Pareidolia del Sur

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La dictadura de los sabios

Por Maximiliano Marat*

“La ilustración es el primer derecho de un ciudadano en una democracia” Benjamín Herjar.

"Nueva democracia" de David Alfaro Siqueiros, México.
«Nueva democracia» de David Alfaro Siqueiros, México.

Hace unos días asistí a una exposición de arte, que conmemoraba el natalicio de una pintora local con la presentación de sus obras inéditas donadas a la administración del municipio. El evento prometía un recital de música folclórica. Desde el principio noté un halo enrarecido sobre los individuos que acechaban el lugar, sus posturas parecían ceñidas a un libreto ensayado una y otra vez. Los diálogos se desarrollaban en una rebuscada jerga constituida por palabrejas premeditadas y discursos pomposos. No pude soportar esa presión de sentirse ajeno, diferente, desubicado. Apenas presentí que me estaba comportando de manera torpe y asustadiza me marché sin siquiera escuchar la primera pieza musical.

Otro día, de paseo por la capital, visité el Museo de Arte Nacional. En él hay un pabellón con una colección de cuadros de Picasso. Al otro lado de la sala una joven de unos veintitantos años caminaba desinteresada con un bebé en sus brazos. Sin darse cuenta se detuvo muy cerca a uno de los valiosos lienzos, el pequeño lanzó un manotazo a la pintura que de inmediato prendió las alarmas en el museo. Un guardia colérico condujo a la muchacha fuera del cuarto, mientras que ella muy digna alegaba que todo había sido un accidente. Cuando el guardia se marchó y finalmente la joven se vio libre de toda culpa exclamó con desdén: “será que me lo voy a robar, pa’ lo lindo que es el cuadro”.

Estas dos anécdotas representan la polarización cultural de mi país, Colombia.

Somos una sociedad tan desigual que los placeres del arte y la ciencia están reservados para una casta de burgueses pedantes. Ellos han creado un mundo intelectual que orbita en torno a cafecitos y barcitos, donde se congregan de manera litúrgica a hablarse de lo inteligentes y sofisticados que son. Se apropian de lo que les parece muy original y curioso para dotarlo de una mística vulgar. Cada canción, libro, película o artista que parezca ‘muy estupendo’ es objeto de los más densos y enigmáticos parloteos. Se desparraman en banalidades y terminan por citar, citarse y refundirse en sus propias divagaciones.

En la otra orilla están la mayoría de mis conciudadanos, a quienes parece importarles un pepino las alegrías del conocimiento. Primero porque el mercado del entretenimiento les ofrece una manera más sencilla, accesible y monótona de diversión: la televisión y el internet como ejemplos contundentes. Segundo, porque la casta de los sabiondos les ha cercenado la posibilidad de apreciar los bienes de la cultura a través de referentes de lo que según ellos debe ser un auténtico intelectual.

Lo anterior produce dos consecuencias nefastas: la autocracia de los eruditos fanfarrones y la ignorancia despreocupada de las masas. Para contrarrestar los efectos de esta polaridad es necesario desmitificar el conocimiento y hacerlo parte esencial de la vida. El papel de la universidad en esta causa es fundamental, ya que es el espacio público por excelencia donde se forma ciudadanía mediante el dialogo y el reconocimiento del otro. Del rencuentro de la universidad con la comunidad se construye una sociedad política y económicamente justa a través del libre acceso al arte y la ciencia.

No hace falta ser un literato, tener un blog y hablar bonito para entretenerse con un buen libro. Hay que forzar a los intelectuales, académicos y artistas a salir de las cavernas y de su antipática egolatría, para que coloquen el esplendor de la cultura en las calles, al alcance de todos y con palabras sencillas. Desde chicos se nos enseña una idea básica de alegría relacionada con la acumulación de bienes materiales. En cambio el arte y la ciencia nos ofrecen un mundo maravilloso de diversas tonalidades y colores, donde el potencial humano es liberado en provecho de toda la comunidad. En este sentido es imperativo poner en marcha un proceso democratizador de la cultura y el placer, acorde con el ideal del “pueblo ilustrado”, sujeto político que hace posible pensar en una sociedad verdaderamente democrática e igualitaria.

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*Con este texto, Maxi Marat se despide de nuestro blog. Agradecemos sus entradas, ideas y cagadas.

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