La modernidad nos acuñó la idea de que el género humano había llegado a un punto de desarrollo humano evolutivo insuperable y a un nivel de progreso intelectual inigualable.

Nos enseñó la falsa idea de la ciega fe en el progreso indefinido (pero que etiquetaba todo), irreflexivo (pero promulgaba la fe en la razón), individualista (pero terminó legitimando la masa sin yo ni forma). Sin embargo, la realidad nos muestra que las nuevas generaciones son más dependientes que interdependientes, más medios que fines en sí mismos, y con referencia a la construcción del conocimiento no han desarrollado niveles de autonomía.

Es curioso comparar cómo en la antigüedad los griegos, a pesar de carecer de potentes ordenadores y con tan sólo la escuadra, el compás, la imaginación, la creatividad y el diálogo mayéutico, como principal método pedagógico para construir el conocimiento, lograron construir los cimientos de la episteme occidental.

Porque, en definitiva, es indudable que, gracias a los avances tecnológicos, las nuevas generaciones – en contraste con las antiguas civilizaciones – hoy en día gozan de mejores herramientas cognitivas para aprehender y producir conocimiento, pero lo que observamos en la realidad es su asombroso desaprovechamiento.

En las generaciones recientes un gran número de sus integrantes culmina su ciclo básico de educación secundaria sabiendo leer, escribir, sumar, restar y pare de contar. Vale aquí aclarar que el estudiante lee, pero no realiza procesos de lecto-escritura; sabe realizar cálculos y desarrollar ejercicios, pero no realiza procesos de comprensión matemática, a partir de los cuales pueda construir su propio conocimiento.

¿Cuántos de esos estudiantes adquieren habilidades para la construcción autónoma de conocimientos? ¿Cuántos de esos estudiantes, cuando se les presenta una dificultad en su proceso académico, en lugar de reconocer los nudos preguntan por métodos para desatarlos? ¿Cuántos buscan disculpas para justificar las cosas mal hechas y no deciden asumir sus responsabilidades?

Las respuestas no son difíciles de evidenciar en nuestro contexto social: Muy pocos estudiantes y profesores profesan un elogio a la dificultad y muchos escudriñan en los baúles de las disculpas y las justificaciones para acceder a métodos facilistas de aprendizaje o, más grave aún, para negarse a aprender.

Incluso se llega a extremos – tanto en estudiantes como docentes – en los cuales las artimañas argumentativas se direccionan a justificar la ignorancia y la inutilidad del trabajo y el pensamiento.

Esto claramente se puede diagnosticar como una crisis de la Educación entendida como un dispositivo generador de agenciamientos que produzcan transformaciones culturales y epistemológicas en una Nación.

La educación colombiana se encuentra en crisis porque los modelos sociales se han atomizado a medida que el proceso histórico promulga una evolución del sujeto. Tal vez el primer cuestionamiento es que entonces ¿lo nuevo es lo válido y la total negación del pasado es el paradigma? Contrariamente, al observar civilizaciones que han desarrollado un conocimiento significativo para la evolución intelectual de la humanidad, lo han logrado después de volver a las preguntas fundamentales y retornar una preocupación por los procesos pedagógicos inherentes a su sociedad.

Mientras en la India los colegios han aumentado sus niveles de exigencia académica para el ingreso a la educación superior, en nuestro país las universidades han tenido que nivelar por lo bajo y reformular sus currículos para llenar los vacíos conceptuales, procedimentales y cognitivos que los estudiantes traen del bachillerato porque llegan a la universidad y ni siquiera han aprendido a elaborar pensamientos creativos, no han aprendido a pensar para proponer soluciones autónomas, no han aprendido a atender para confirmar la comprensión, no han aprendido a tomar apuntes de lo fundamental, a regular el tiempo y procesar la información.

Es más catastrófica la cuestión: Las Universidades colombianas han optado por eliminar las tesis como requisito fundamental para obtener el cartón que da la visa para los sueños y en cambio los colegios han empezado a exigirlas. Universidades y colegios están en una contradicción performativa.

Al considerar que la educación tiene como fin máximo al ser humano en su integralidad, no se puede entender como un sistema completo, homogéneo y sin fisuras, hay que comprenderlo como un sistema complejo, no como un sistema sencillo.

En ese sentido, la teoría de la complejidad afirma que cuando un sistema logra la calma termina extinguiéndose. En este orden de ideas, el sistema educativo debe inscribirse dentro de la heterogeneidad, la complejidad y las constantes fisuras, pues su principal componente y preocupación es el desarrollo y evolución intelectual del ser humano en su integralidad.

Entender el sistema educativo desde la complejidad implica entonces pensar sobre la problemática de que los elementos constitutivos de las comunidades educativas cada vez más buscan la calma, la pasividad y la resistencia al cambio, con lo cual, el mismo sistema está produciendo su auto-destrucción.

La educación se ha convertido en una mantis religiosa que, constantemente busca su perpetuación a partir de su propia devoración, con la gravedad de que no se está perpetuando el que hacer pedagógico, el mejoramiento continuo, sino que en nuestra cotidianidad, se ha legitimado la mediocridad.

Este paradigma cultural se ha ido construyendo por varias causas fundamentales. En estas entregas me enfocaré en cuatro. En esta primera publicación mencionaré:

  1. El activismo absurdo y el rechazo per se:

Este comportamiento es producido por errores en la planeación y la ausencia de un objetivo claro y enfocado en consonancia con unas metas logrables a corto, mediano y largo plazo.

Así, el recurso humano se dispersa y termina realizando trabajos porque hay que mostrar qué se está haciendo, pero sin reflexión sobre los procesos y sin unos lineamientos pedagógicos claros y sólidos.

No hay que escandalizarse entonces al encontrar que los estudiantes sean felices con exámenes en los cuales se evalúe un nivel de lectura literal y terminen copiándose entre ellos hasta los mismos errores. De la misma forma, el docente en muchas ocasiones desmotivado por las políticas educativas termina por convertir su clase en una fábrica de producción en serie en lugar de un laboratorio de experimentación constante; y por eso, ante cualquier propuesta que amenace su oficio seriado y cuadriculado, los mismos docentes lo rechazan inmediatamente sin siquiera pasarlo por el cedazo de una evaluación crítica.

Así, la respuesta es la criticadera y seguir apagando incendios momentáneos. El sistema educativo colombiano se convirtió en la familia que va a la tienda todos los días a comprar lo del desayuno y termina pagando tres veces más de lo que una familia que compra lo del mes en un supermercado.

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