Otro mundo es posible

Publicado el Enrique Patiño

“Escribo de cosas nuevas para aprender cada día”

Es sabia. Ha vivido al extremo y ahora puede elegir qué quiere. La gran homenajeada del Premio Gabriel García Márquez 2015 es la brasileña Dorrit Harazim, una mujer nacida en Yugoslavia que se radicó en Brasil, fue corresponsal de guerra, cubrió ocho Juegos Olímpicos, estuvo en golpes de Estado y atentados terroristas, y ahora publica columnas y habla de temas culturales por el simple placer de aprender y no repetirse. Perfil de una grande entre los grandes.

 

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La brasileña Dorrit Harazim comenzó como periodista de la manera más alocada y extraña posible: pasó de ser una investigadora tranquila en una oficina en París a una corresponsal inexperta de guerra en tan solo dos años.

“Era una locura”, recuerda la ganadora del reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo de sus primeros días en el oficio.

“Yo venía de Europa, había sido investigadora de la revista francesa L’Express, un oficio tranquilo, y me invitaron a trabajar en Brasil en una nueva revista, Veja. Cuando llegué, nadie sabía cómo hacerla. A los pocos días vieron que yo era la única que sabía varios idiomas y que contaba con varios años de estudio, así que me pusieron en política internacional. Y eran los años de la guerra de Vietnam”.

Dorritt Harazim, una yugoslava ahora sin patria original (“me quedé sin el país en el que nací. Aunque por ubicación geográfica sería Croacia, yo nací en la antigua Yugoslavia”), terminó cubriendo política mundial en un momento de intensa agitación. Viajó, totalmente inexperta, a Vietnam, cuando hasta ese momento solo había llegado a escribir sobre Indochina desde su escritorio, y desembarcó en una guerra en la cual solo pudo sobrevivir gracias al apoyo de reporteros veteranos que lo conocían todo, “desde cuándo una bala iba o venía, desde cuándo esconderse hasta cuándo aparecer”.

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De ellos aprendió otra máxima: “Yo no quería demostrar lo poco preparada que estaba, por esa cosa de los jóvenes de aparentar que saben más. Quería demostrar que era buena, eso sí, pero eso puede llevarte a cometer errores. Por fortuna, los veteranos me acogieron como su mascota y me enseñaron a esconderme en la trinchera porque para enviar reportajes tienes que estar vivo. Aprendí con el tiempo a vivir. En todo el sentido de la palabra”.

Como volvió con vida y llena de historias, Dorrit pasó de Vietnam a cubrir la primera guerra del petróleo en los Emiratos Árabes en 1972, al bombardeo en Chile del Palacio de la Moneda durante el derrocamiento de Salvador Allende en 1973, e incluso cubrió hechos como la caída de las Torres Gemelas en Nueva York en 2001, ocho Olímpiadas, elecciones presidenciales y cumbres mundiales. Entonces se volvió una leyenda.

“Me transformé automáticamente en una corresponsal de grandes eventos internacionales que pasaba de Ciudad del Cabo, donde escribía sobre el Apartheid sudafricano, a cubrir un Summit mundial de líderes. Aprendí en esos escenarios las herramientas para ser ágil. Pero era tan seductora esa forma de vida porque rompía la rutina siempre, que me costaba volver a casa. Me sentía como un soldado de guerra que cuando volvía no tenía con quién compartir sus historias porque nadie le entendía”.

Y eso le fue dando una nueva perspectiva de vida. Pero también laboral. “Todo era aburrido: pagar cuentas, arreglar el carro, ver al vecino. Tuve suerte después de veinte años de parar y hacer algo más normal porque si no lo hacía, no habría podido conformarme luego con una vida normal. Lo que hice no es lo mejor, pero sí era lo más glamuroso. Y eso solo lo entiendes si tienes la cabeza bien puesta”.

Ahora la tiene más que bien puesta, después de cincuenta años en el oficio, de haber sido columnista en el diario O’Globo, de formar parte del equipo fundador de las revistas Veja y Piauí, y de seguir escribiendo, pero ahora sí solo de aquello que la motiva.

“Si fuera más joven lo primero que aprendería sería árabe o mandarín porque el mundo cambió y ahí están las historias. Pero todos parecen acomodados a los valores antiguos del inglés y del francés. Solo aprendiendo de los demás y aprendiendo a comunicarse como los otros es posible acercarse sin ser sentido como alguien distinto. Solo así hay otras miradas distintas del mundo”.

Ahora, una vez más, mientras recibe el reconocimiento a toda una vida y camina de la mano con su esposo por la Plaza Mayor de Medellín, asediada por los medios, reconoce que prefiere escribir de cultura y de temas más tranquilos, pero con una condición: “Siempre innovar. Nunca repetirme. Escribo de cosas nuevas para aprender. Si no hago eso, no doy lo mejor de mí. Si no profundizo, no aprendo. Los periodistas somos engreídos y cínicos. Creemos saberlo todo. Y yo no quiero saberlo todo. Quiero aprender para no ser cínica. No quiero pensar que todo es obvio ni dar cátedra.

“Si no hago eso, si no doy lo mejor de mí, no aprendo. Quiero aprender para contar”.

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Fotos: Enrique Patiño

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