Parsimonia

Publicado el Jarne

‘El poder del perro’ o la droga que sostiene el arma

Tras leer un par de reseñas sobre El poder del perro y El cártel de Don Winslow me decidí a leer en primer lugar la segunda novela, a pesar de que era una secuela de la primera. Reconozco que esta decisión no solo estuvo motivada por lo que pude atisbar al leer dichas reseñas, sino también porque El cártel era una novela más reciente y más fácil de conseguir en cualquier librería. Conseguí El poder del perro rastreando librerías madrileñas de segunda mano hasta encontrar un ejemplar de la colección Roja y Negra (Random House) dirigida por el escritor argentino Rodrigo Fresán.

Hay que decir que la decisión, a pesar de tener una gran parte de componente aleatorio, fue una de las mejores que pude tomar a la hora de gestionar mis lecturas. El cártel habla de la quizá mal llamada guerra contra las drogas, y aunque se superponen historias que confluyen, y se alejan para volver a coincidir, uno no tiene la sensación de que existan capas tan definidas superponiéndose como en El poder del perro.

Ello no se debe a que, como suele decirse, se noten las costuras de los géneros, de los discursos o en este caso de las distintas historias, sino que la trama impone esta característica. En El poder del perro se habla de las drogas y la guerra contra las mismas como consecuencia de y a la vez dando lugar a la lucha por los intereses geopolíticos de Estados Unidos en contra de la Unión Soviética en América Latina en lo que llamaron la lucha contra el comunismo, y la guerra contra el terrorismo, simultaneada brevemente con la Guerra Fría.

No obstante, si en El cártel el autor realiza una labor encomiable -por su exhaustividad- de documentalista, de historiador, de periodista sin abrumar al lector, tan solo mostrando el fruto de una investigación que a todas luces se adivina titánica, en El poder del perro este esfuerzo es mucho más palpable con diferencia, resultando una novela sin duda más densa. Eso sí, no hay que asustarse. No incluye notas al pie ni al final, ni apéndices documentales. No es un ensayo, es una novela que absorbe y entretiene siempre que se cuente con el tiempo suficiente para una lectura continuada, porque si no es muy fácil perderse.

Con el tiempo suficiente mencionado, se consigue que la novela enganche desde el primer momento y el ritmo narrativo, típicamente de thriller, hace que se lea como quien ve una película de acción bien construida. Sigue el principio de la colección Roja y Negra que apuesta por libros «donde la sangre no se derrama en vano». Es posible que se deba a la propia experiencia de Don Winslow como guionista de televisión.

El ritmo en la narración es también la clave para que los monólogos con una elevada carga existencial que mantienen los personajes en sus pensamientos no resulten forzados o tediosos. Lo mismo ocurre con diálogos memorables donde los personajes se convierten en arquetipos, casi en alegorías de una representación del Corpus Christi en el Siglo de Oro (el siglo XVII español).

Buen ejemplo de esto es aquel que se produce por ejemplo entre el estadounidense de ascendencia mexicana Art Keller, de la DEA, y John Hobbs, jefe de la CIA para Centroamérica, donde choca la lucha contra la delincuencia común y el tráfico de drogas casi a cualquier precio con la lucha contra el enemigo ideológico y geopolítico a cualquier precio. Se plasma también en el libro un doble rasero en la política internacional de Estados Unidos durante la Guerra Fría en América Latina.

Esta política de doble rasero se traslada a la lucha contra las drogas. En una novela donde se atisba esa capacidad del autor para documentarse, cuesta en ocasiones distinguir dónde empieza la ficción y acaba la realidad, aunque tiene que ser difícil para un escritor estadounidense, aun relatando ficción, presentar una imagen de la Administración de su país consintiendo o incluso facilitando que grandes narcotraficantes muevan la droga mientras esta sirva para financiar a las contras nicaragüenses o a los paramilitares salvadoreños y colombianos.

De hecho, Art Keller, en su lucha sin cuartel contra el traficante de drogas mexicano Adán Barrera, solo consigue una mayor implicación del  Gobierno de su país, particularmente de la CIA, cuando la DEA se entera de que Barrera está haciendo tratos con las FARC en 1997: un fusil por cada kilo de cocaína que la guerrilla le permita sacar de su zona, un lanzagranadas a cambio de, al menos, dos kilos.

En ese punto de la historia, otro diálogo a destacar se produce entre Barrera y Tirofijo (sí, en este caso  Winslow coloca el nombre de un personaje real), cuando el colombiano, a la vez que busca un trato favorable con el mexicano, trata de forma insistente de marcar las distancias con él porque, según Tirofijo, los fines de uno y otro son completamente distintos.

Por último, el personaje más irreal de todos, que parece hecho a retazos para encajar a medida en la trama, es sin duda Sal Scachi. Exboina verde y exagente de la CIA en Vietnam, pasa a engrosar las filas de la mafia al volver a Estados Unidos. Carente de un bagaje ideológico concreto más allá de un anticomunismo impreciso pero visceral, y el hecho de considerarse a sí mismo católico, tiene conexiones con el Opus Dei, la Orden de Malta y el sector más conservador de la jerarquía eclesiástica mexicana. Parece hallar la realización plena cuando combina la capacidad para mover drogas de la mafia con la financiación de las contras y otros grupos de extrema derecha.

No obstante, que sea producto de la ficción en su totalidad no le resta verosimilitud. Bien podría ser uno de estos individuos que se encuentran en el sitio exacto y en el momento preciso para situarse en el ojo del huracán de la historia de varios países en un momento muy específico.

Por: Joaquín Pi Yagüe

 

 

 

 

 

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