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Publicado el J. Mauricio Chaves Bustos

Afrocolombianidad en tiempo de Covid-19

YOSELIN RIASCOS (Fot. Kadin Erder)
YOSELIN RIASCOS (Fot. Kadin Erder)

 

No conozco a Yoselín Riascos en persona, es una modelo a quien le escribí y le pedí que me contara algo de su vida, que me relatara algo del Pacífico colombiano que la vio crecer.

Coincide lo anterior con la celebración del día de la Afrocolombianidad, que casi siempre recordamos como el día en que un presidente blanco, José Hilario López, firmaba en Bogotá en 1851 la ley de manumisión, de tal manera que el 1 de enero de 1852 todo aquel que fuese esclavo en Colombia quedaría libre, lo realmente triste es que fue a los esclavistas a quienes se indemnizó y se dejó a los esclavos amparados a su suerte, sin siquiera pagarles o reconocerles todos los años de trabajo, mucho menos los daños causados, ya que la gran mayoría fueron maltratados, cuando no asesinados.

Yoselín es modelo profesional, pero como ella misma reconoce, no es un trabajo fácil, ya que se requiere contar con un capital, especialmente para estudiar y para acceder a las agencias de modelos. Nació en Cali, pero vivió en Tumaco gran parte de su vida. Quiso ser reina, pero esto implicaba costos muy altos que su familia no estaba en capacidad de cubrir. “Desde que mi mamá me dijo que ella también fue modelo, yo estaba más interesada en concursos de belleza que en ser modelo. Siempre he querido participar en reinados; y por supuesto ser reina. Entonces al darme cuenta de que para participar en este tipo de concursos se necesita de un gran capital para los gastos, desde allí decidí no seguir insistiendo para concursar y empecé a motivarme por el modelaje”.

Ella, gracias a su esfuerzo y dedicación, es una de las afortunadas, hay cientos, miles de afrocolombianos que sueñan con hacer realidad sus sueños, con poder estudiar, en trabajar en lo que realmente quieren.

Yoselín nos sigue contando: “Nací el 13 de Octubre de 1994 en la ciudad de Cali; tengo 25 años», siendo muy pequeña se fueron a vivir a Tumaco, ya que sus padres son de ahí, por eso dice sin ambages: “cuando me preguntan de dónde soy, siempre digo con orgullo que de Tumaco y las palabras nunca me faltan cuando hablo de mi tierra”.

Continúa Yoselín diciendo: “La riqueza cultural de Tumaco es muy amplia, que desde muy niña fui educada con la danza, la música tradicional, el canto, la gastronomía, la manera de vivir y de muchos otros aspectos. Por esta razón, desde que empecé el jardín, toda mi formación escolar y mi diario vivir, siempre hice parte de muchas actividades extracurriculares en la escuela de música, en agrupaciones musicales, teatrales, clases de canto, de baile, de tocar la guitarra, el bombo el cununo, el wasa, y la marimba”.

La cultura es la que salva a los afrocolombianos del tedio frente a la indiferencia con que son tratados por el resto de colombianos, inclusive por las mismas entidades culturales que, pese a que se ha tenido Ministras de Cultura afrocolombianas, los presupuestos siguen siendo bajos y el acceso a estímulos y convocatorias están diseñados de tal manera que son excluyentes y centralistas. Aun así en cada rincón del Pacífico colombiano se experimenta una rica tradición, saberes que se siguen transmitiendo de generación en generación, siendo esta una de las mejores formas de ganarle la batalla a todo lo que sucede en el territorio.

Siempre he querido participar en reinados y, por supuesto, ser reina. (…) No tuve la oportunidad de participar en reinados de carnavales, pero si una vez un comité me fue a buscar a mi casa para ver si podía aplicar como Señorita Nariño; yo estaba súper emocionada y contenta porque por fin podría hacer una gran representación de todo el Departamento, pero se perdió la comunicación”.

Nada raro, gran parte de los colombianos seguimos siendo racistas, un racismo estructural y solapado que cohabita en nuestra cotidianidad. No sobra recordar que la única Señorita Colombia que ha tenido Nariño era de Tumaco, perteneciente a las familias europeas que habían migrado al territorio. Esto muestra la manera con que se creó un imaginario de los territorios, en donde los preceptos de la belleza obedecían a cánones establecidos por las élites que, a la primera oportunidad, salían del territorio llevándose todas las riquezas ahí conseguidas y acumuladas.

A raíz del Covid-19 el Pacifico nariñense, especialmente Tumaco, viven una situación muy compleja, dada las condiciones de pobreza estructural que ahí existe, se refiere esto a la ausencia de acueductos y alcantarillados, al mal servicio de energía eléctrica, a la falta de interconectividad, a las pésimas condiciones de la educación y, sobre todo para el caso en concreto, las terribles condiciones de atención en salud que deben afrontar sus pobladores.

Ante la ausencia de unidades de cuidados intensivos en los hospitales de la región y frente a la ocupación del Hospital San Andrés de Tumaco, como es normal, se recurre al Hospital Departamental, que queda en la teológica ciudad de Pasto; alentados por algunos medios de comunicación, las redes sociales se inundaron de hechos discriminatorios contra los habitantes de este basto y rico territorio nariñense. Toda clase de frases xenofóbicas afloraron en las pantallas de miles de internautas. Olvidaron los serranos que gran parte de la riqueza del departamento se debe al conjunto natural y humano que hay en el Pacífico nariñense.

A Yoselín no le quise preguntar si ha sido discriminada, si ha sentido hechos xenofóbicos contra ella o los suyos, mucho menos le quise preguntar sobre esos actos racistas fruto de la pandemia. La verdad, sentí vergüenza ajena, vergüenza de los serranos que, con gran desdén y empacho van a pasar sus vacaciones a sus playas y ríos, dejando sus desechos sin remordimiento alguno. Vergüenza ajena de todos aquellos potentados que hicieron y hacen su fortuna con el usufructo del oro, de las maderas y del comercio. Vergüenza de esa casta añeja que muestra títulos y abolengos, conseguidos con el trabajo inmisericorde de cientos de esclavos que fueron forzados a sacrificar sus destinos para construir el de los otros, los capataces del desprecio.

Yoselín habla de su niñez y de su familia con amor y orgullo, “Cuando recuerdo mi infancia, me río de mí misma por todas las cosas chistosas, de todos los simples y buenos momentos que tengo en mi corazón y en mi memoria; todas esas experiencias me han ayudado a vivir junto con la enseñanza de valores que mis padres y mi familia en general me ha inculcado”, son esos valores los que muchos vemos, valores que nos permiten entender y comprender que no hay razas humanas, que hay es una única humanidad, que el color de la piel no determina esa condición, sino la vivencia de una ética que nos permita comprender al otro como un hermano.

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