La soledad es el resultado de una serie de ausencias, de vacíos, de negaciones; acaso el estado más puro del hombre. Pero puede ser también una determinación. ‘Razones para destruir una ciudad’ es una novela que aborda esas ausencias, esas negaciones y que ahonda en ellas, presentándolas en todo su esplendor.
La pluma de Humberto Ballesteros escribe un personaje tímido y hermoso: Natalia, quien a través de los años ha inventado una ciudad, pero decide destruirla. Es un libro escrito con una lenguaje certero y delicado, pero no frágil. Es una suerte de precedente; de autoconfesión, donde la protagonista pareciera conversar consigo misma o con alguien que reside dentro de sí, quien la conoce y la desnuda.
Venecia, la ciudad imaginaria que persiste en Natalia, se ocupa con el juego y la felicidad permanente. Allí, ella transita las casas, los puentes, acompañada de los recuerdos de su hermana y de la gente que ha querido.
La niñez es una intuición pura, liberada de angustias, de ansiedades, de esperas. La nostalgia de la niñez responde más a esa manera desentendida de existir que a la felicidad que entrañamos. Por ello esta novela cala en las fibras de la zozobra que es existir. Entrega la verdad de que en la adultez la alegría es más una masa de recuerdos que se permean y desaparecen, hasta que se olvida la misma felicidad, mientras que en la niñez nada se recuerda: existir es una corriente espontánea de hechos. El adulto vive del recuerdo, de la memoria, el niño la evita y vive simplemente. Este descubrimiento es enceguecedor.
Se trata de una obra inteligente y modesta, ingenua al mismo tiempo. La prosa es hábil y la lectura, por tanto, muy agradable . Es una novela medida, pensada a fondo, rica en sencillez y manejo del lenguaje.
Suele suceder que le huimos a la soledad o la negamos. La forma en que alguien asume o evita su soledad le otorga gran parte de su condición humana. Por eso el personaje de Natalia ciertamente conmueve. Porque en esencia, su historia es la historia de todos.
Los libros son todas las cosas, y por lo tanto, también espejos. Cuando un hombre lee y desdobla su curso fatal con la vida y plenamente se identifica con una obra, esa obra es su espejo. Por ello, ese hombre leerá una o mil veces la misma obra, encantado, pues sólo en ese espejo verá su reflejo más veraz, más confiable. Así mismo, habrá libros y espejos que se echarán al olvido, no por insuficientes, sino por impropios para quien los posea.
No puede saberse si es terror o júbilo lo que se siente cuando se lee la obra de alguien y, de alguna forma, está nuestra vida mejor escrita que como nosotros jamás hubiésemos podido.
Esa incertidumbre es la literatura misma.
‘Razones para destruir una ciudad’.
Humberto Ballesteros.
Alfaguara.
159 páginas.