y la Defensa Civil, trataron de hacer sus propios conteos, quizá muy alejados de la realidad, pero las cifras permiten conocer la magnitud de la tragedia:
EL Charco: 43 muertos, 300 heridos, todas las casas destruidas
San Juan: 161 muertos, todas las casas destruidas (268)
Mosquera: 12 muertos, 28 heridos, 20% de las casas destruidas
Salahonda: 1 muerto.
En total se habla de 259 muertos, 798 heridos y 95 desaparecidos. Otros informes hablan de 450 muertos y más de mil personas heridas, dos mil casas averiadas y tres mil destruidas.
Quizá el mejor testimonio que existe sobre esta tragedia la registró Tadeo Ospina, en un documental de 31 minutos, llamado: “Tan solo una vez, con eso basta, Terremoto de 1979”, editado en 2006, pero con una grabación realizada el mismo día de la tragedia en Tumaco; ahí se pueden apreciar los daños ocasionados sobre la infraestructura de la ciudad, especialmente sobre el Puente del Morro, que terminó separándose de sus bases en casi 60 centímetros; de igual manera el daño a las casetas en la playa de El Morro; se escucha a habitantes de la ciudad describir el pavor que ocasionó en todos el movimiento telúrico; inclusive se escucha el testimonio de unos campesinos sobrevivientes de San Juan de la Costa, uno de ellos manifiesta su temeridad al confesar que con su canoa puede alcanzar a huir a la fuerza del tsunami. Se alcanza a vislumbrar la destrucción de la Avenida de Los Estudiantes, así como los efectos sobre el puente de El Pindo. Sin embargo, la escena más conmovedora es ver como el cuerpo de una niña permanece atrapado por el concreto que cayó sobre una casa de madera. Los rostros apesadumbrados permiten entrever el dolor que sintieron los habitantes del territorio, golpeados por una verdadera tragedia inesperada en una noche decembrina.
Los expertos hablan de los terremotos que desde tiempos antiguos han azotado al Pacifico nariñense, inclusive se maneja la teoría que los miembros de la cultura Tumaco – La Tolita (700 ac a 500 dc), maestros orfebres, debieron abandonar el territorio debido a un gran cataclismo; muestra de ello son el Quesillo, que emerge imponente frente a la playa, y el Arco de El Morro, reductos de una formación rocosa mayor. Lastimosamente no existen registros escritos de terremotos durante la mal llamada Conquista y la Colonia; pero si hay registros de finales del siglo XIX y del siglo XX, aquí algunos de los principales:
1882, septiembre 7, magnitud 8 escala de Richter.
1904, enero 20, magnitud 7.8 escala de Richter.
1906, enero 31, conocido como La Visita, inició a las 10 am y tuvo una duración de 10 minutos, considerado uno de los 7 terremotos más violentos en la historia sismológica mundial, con una magnitud de 8.8 escala de Richter, destruyendo casi en su totalidad los poblados del Pacifico nariñense y ecuatoriano, sobre todo por el tsunami generado, sus efectos llegaron hasta las costas del Japón. Se habla de un aproximado de 1500 muertos.
1933, octubre 2, magnitud 6,9 escala de Richter.
1942, mayo 14, magnitud 7,9 escala de Richter.
1953, diciembre 12, magnitud 7,4 escala de Richter. Graves daños en Tumaco y en esmeraldas.
1958, enero 19, 9:09 am, 7,8 escala de Richter. Dejó un aproximado de 500 muertos en las costas de Nariño y Esmeraldas.
Como se puede apreciar, son numerosos los maremotos que han asolado las costas nariñenses; lo triste sigue siendo la desidia con que los gobiernos nacionales y regionales siguen manejando el tema; nunca se sabrá con precisión cuando puede generarse un terremoto, pero si es posible estar preparados y prever la acción devastadora que puede ocasionar en los municipios del Pacifico nariñense; los expertos hablan de la importancia de reubicar algunos poblados, cosa casi difícil en el territorio, máxime cuando la tierra es uno de los principales problemas, pero no imposible cuando hay voluntad política y dinero para invertir; en muchas ocasiones, las construcciones palafíticas disminuyen los riesgos de los terremotos, pero aumentan cuando se generan tsunamis, por eso se habla de crear mecanismos alternativos de construcción, salvaguardando los saberes ancestrales en el uso de la madera para las viviendas, que han demostrado ser favorables; hacen falta políticas públicas preventivas frente a los riesgos naturales, solo de esa manera se reducirá el impacto negativo y se salvaguardarán las vidas y las propiedades que se consiguen con tanto esfuerzo en nuestro Pacífico.
Los mitos y las creencias aparecen también con ocasión de los maremotos, mostrando así la forma maravillosa con que se toma a veces la vida en el Pacifico nariñense; algunos argumentan que tanto maremoto se debe a que los Culimochos -descendientes de blancos en el territorio, pero con actitudes y comportamientos de negros- practican la endogamia, y que por eso son castigados a fundar y refundar una y otra vez sus poblados en Boquerones, Domingo Ortiz y los Reyes; otros afirman que en 1906 el tsunami se detuvo a los pies del fraile Gerardo Larrondo de San José, quien había conducido al pueblo hasta la playa con la intención de que cesara el terremoto y cuyas aguas, que habían retrocedido casi kilómetro y medio mar adentro, se frenaron al encontrar al sacerdote con la hostia grande en sus manos; o el milagro en la posición de Salahonda en el maremoto de 1979, ya que hizo que las aguas del tsunami se desviaran y no la afectaran, ocasionando el desastre únicamente un muerto.
Hoy, 40 años después del terrible maremoto que asoló las costas de Nariño, Cauca y Esmeraldas, recordamos a las victimas de este insuceso; pero más allá, queremos llamar la atención del Estado para que se aborden acciones preventivas de verdad, enmarcadas en la cotidianidad y la cultura del territorio, con recursos efectivos para tomar acciones verdaderas que disminuyan los riesgos de los efectos de la naturaleza, ante quien nadie tiene ni el saber ni la fuerza necesarias para detenerla, esperando, eso sí, que nunca más vuelvan a aparecer los detestables gamonales políticos, que se alimentan de las tragedias y hacen de los horrores el cumulo de sus capitales.
J. Mauricio Chaves Bustos
Facilitador en procesos de diálogo para construcción de paz, escritor de cuento, ensayo y poesía, cervantista, gestor cultural.
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