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Dos celebridades en busca de sentido

Tanto Tomás González como Lionel Messi son tipos ajenos a la parafernalia y el brillo de los escenarios públicos. Ahora bien ¿por qué estos hombres terminan dando entrevistas, firmando libros y balones, promocionando la venta de algo, cuando su quehacer es uno solo -el de escribir o el de hacer goles-?

Por Quim Rabinovich*

La verdadera obsesión de Lionel.

La verdadera obsesión de Lionel

Tomás González es quizá uno de los escritores vivos más notables de Colombia. En una entrevista que tuve la ocasión de presenciar en Buenos Aires, le preguntaban acerca de su obra. Además de la sencillez y brevedad de sus respuestas, pude notar otra cosa: la dificultad que tiene para romper su propio silencio. Hacerlo hablar fue, para los interlocutores, una verdadera hazaña. A medida que iban pasando las preguntas, su expresión se distendía y cerraba constantemente: no se podía decir, a ciencia cierta, cuándo estaba a gusto o incómodo.

Luego de investigar entendí la situación. González es un tipo que vivió en Nueva York casi veinte años y antes fue el barman de un antro salsero llamado El Goce Pagano, que por cierto fue muy famoso en Bogotá. Cuando regresó a su país, en lugar de vivir su creciente fama en la capital colombiana, bajo el sello editorial Alfaguara, decidió aislarse en una finca a unas horas de la ciudad. Allí practica meditación y lee de manera digital. Lo cual indica que su distancia no es una contradicción personal con el progreso, el reconocimiento o la tecnología. Es mutismo puro, de un tipo que se dedica a lo suyo: escribir.

Por otra parte, hace unos días, Andrés Neuman publicó un texto acerca de Lionel Messi, el crack del fútbol argentino (subcampeón del mundo con su país). Neuman afirma que hay que mantener a Messi en su justa proporción y evitar pedirle cosas que no es. Messi definitivamente no es un tipo que goce de su fama, ni tampoco un modelo de portada. Un tipo callado, parco y que a veces, incluso, luce inconsciente de su rededor. Un argentino pendiente de la esférica y no de las cámaras. Es cierto –ustedes me dirán- que sale en las revistas, en las propagandas, en las papas fritas. Pero hay una gran diferencia entre David Beckham y Lionel Messi, al menos en este rubro: mientras el inglés es un astro y un divo, el argentino es más jugador de fútbol que otra cosa, y el resto, pienso, le estorba.

Los dos ejemplos son dicientes. Tanto González como Messi son tipos ajenos a la parafernalia y el brillo de los escenarios públicos. Ahora bien ¿por qué estos hombres terminan dando entrevistas, firmando libros y balones, promocionando la venta de algo, cuando su quehacer es uno solo -el de escribir o el de hacer goles-? La respuesta radica en la difícil situación que atraviesan el fútbol y la literatura, intervenidos por la necesidad de crear dispositivos económicos de poder y dominación alrededor de sus principales representantes.

Para nadie es un secreto que la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) y las grandes editoriales tienen intereses particulares que van más allá de la promoción deportiva y cultural, respectivamente. Uno de ellos es, –gracias a la creciente globalización y mercantilización de cualquier cosa- promover la imagen pública de los futbolistas y escritores destacados, para que cada vez sean más populares, reconocidos y aclamados; lo que, dicho sea de paso, aumenta los ingresos de las entidades referidas. Si eres Mario Vargas Llosa o Cristiano Ronaldo no hay lío, seguramente estarás de acuerdo con ese funcionamiento, pero si eres Lionel Messi o Tomás González, la cosa cambia.

Fotografía: Jairo Ruiz Sanabria. Entrevista a Tomás González en El Malpensante.

Fotografía: Jairo Ruiz Sanabria. Entrevista a Tomás González en El Malpensante.

El sistema creado en la contemporaneidad, donde si eres escritor o futbolista por ende eres una celebridad, margina las posibilidades de hermetismo y libre desarrollo de la personalidad de los suscritos. Incluso puede generar intromisiones en su intimidad. Los medios sensacionalistas no pueden evitar escribir sobre la novia del futbolista del momento, sus hijos, los carros que tiene, las poses que hace o la canción que escucha todo el día. A su vez, otro tipo de publicaciones, quizá apegadas en exceso a la búsqueda de una ‘identidad cultural’, escatiman gastos en entrevistas insulsas donde en nada se cuestiona a los escritores sobre sus obras, sino acerca de asuntos que, posiblemente, ni les interesan: por quién va a votar, si se lanzaría a la presidencia, si saca a pasear a sus nietos. A veces, los periódicos y revistas llegan más lejos, revelando aspectos personales que no tienen que ver con su profesión.

En todo caso, esta es solo una parte del problema, puesto que las necesidades del mercado han hecho que un profesional –de la literatura o de la pelota- se vuelva, además, un objeto de consumo. Esta dinámica empresarial le ha producido mucho daño tanto al fútbol como a la escritura, pues sus fines (inocuos) se pierden en las enormes ganancias que reciben los managers, editoriales y agentes de comercio. El estadio lleno, las gambetas, el gol en el último minuto, la genialidad del astro que ha dejado en el camino a cinco rivales; la prosa limpia, el estilo controlado, el valor de una narrativa propia; ambas historias, que parecen deslindadas, convergen en que son opacadas y olvidadas por culpa de intereses privados que no se relacionan con su naturaleza. Una verdadera estupidez.

De tal suerte que exigir todo esto –sonrisas a las cámaras, entrevistas amenas, firmas por doquier- me parece una desconsideración con la diferencia. Y tal es así, que tanto a González como a Messi seguro les han pedido que aumenten ese ánimo, dejen las caras largas y aporten a su ‘vida pública’. De lo que no se percatan los empresarios, agentes, editoriales, admiradores y lectores, es que ellos no quieren esa subsistencia que les ofrecen. Solo quieren patear o escribir, según sea el caso. Y eso debería ser suficiente: enfocarse en el movimiento de la pelota y en la armonía de la prosa.

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*Editor y colaborador.

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