Los hoteles siempre han sido un buen sitio para conocer gente interesante. Allí acuden todo tipo de personas que viajan por diferentes motivos y que han hecho escalas en sitios muy distintos. Si es un albergue en la ciudad de Bogotá, el paisaje todavía puede ser más variopinto.
Durante cerca de diez días estuvimos buscando casa. Mientras lo hicimos y hasta que resolvimos nuestra situación vivimos en el albergue. Como pasamos tanto tiempo e incluso mi compañera trabajó en el hostel, hicimos amigos allí. Siempre estábamos por el hostel. Era un buen sitio.
Conocías a todo tipo de gente. Viejos que recorrían Sudamérica en bicicleta, estudiantes o jóvenes que se pagaban la estancia trabajando en los hostales, buscavidas que encallaron en Colombia y sus placeres y pasó hasta un traficante de gemas, un tipo que vivía viajando y que se dedicaba a llevar las gemas de unas partes del mundo a otras sin pasar por las aduanas. Y en el camino, vivía.
En toda esa maraña de personajes, había uno que destacaba. Era norteamericano y le llamábamos The Doctor. El médico era el típico americano que se había hecho así mismo. A la vez que estudió Medicina, trabajó vendiendo por las casas lo que fuera. No debió ser fácil porque siempre te recordaba esa época. Cuando pasaban y pedían dinero los mendigos, decía que los colombianos tenían que trabajar más y dejarse de monsergas. Así era él.
Desde luego, el americano no conocía bien el país, o estaba aquel día de malas, porque yo me quedé impresionado con lo que se trabaja en Colombia. El chico que abría el supermercado cuando iba a las siete de la mañana a la universidad luego lo cerraba cuando volvía por la noche. También lo hacía el sábado, un día en el que casi todo estaba abierto en Bogotá. Vivía al lado del Instituto de Crédito del gobierno colombiano, el ICETEX. Recuerdo los créditos para pagarse la carrera que tenían que pagar los estudiantes, en los que el Estado actuaba como un banco más y ver entrar a familias enteras que estaban dispuestas a hipotecar la casa o avalar a su hijo para que hiciera carrera. Me parecía un paisaje lejano; ahora me parece bastante próximo.
Es verdad que también conocí la otra Colombia. Cuando estuvimos buscando casa, estuvimos esperando que acondicionaran una. La cuestión es que albañil tenía que hacer un par de arreglos, pero siempre nos daban largas porque no había ido a hacer las chapuzas que tuviera que hacer este hombre. Siempre tenía una obra, o cuando llegaba lo mandaban a casa porque llegaba borracho después de tomarse unas polas.
Volvamos al médico. The Doctor trabaja para una empresa americana de seguridad. Gracias a este oficio, había visto toda la mierda del mundo que podía y más. Había estado en Irak y Afganistán. Debía de ser verdad porque lo decían sus ojos. Si no te lo creías, llevaba siempre varias fotos en las que aparecían en una zona rocosa unos hombres con turbante, explosiones y él rodeado de marines emboscados. Entonces, te contaba cómo había sido atacados. Contaba todo lo que había visto en la carnicería de la guerra y con lo que le había tocado lidiar. Mutilaciones, quemaduras o heridas de bala. Siempre estaba reviviendo esos momentos.
¿Cómo sé todo esto? Porque él me lo contó. Se ponía a fumar -fumaba mucho- en una zona del hostel y allí contaba sus historias a todo el que las quisiera oir. Algunos se iban porque no podían aguantar. Normal. Yo también lo hice. Estar siempre recordando esos episodios es muy jodido, pero escuchar más de lo debido tampoco es recomendable. Yo me fui en un par de ocasiones; era demasiado para el cuerpo todas aquellas historias.
Tanta pena se la tenían que pagar. Y vaya que si se la pagaban. Alguna vez me suena que dijo que podía ganar hasta 1.000 dolares al día cuando estaba en campaña. Cuando estaba en el hostel, arrasaba con todo. Bebía como un cosaco desde primera hora de la mañana. Nunca lo veías bebido porque The Doctor tenía otro vicio: la cocaína. Todos los que habían compartido habitación con él decían que les había ofrecido un par de tiros. Un buen compañero de farra: pagaba todo y, cuando no volvía a sus problemas con la guerra, tenía muy buena conversación. Incluso a algunos de los que estaban en el hostel se los llevó durante un tiempo a una casa que tenía en la costa.
Pasaba de los cuarenta, pero te lo podías encontrar con chicas de veinte años. Mujeres guapísimas, auténticas bellezas. Un tío que se conservaba bien gracias al ejército, tenía dinero e invitaba a todo no podía tener problema para ligar. Así era. Una vez lo vimos hablar cinco minutos con una chica preciosa que no había hecho más que llegar. Deja la mochila y se fue con él. No aparecieron hasta un día y medio después.
Antes de ser un casanova, The Doctor se había casado con una colombiana. Alguien le dijo que le engañaba y que su mujer hacía fiestas en casa. El caso es que envió a varios hombres para recórdales a algunos asistentes a esas fiestas que no volvieran. No lo hicieron. Las amenazas por lo general, suelen ser efectivas en cualquier sitio. En Colombia, algo más. Después, se divorció.
Con el tiempo supimos que la historia de The Doctor no era algo nuevo para los colombianos. Muchos soldados americanos e israelíes, tras estar los dos años obligatorios en el servicio militar o simplemente terminar la carrera militar, se iban a Colombia para darse a los vicios. Unos pocos días después de que llegáramos, la Policía entró en varios locales de la zona que eran exclusivos para esta gente y liberó a algunas mujeres que estaban allí encerradas. Obviamente, el médico no tiene que ver nada con esto, pero no es el único que perdió los estribos en Colombia.
En Nacido en el 4 de julio era México, pero supongo que habría demasiado gringos y los más sibaritas buscaron otros lugares para gastarse la pensión de veteranos y darse a la mala vida. En España, nos pasa con la gente de los países del Norte de Europa en el Mediterráneo que viene a darse todo tipo de de placeres. Cuestión de gustos.
En Twitter: @Jarnavic