Otro mundo es posible

Publicado el Enrique Patiño

Los periodistas y los políticos en los Papeles de Panamá

El tema de fondo de los Papeles de Panamá es que no nos importa. Pero también, que hay tantos implicados que por eso se ha dado un silencio profundo por parte de los medios. Cuando uno entiende que es, precisamente, porque hay muchos periodistas y políticos involucrados que impera el silencio, también se da cuenta cualquiera de que si no nos importa es porque toca la herida más abierta del ser colombiano: la ética. Nos la pasamos por alto. Aun a costa de nuestra propia nación.

De hecho, partiendo de la ética perdida, con seguridad muchos de los implicados tomaron la decisión de evadir los impuestos en Colombia e irse a buscar un paraíso fiscal. Sí, son los políticos que toman las decisiones para la ciudadanía (o que deberían hacerlo). Sí, son los periodistas que atacan la corrupción e investigan la podredumbre en el país (o que deberían dedicarse a ello), pero también de seguro ellos odian las estructuras políticas y sociales ineficientes tanto como todos los demás, o al país mismo porque no les da garantías, porque dificulta todas las inversiones y la posibilidad de abrir cualquier negocio sencillo sin empeñar la vida en el intento, porque sus Cámaras de Comercio y sus entes burocráticos están atiborrados de dificultades y papeleos, porque sus bancos son abusivos, porque la salud es mediocre y todo lo demás es precario.

Pero es que justo son ellos quienes sostienen el país moral y real. Son ellos los que acusan la corrupción o podrían hacerlo.  Son los políticos que tienen la potestad y el voto del pueblo para cambiar las leyes, y los medios con las herramientas para divulgar lo que no está bien y lograr los cambios de fondo. El problema es que son ellos quienes sostienen la credibilidad. Y la han perdido. Con los Papeles de Panamá se desploman periodistas de renombre porque aparecen igual de emparentados a los políticos, pero aún más porque no dicen nada.

Es fácil entender por qué lo hicieron. Está en la base ética que rige a todos los demás colombianos: escapar de un sistema que nos hunde antes que ayudarnos a ser. Pero en ellos se antoja inaceptable. Si ya es inaceptable aceptar las mentiras de políticos que desde sus posturas políticas enfrentan al país, es tanto o más complejo aceptar que no pase nada en su caso cuando son los que deberían darnos una luz.

Me sumerjo en la base de datos de Panadata, en los empresas constituidas en Panamá, y encuentro nombres buscando al azar. Como Julio Sánchez Cristo, a quien no conozco personalmente. Aparece en dos empresas constituidas por US$40.000, Turkana Corporation y Leonix Corporation, de las que no hay mayores referencias, junto con Leticia Martelo de Sánchez y sus hijas. Busco otro referente, como Daniel Samper Pisano,  que también aparece, aunque con una empresa periodística, Información y revistas de América, constituida en 1992.  Ya se sabe lo de Darío Arizmendi y lo de Juan Luis Cebrián, por decir algo, el presidente del Grupo Prisa. No busco más. Ya diarios como este, El Espectador, y algunos de los más independientes del mundo, como Süddeutsche Zeitung, vienen adelantando una labor profunda investigativa, junto con reporteros de todo el mundo. Tampoco juzgo si son empresas reales con todos los documentos en regla o ficticias porque el tema que me ocupa en este caso es el de la ética.

Y es que eso es lo importante: no que estén unos y otros no, que los juzguemos y nos rasguemos las vestiduras, y lo olvidemos, como olvidamos todo, al día siguiente. Como hemos olvidado masacres, robos, presidentes cuestionados, paramilitarismo y limpiezas étnicas. Sino que nos cuestionemos por la ética de un país al que no le importan estos temas. Un país que incluso defiende y protege a los otros que lo hacen, o incluso los encubre. Una Colombia donde haya tan pocos medios críticos y tan cercanos, además, a los políticos que critican.

Una patria donde se compran los medios para controlarlos, se envían bonos a algunos redactores para que apoyen causas, se presiona a otros y se asesina a decenas, se obliga a no pocos a vender pauta (algunos de ellos incluso venden sus comentarios editoriales) o se amordaza y cierran columnas en medios prestigiosos como El Heraldo o Semana. Y a los periodistas de a piel, a los que les pagan poco, se les cierran las ventanas. La cercanía con el poder siempre envilece.

Colombia está a punto de quedarse sin nadie a quién creerle si seguimos creyendo, como hasta hoy, que no pasa nada y si el periodismo -el baluarte de la información imparcial- se corrompe también. Si seguimos olvidando, más bien, que acá nos pasa de todo y pensamos en cambio que nuestra ruina moral es lo normal y que la ética no tiene nada que ver con nuestra vida. Si no reaccionamos, en fin.

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