La llamada entra al número fijo de una oficina. Pronto se convertirá en una pesadilla.
Constanza Arias levanta el auricular con tranquilidad y se encuentra con una voz del otro lado de la línea que no le permite decir una sola palabra cuando ya le ha soltado una retahíla. Se trata de una mujer, quien le explica a Constanza que ella ha sido “referida de un conocido suyo”. Cuando la sorprendida asesora pretende cortar la comunicación o preguntar quién es el referido, la joven le hace una pregunta tan directa y tan sin tiempo de prepararse que Constanza no puede sino ser sincera.
“¿Usted habla inglés?”, inquiere la joven de la empresa Oinde del otro lado del teléfono. Y ante el silencio inicial contraataca con un “Du yu espik inglich?”, una frase cargada con un fuerte acento colombiano.
“So, so. Lo básico”, responde la asesora de organismos internacionales, para quien su falencia ha sido un impedimento en un país irónico como Colombia, que exige el idioma anglosajón en sus aulas y empleos, cuando las deficiencias educativas mayores están, entre otras, en el dominio del castellano y en el bajo índice de lecturabilidad del español. En las pruebas Pisa, en las que el país ocupó el puesto 61 entre 65 países, la mitad de los estudiantes se rajó en comprensión de lectura en su propia lengua.
La presión y una “oferta económica” que supuestamente reduce el paquete de inglés completo a una tarifa que ronda los tres millones de pesos hacen que la joven decida firmar. Es 2012 y en ese instante ya se habían instaurado 130 sanciones a editoriales y empresas no autorizadas que ofrecen cursos de inglés engañosos. Durante el siguiente año y medio la acosarán, la llamarán y será visitada por cobradores para que cancele su deuda adquirida. Ella no es la única que trastabilla ante la supuesta buena oferta y la presión del inglés en el país.
Otro viacrucis lo narró el caleño Danny Valanta, quien instauró una queja formal ante la Superintendencia de Industria y Comercio luego de que una asesora comercial de la empresa Mint le ofreciera a él y a un colega un curso de inglés que supuestamente cuesta $7.000.000, a un precio rebajado de “solo $3.800.000”, tras definirlo como un 2×1, a sabiendas de que no lo era.
Los estudiantes de intercambio que asisten a Estados Unidos tardan, al menos, diez meses en una total inmersión para dominar el idioma a plenitud. Los cursos de inglés que se ofrecen en el país en cambio exigen autodeterminación y no ofrecen una disciplina de estudio, pero aseguran un “aprendizaje total” entre 7 a 10 meses. Eso fue lo que más le molestó a Valanta: “La promesa de hablar inglés en seis meses a un nivel del 95% si se cumple todo el programa, que en su totalidad dura 10 meses”, denuncia en su queja formal.
Trampa segura
Tiene razones para dudar: una funcionaria que pide no ser identificada, y que labora con la empresa Orange Idiomas, asegura que de cada 100 clientes que visita para cobrarles, el 95% no hace uso del paquete de idiomas que contrata. Y no necesariamente por pereza de los usuarios, insiste, arrepentida de su labor diaria. “Están diseñados para que la gente los compre, se endeude y se aburra. En realidad ni siquiera nosotros, los funcionarios, aprendemos el idioma. El profesorado no es de la mayor calidad. La misión es vender y hacer que la gente no acuda a los centros de idiomas para reducir los costos y maximizar las ganancias”.
Una frase suya parece resumir la intención de estas editoriales y comercializadoras que ofrecen cursos de inglés: “Para las empresas es más importante la fuerza de ventas y de cobradores que la de enseñanza del idioma”.
La sociedad editorial American System también fue investigada y sancionada por la Superintendencia, entre otras razones, por no cumplir con las clases presenciales y por no permitir el acceso a las tutorías, además de contar con material desactualizado, pero también por cobrar más de 4 millones de pesos por un material “muy sencillo” de inglés, según la queja de la usuaria que denunció. Top English también fue sancionada por ofrecer cursos y entregar material y no clases a un costo superior a los 3 millones 600 mil pesos. Otras empresas como One 2 One también fueron sancionadas o han sido investigadas, junto con otras como NLC, KOE, Interamerican of Languages, Oritech y Absolut Language.
Deudas sin tomar clase
Carmen Ligia Valderrama, delegada de protección al consumidor de la Superintendencia, explica que estas empresas en muchos casos “piden plata por anticipado y la gente queda con deudas terribles sin haber tenido clase”.
