Meditaciones Absurdas

Publicado el Iván Eduardo Montoya

La mentalidad colonial colombiana

Mural por la Educación de Denst Caracol Volador y Cromos. Crédito de la foto. museoacieloabiertoenlapincoya

Existe una especie de disociación en la educación colombiana en cuanto a la enseñanza de la comprensión de lectura y de la Historia. En algunas escuelas aún permanece esa contradicción de enseñar Historia desde un solo punto de vista, y a partir de hechos y fechas sin contexto. Una muestra de este estilo de mediaciones es que algunos profesores aún se empecinan en enseñar las Ciencias Sociales con crucigramas, sopas de letras y recitando los nombres de los presidentes de la República.

Para el bachiller promedio, La Violencia bipartidista de los años cuarenta es un misterio ,y la Revolución en Marcha no aparece por ningún registro de la memoria. El bipartidismo es, tal vez, la tensión ideológica más trascendente del proceso histórico colombiano, pero pareciera que ese fenómeno estuviera reducido a las discusiones de unas élites académicas.

En las aulas todavía se ven desfiles de sistema planetarios hechos con icopor y plastilina; y las mayores innovaciones educativas que se hacen es que ahora se hacen en gelatina. Se enseña a pensar la realidad como un ente estático y fragmentado que carece de transformaciones. La paradoja se cuenta sola: se enseña la historia sin contexto. Los estudiantes la aprenden como si fuera un entramado de hechos del pasado, excluidos de la dinámica natural del espíritu del progreso humano. De cierta forma, no existe mayor diferencia entre los libros de historia y los álbumes familiares.

Así mismo, como ocurre con las Ciencias Sociales, en las clases de comprensión de lectura pareciera que la caligrafía y la ortografía fuera un fetiche. La lectura y la escritura se reducen a forma sin contenido. De nuevo la paradoja se cuenta sola: Aprender a hacer letras de molde y recitar de memoria en las izadas de bandera los poemas de Rafael Pombo, sin entender en realidad un símbolo como el Renacuajo Paseador. Y en esas mismas izadas de banderas el Himno Nacional se repite sin cesar, sin que en realidad entendamos la idea de nación y el sistema de valores que se reproduce cuando se cantan sus estrofas.

Pareciera que el propósito educativo es hacer que se mecanice la poesía para que se vacíe de sentido. El proyecto aleccionador implícito en los Cuentos morales para niños formales de Pombo o en los versos neoclásicos del himno de Núñez, de cierta forma serían la representación de una nación imaginada por unas élites que sólo les ha interesado uniformar el pensamiento de la población a través de un modelo educativo instrumentalizador, todo con el fin de legitimar un  proyecto injusto, excluyente y anulador de las diferencias.

Mural del Bicentenario barrio 20 de Julio. Crédito de la foto. EFE

En todas las escuelas del país existe la tradición de izar la bandera y rendir los honores a la patria. Un ritual militar cuyo propósito ha sido inculcar en las futuras generaciones la obediencia y el amor a a la nción. En este proceso de conservación de las tradiciones, los símbolos patrios cumplen la función de representar la idea de nación, que para decirlo en términos de Anderson Imbert, no es más sino una comunidad imaginada. La idea de la nación colombiana es el producto de la construcción social, que con el paso del tiempo y de los rituales, la población ha ido llenando de significado a esos símbolos, y al mismo tiempo le ha dado forma a ese ente abstracto llamado COLOMBIA.

Al momento de construir una nación, el ideal sería que se fuera edificando  mediante un consenso y una deliberación democrática, que lleve a un proyecto nacional compartido por todos los habitantes. Sin embargo, en el caso colombiano, ese proyecto imaginado, ese sueño nacional de unirnos en torno a un propósito común, sólo se ha materializado en una ley de papel. A la tesis de William Ospina, de que en Colombia no ha habido un verdadero proyecto nacional, habría que complementarla diciendo que en realidad lo que ha existido en este país es un pacto programático de unas élites mezquinas. Las minorías se han encargado, de forma sistemática, de conservar un régimen en el cual se deben excluir y anular a todo grupo social que no se pliegue al modelo feudal, excluyente y homogenizador. Para los poderosos este país, es necesario eliminar todo reducto resistente para seguir manteniendo el poder.

Es cierto, Colombia es un país en el cual hay expresiones de racismo, machismo, fascismo, y xenofobia, enraizadas en un profundo conservadurismo de las tradiciones. Pero tal vez uno de las peores enfermedades que se enquista en nuestra visión de mundo se cristaliza en el clasismo. Estas expresiones son la muestra de que nosotros los colombianos, aun después de doscientos años de la declaración de independencia, mantenemos en nuestro imaginario una mentalidad colonial, una sociedad fragmentada en estratos y con baja movilidad social.

Nos creemos capitalistas, pero en el fondo, el libre mercado y la propiedad privada son ficciones que disfrazan un funcionamiento social que reproduce el sistema de valores del feudalismo. Y en este telón de fondo, la gravedad del asunto radica en que la educación ha sido incapaz de transformar este statu quo porque sus propósitos han sido los de reproducir ese sistema de valores propios de la colonia. Hasta que la educación no se trasforme en un modelo contra-cultural, y deje de enseñar gramática de tablero o la Historia Única, la pobreza mental y material de nuestra población se seguirá reproduciendo. 

De seguir manteniendo esta situación, las brechas entre los colegios públicos y privados seguirán consolidándose como verdaderos abismos, pues a las élites y a la sociedad en general, poco les importa que los siervos escalen la pirámide social, y se igualen a las clases más favorecidas. En nuestra seudo-democracia, el lema parece ser: “el siervo nace siervo, y muere siervo”. El siervo en Colombia es un ser para la muerte, ya sea porque nace para la guerra o para convertirse en un sujeto instrumentalizado que sólo sirve para estar muerto en vida en la línea de producción de una fábrica.

Es decir, todos nosotros nos merecemos a los gobernantes que tenemos, porque la incapacidad de emancipación, y la falta de valor social para tomar decisiones que nos cohesionen como nación, hacen que sigamos perpetuando la violencia como único modelo. Pareciera que fuéramos un país inviable, pero eso sólo lo decidimos nosotros, en la medida en que superemos la obediencia colonial que hemos heredado, y que el sistema educativo reproduce.

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