Pareidolia del Sur

Publicado el Pareidolia del Sur

Viaje al Norte

Por Maximiliano Marat.*

 

El maravilloso viaje de Nils Holgersson, de Selma Lagerlof (Suecia).
El maravilloso viaje de Nils Holgersson,
de Selma Lagerlof (Suecia).

 

Eran las tres y un minuto de la mañana cuando el profesor Rogelio Martínez se despertó. Caminó a ciegas por el pasillo hasta alcanzar con su dedo índice el interruptor y prender la luz. Mientras encendía la estufa, una rara sensación en la garganta lo afligió. Se preparó una taza de café oscura y espesa, que seguro le  mantendría despierto para trabajar, caviló. Desde la noche anterior había preparado cuidadosamente sus clases de poética germana y lenguas escandinavas, labor que lo complacía.

Sin embargo, la percepción lo abatió hasta recogerle el corazón. Al poner su escasa cabellera de nuevo en la almohada, la exaltación que le sobrevino fue intensa. Rogelio tomó con ambas manos el edredón y se encogió buscando consuelo. Él jamás había ido al Norte, a ese mundo gélido e inalcanzable para un cachaco. Los fiordos se le figuraban tan imposibles como la brisa marina en el puerto de Bergen, las quimeras de Ibsen, tantas veces mentadas para conjurar el aburrimiento matinal, o las historias de Selma Lagerlöf que desde niño le arrebataron el sueño. Todo lo que añoraba lo sometía a una sentencia insoportable. No cabe duda, Rogelio era víctima del mal de tierra.

La vida del profesor era un montón de recuerdos aglutinados alrededor de la ilusión de participar en el Yggdrasil. El día que decidió estudiar filología alemana saboreó una desazón agridulce, producto, tal vez, del hecho de haber contradicho al abuelo Anastasio. Con severidad, el viejo le había exigido inscribirse en economía. Por otra parte, estaba profundamente seguro que aquella decisión era un falso aliciente que apenas dispersaba el lacerante deseo de lanzar al carajo la condición de colombiano.  No por las baladís excusas instrumentales que abundan en el trópico, pensaba. Sencillamente su alma le pertenecía a otros dioses, a otras vidas que habían conocido el furor de la guerra nórdica y el amor por las ninfas.

Rogelio estaba harto de miserias. Los ciclos de eternidades gloriosas en la Valhalla se habían roto por el azar inmisericorde que lo arrojó a un mundo desconocido. Su aliento cada vez más escaso y convulsivo comenzó a dar muestras de gravedad. Su determinación de resistir cedió con cada imagen que le advertía la distancia espiritual de las orillas del mundo escandinavo. Rogelio, huérfano de bosques y de bruma, degustaba su dolor mientras una efervescente sensación de libertad se apoderó de su mente.

En otras circunstancias, las secuelas de aquella noche habrían sido una borrachera acompañada por gente que apenas conocía de la universidad, o una visita a sus padres; quienes a pesar de acogerle con cariño, de nuevo le echarían en cara la improductiva vida que llevaba. Pero, las consecuencias de pasar la velada en casa fueron contundentes: una decisión empezó a brotar rápidamente en el pecho de Rogelio. Acaso ¿era posible que fuese de otra forma? Pudo levantarse con los ojos empantanados y abrir el ordenador para consolarse con algún video o una foto. Pudo revisar sus libros uno por uno y pasar la madrugada en vela evocando una patria ajena. Rogelio era consciente que nunca se acercaría a la esencia polar de un paisaje que le estaba vedado para siempre. Ni las sagas del vikingo y las prodigiosas epopeyas de Wagner tendrían sentido en su rutina de profesor en Bogotá.

A las cuatro y un minuto, después de rasgar sus entrañas con sollozos inútiles, Rogelio se subió a la ventana. Con los ojos cerrados y los brazos extendidos, emprendió su primer y último viaje al Norte.

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*Colaborador

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