Todas las anteriores empresas alegan que el desarrollo de sus metodologías de idiomas vale, y eso es lo que cobran. Pero Jair Ayala, coordinador del Centro de Lenguas de la Universidad de La Salle sale al paso para explicar el fondo del asunto: “Una empresa creada en Cámara de Comercio para vender, producir y editar libros y material didáctico, como las más de 50 que se han creado en los últimos seis años en Colombia, necesita permiso de la Secretaría de Educación para dictar clases de idiomas. Si no lo tienen es ilegal y cualquier cosa que ofrezca, diferente a los libros, carece de permiso y pone en peligro su plata”.
Por lo general, las editoriales que enseñan inglés dan cursos, pero no entregan certificados ni tienen horarios estrictos que generen una disciplina. En realidad, solo venden los libros y su metodología. Algunas, como KOE, se convirtieron en comercializadoras para evitar sanciones por difundir sus contenidos. Lo cierto es que la mayoría de quejas no llegan a la Superintendencia sino que proliferan en las redes sociales.
Ventas y cobros
Un usuario denominado Spitfire se queja así del proceso de selección para entrar a trabajar en la empresa Oinde: “Hoy por la mañana pasé por las garras de OINDE y su “English My Way”. Me pidieron ir vestido de traje, nos dijeron todo menos de qué se trataba el asunto, se dieron el aire de “multinacional” y ningún trabajador dio detalles sobre qué se hacía en la empresa... hasta que averiguando me doy cuenta que “English My Way” es un paquete de aprendizaje de inglés”. Otro usuario le responde así: “Cuando me enteré que eran ventas me retiré de la capacitación y a las semanas siguientes comenzaron a llamar a mis referencias en la hoja de vida para ofrecerles el curso de inglés”. Otros como OBM también son denunciadas por los usuarios como parte de la organización a cargo de Óscar Baracaldo Morales, que usa los mismos métodos.
En Orange los métodos son parecidos. Se firman unas letras de pago, aprenda o no, sin posibilidad de arrepentimiento. Y en vez de niveles de aprendizaje se cobran cuotas mensuales y se envían cobradores a los sitios de trabajo o a las casas de las personas para que cumplan con su obligación adquirida. Así le dijeron al ingeniero de Siemens Harold Pérez, quien denunció los métodos públicamente. Incluso en el muy famoso Open English, si a usted no le gusta el método o decide interrumpirlo, estará igual obligado a pagar, por contrato, como mínimo un año.
Entonces… “Du yu espik inglich?” Si una llamada entra a su teléfono y se lo cuestiona, dude. El solo hecho de que tengan su teléfono significa que se acude a todo tipo de métodos por conseguirlo. No todos engañan, claro. Pero algunos que trabajaron dentro de las que sí lo hacen dan confesiones a este periodista de este tipo:
“Me siento culpable con ustedes y les pido disculpas. Trabajé en British American College and University y con muchas mentiras engañaba a la gente con promociones del 50% y regalos de materiales que los convencía. Luego de tener la firma en la matrícula… ¡Sorpresa! Quedaban comprometidos por el valor total del curso con cuotas de hasta un año y como estos cursos eran tan malos, la gente no continuaba. Luego de algunos meses eran reportados a las centrales de riesgo y obligados a pagar el total del curso. Esto no es motivo de orgullo, por lo que pido disculpas y por favor lean muy bien la letra pequeña y no se dejen engañar con cosas como cursos presenciales o profesores nativos: es pura carreta; se contrataba cualquier gato que medio supiera el idioma”.
Enrique Patiño
Enrique Patiño nació en Santa Marta, Colombia, y es escritor, fotógrafo y periodista.
Ha publicado las novelas “La sed”, “Ni un paso atrás”, “Cuando Clara desapareció”, “Mariposas verdes” y ‘Será tarde cuando despierte”.
Ha sido editor y director en medios como El Tiempo, El Heraldo, Revista Semana, Revista Diners. Entre otras, ha sido coordinador de comunicaciones del Ministerio de Cultura, la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo), editor en el Premio Gabo y coordinador regional en Naciones Unidas en temas de migración para América Latina y el Caribe.
Ha colaborado en el Financial Times Deutschland, de Alemania; y en La Razón y Cinco Días, de España. Sus artículos han aparecido en al menos un centenar de publicaciones a nivel global.
Ganó el premio de la SIP a mejor crónica de Las Américas, el premio Deutsche Welle-Semana a mejor reportaje ambiental, y el premio ProColombia a mejor crónica de viajes, además de varios premios literarios.
Su apuesta ha sido siempre en favor de la reflexión y de la transformación a través de la palabra.