Cuando vine a Inglaterra y me puse a buscar trabajo una de las cosas que más me llamó la atención fue la importancia que tienen aquí las recomendaciones. Para toda oferta que se precie hay un apartado en el cuestionario en el que se pide a dos personas para que cuenten cómo eres a la hora de currar.
Los ingleses lo tienen muy en cuenta. Llaman y pueden llegar a preguntar inquisitivamente sobre tus vicios y virtudes. Me los imagino como en la escena de Blade Runner en el que a una de las protagonistas le interrogan para saber si es un replicante. En este caso buscando saber si te dejas explotar con facilidad y estás dispuesto a todo por su empresa o si eres un jeta redomado.
Al principio, era algo de lo que pasaba bastante. Me recordaba aquella recomendación que me exigieron en la Universidad del Rosario cuando fui a estudiar a Colombia. Le pedí el favor a una profesora. La redacté yo mismo y después se la llevé para que la firmara. Asunto terminado. Una formalidad menos dentro del largo papeleo que tuve que hacer para irme a Latinoamérica.
Fue una de esas estupideces que copiamos de los países anglosajones y que pierden su sentido por cómo somos los latinos. Pero amigos ¡Qué diferente es Inglaterra! Aquí la gente se toma en serio estas cosas. Son determinantes a la hora de acceder a muchos puestos de trabajo e incluso para las cuestiones más rutinarias necesitas una referencia.
Cuando llegué aquí recuerdo que miré varias casas. Cuando elegí una, fuimos a formalizar el alquiler de mi habitación. La propietaria de la casa habló con mi amigo Pedro para que le contase lo bueno que era y que no pensaba quemarle el chiringuito. Después de una serie de preguntas estúpidas sobre mí, la propietaria le advirtió que si pasaba algo él respondería por mis actos.
No le di más importancia. Por fin tenía techo y punto. Pero cuando fui a una de las agencias de trabajo que tiene Oxford, me volvieron a pedir referencias. Estaba recién llegado a la ciudad y al país, así que lo único que le pudé decir es que sólo tenía un par de amigos. Fue uno de esos momentos en lo que te das cuenta de lo que es empezar de nuevo.
Hace tiempo estaba un grupo de españoles en Oxford. Por el grupo había todo tipo de conversaciones. Las más comunes eran sobre si había alguien por el centro, para tratar de quedar y tomar algo o coleccionar vídeos estúpidos o sexuales del cuñao de turno. Pero también surgió un problema por la recomendación que había dado una persona de otra que también pertenecía al grupo.
Los que venimos de nuevas no entendemos la importancia que tienen las referencias. Cuando estás fuera te sueles juntar con gente de tu país, pero normalmente son relaciones cortas; no conoces profundamente a las personas. Sabemos muy poco de la otra persona, pero empatizas fácilmente con ellas porque están en una situación parecida a la tuya.
Todos hemos tenido problemas para abrir la cuenta, hemos pasado por el Job centre, hemos buscado como loco una habitación que sea barata y cerca del centro o no hemos entendido mucho de lo que nos decían los primeros meses. De todo ello surge un sentimiento común: estamos juntos en esta mierda o aventura, según el sentido que usted quiera darle de sufrido expatriado o de heroico emprendedor.
Pero hay que ser conscientes de que son relaciones un poco artificiales. Cada uno es de su padre y de su madre y en tan poco tiempo no se conoce realmente al que tenemos al lado. Y aún así, hay gente que recomienda a gente con la que tiene poco en común o que le manda fotos de cómo se ha quedado dormido en el trabajo. En otras condiciones no lo haría, pero en estas circunstancias especiales lo hace.
Y pasa lo que tiene que pasar. Hay algún problema y no sólo te echan la bronca a ti, también a la persona que te recomendó. En el caso que nos ocupa, los echaron a los dos. La agencia dijo que había tenido problemas con una de las personas y que iba a optar por no renovarlos ya que el otro había sido quien lo había recomendado.
¿Por qué me enteré de todo esto? Porque en el grupo de WhatsApp en el que yo estaba y no conocía a nadie, empezaron a desmenuzarlo todo. Imagínese uno de esos grupos con gente que ni le va ni le viene y en el que dos se ponen a llamarse de todo. A tratarse puta y cabrón para arriba. Eso sí, fue un buen divertimento para la tarde. Mejor que los bodrios nórdicos de Antena 3.
Se lo pensaran para la siguiente vez. Yo también he empezado a cuidarme de a quien recomiendo.