Ha sido el conflicto bélico en el que más muertes se han producido desde la II Guerra Mundial. Marcó a una generación y sacó a varias a la calle. Dejó un largo poso en la cultura americana que nos disponemos a recorrer. Viajaremos por esta guerra con los medios que más nos gustan: los libros, las películas y las canciones que dieron Vietnam.
En el campo de batalla
A finales de los 60 y hasta la mitad de los 70, raro es el día que los norteamericanos no desayunaron con alguna foto o columna en la que se pusiera en entredicho la intervención americana en Vietnam. Y es que una parte importante de la guerra se perdió entre las columnas del New York Times y las imágenes que daba la televisión. El gobierno americano perdió el relato de la guerra y eso es muy difícil de cambiar.
Desde la descripción de una de las múltiples matanzas cometidas como My Lay, desvelada por Seymour Hersh hasta las impactantes fotos de niños corriendo por acción del agente naranja, todo confabulaba contra el gobierno americano. Hay que destacar a Hersh, un hombre que después sacó a la luz los malos tratos de Abu Graib en The New Yorker. O Los papeles del Pentagono en The New York Times, donde se desvelaba la situación real de la guerra que había ocultado el gobierno de Johnson.
Mención aparte merece el libro de Michael Herr, Despachos de guerra. Herr escribió la obra maestra literaria sobre Vietnam como reportero para Esquire. Retrató la angustia de aquella contienda en todas sus formas para la juventud americana. El periodista estuvo un tiempo en Vietnam, pero fue el suficiente para captar la atmósfera que rodeó al conflicto.
Aparece sin censura las matanzas cometidas por los soldados, la negación de la realidad e incompetencia de los oficiales americanos, los bombardeos en alfombra, el agente naranja o la eterna angustia de la guerra de guerrillas, donde el soldado está siempre a la espera del enemigo. Todo a ritmo del rock psicodélico de la época, con canciones de Hendrix, Los Rolling o The Doors.
El libro es tan bueno que dos de los mejores directores de la historia del cine contrataron a Herr para trabajar en su película: Stanley Kubrick y Coppola. Coppola mezcló el libro de Herr con un clásico de la literatura: El corazón de las tinieblas. Resultó una mezcla explosiva donde Martin Sheen se adentra en esta locura de guerra mientras descubre a Marlon Brando, el hombre al que tiene que matar. Es The End, es Apocalypse Now.
En la película de Kubrick sobre Vietnam, La chaqueta metálica en España o Nacido para matar en Sudamérica, es muy palpable la influencia de Despachos de guerra. Hay escenas y diálogos del libro que se calcan en la película. Tras la instrucción militar, se encuentran con un mundo todavía más salvaje. Después Herr haría un libro sobre su experiencia de rodaje con Kubrick, titulado precisamente Kubrick.
La retaguardia antibelicista
Aquellos años de Estados Unidos son muy movidos. Los negros han conquistado sus derechos políticos, pero queman el gueto por las discriminaciones raciales que todavía persisten. Las nuevas costumbres sociales se van abriendo paso poco a poco. La señora Robinson le abre la puerta a Dustin Hoffman, Dennis Hopper y Peter Fonda recorren Estados Unidos para llegar a Nueva Orleans mientras Dylan traiciona al folk al grito de Judas.
La droga, el rock psicodélico y los hippies pueblan una nación vieja que va a sufrir una transformación social radical. Se celebra Woodstock con Jeferson Airplane, Santana, Janis Joplin o Joe Cocker. Pero esa generación no sólo se dedicó a fumar marihuana y escuchar música. También se declaró antibelicista y se puso en pie contra la guerra de aquel momento: Vietnam.
Un buen cronista de aquellos días es Norman Mailler. En Miami y el sitio de Chicago retrató al partido de la corporación que eligió al inefable Richard Nixon para la presidenciales del 68. Los demócratas acudieron divididos a Chicago, donde eligieron a Hubert Humphrey como candidato ante la negativa del presidente Johnson a presentarse.
Frente al edificio de la Convención Demócrata, se concentran la Nueva Izquierda que se va haciendo vieja, los yippies que después darán tanto de sí en los 80, los hippies tribu urbana por autonomasia de aquella época, los cuáqueros y algún metodista y los comunistas en todas sus variantes. El alcalde de Chicago quiso poner orden, -su orden-, y todo acabó con detenciones, algaradas, barricadas quemadas y botes de humo.
Aquellos manifestantes eran los mismos que habían desfilado con Mailer en la célebre Marcha sobre el Pentagono del 67. Una marcha que terminó a palos -esto es un clásico-, con una foto de Bernie Boston para la posteridad en la que un manifestante pone sobre un fusil una flor. Mailer contó todo aquello en Los ejércitos de la noche, una novela escrita en forma de crónica que fue galardonada con el Premio Pulitzer.
Los héroes de guerra son matarifes
Al contrario de lo que ocurrió con la II Guerra Mundial o en Corea, no hubo flores ni mujeres en el regreso a casa, sólo algún lazo amarillo. O por lo menos esa es la visión que ha perdurado en las películas. En Nacido el 4 julio nos encontramos a un Tom Cruise que regresa a casa y al que le increpa la juventud en un desfile militar. No son héroes de guerra, son criminales.
Los hospitales de veteranos son lugares en los que se aparca a los hombres que ya no sirven. Hombres que regresan con graves trastornos psicológicos, como nos muestra la primera película de Rambo, con serias adicciones a las drogas y con todo tipo de amputaciones. Los que regresan vivos son los que más suerte tienen porque hubo más de 57.000 muertos por parte de los americanos.
Y la guerra rompe familias, amistades y proyectos de vida. Así ocurre en El cazador de Michael Cimino, donde un grupo de amigos de una acería se alistan y viajan a Vietnam. Dos días antes todos cazan juntos. Será la última vez que lo hagan. Uno morirá y el resto volverá, pero ya nada será igual.
Algunos regresan pero sus mentes se quedan en Vietnam. Las cosas no volvieron a ser como fueron. La guerra condena a los hombres y rompe lo que toca. Siempre se asocia con el amor, pero también puede hacerlo con la amistad. La guerra no diferencia nada a la hora de destruir.
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