Parsimonia

Publicado el Jarne

La Francesita

Hace un tiempo que llevo dándole vueltas a esta entrada. La verdad es que tenía preparado uno de esos textos analíticos sobre el Brexit o historias de Inglaterra, pero para eso siempre hay tiempo. Escribiré para y sobre una de las mejores personas que me he cruzado en la vida: La Francesita.

La conocí en uno de los sitios en los que trabajé. Hizo un máster en relaciones internacionales y al final tenía que hacer unas prácticas. Echó su curricúlum en varios sitios y al final le concedieron una beca en Madrid por tres meses. Podemos decir que amaba España. Había estado antes de Erasmus en Granada y se quedó prendada del país.

La verdad es que vi las curvas que tenía y me quedé enamorado. Madre mía, que bombón. Y siempre sonreía. Recuerdo que el sitio en el que estaba era una mierda. Se supone que estaba de becario y alguien tenía que tutelar mis prácticas. Pero mi supuesta jefa tenía cáncer, así que me asignaron a otra persona mientras ella estaba enferma.

Mi jefa sobrevenida sabía mucho sobre proyectos solidarios, pero para ella la comunicación era una completa desconocida. La anterior becaria había dejado un mensaje de despedida y 25 carpetas con documentos diseminados. La organización tenía varias cuentas en las redes sociales y recuerdo que cuando terminé mi beca -y fueron 5 meses- todavía había perfiles a los que no había podido acceder.

No había mucho que hacer porque no había nadie que me dijera qué hacer. No tenía ni tengo mucha idea sobre periodismo institucional, así que me aburría y frustraba, según lo que tocara el día. Tenía un humor de perros.  Y ella estaba en una situación parecida porque no tenía un cometido claro. Se puso a ordenar papeles y carpetas o redactar gilipolleces. Y pese a todo, sonreía. Tenía un saber estar en la vida que me maravillaba.

No recuerdo lo que hice para quedar con ella. Algo inventaría. Un concierto, tomar cervezas o lo que fuera. Terminamos liándonos. La verdad es que para mí era algo mágico. Íbamos a mi colección de bares cutres y le encantaban. Proponías algo y si podía, se hacía. Y si no, no. Nunca se enfadaba y sabía cómo solucionar las cosas. Tenía una gran inteligencia emocional o, simplemente, era una mujer.

Duro poquito, pero me enseñó que podía haber otros amores. Más tiernos, menos caníbales. Apasionados, pero siempre basados en el respeto en la otra persona. Escuchábamos flamenco y la copla, pero las pasiones indomables y los amores imposibles se quedaban en las canciones. Más tranquilos, más del día a día y los pequeños detalles.

Al final, el tiempo pasó rápido. Recuerdo que miraba con pavor el calendario y veía pasar los días. Llego principios de agosto. Durmió la última noche conmigo. Le planteé que siguiéramos, pero no lo veía. Lloró. Cogió un avión y se fue a París. Una vez más fue bastante más madura que un servidor porque ella sabía que todo se había terminado y yo, no.

Pasados unos meses, volvió un fin de semana. Seguíamos hablando, pero ella tenía claro que vino a visitar a un amigo. Nos acercamos a los sitios en los que estuvimos. Después, hablamos. Allí comprendí que todo se había terminado. Lloré. Con el tiempo, lo he visto como un día en el que me hice más viejo. También fue uno de esos días en los que aprendes a valorar lo que tienes y lo que has tenido.

Decía Sabina en Peces de ciudad: «En Comala comprendí que al lugar donde ha sido feliz no debieras tratar de volver». A partir de ese día empecé a hacerle caso. Supongo que ella es una de las tantas personas que uno deja atrás en la vida. Eso sí, siempre le agradeceré que me enseñara otra forma de amar y de ser. Porque me abrió los ojos y cada uno tiene que hacerlo por sí mismo, pero sin ella hubiera sido más difícil. Muchas gracias, Francesita.

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P.D: Bueno, Francesita. A mí me tocó llorar cuando lo escribí. A ti te toca llorar cuando lo leas. Así es la vida.

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