Por: Carolina Olaya
Cuánto tiempo me queda aún para recordar tu olor, para lidiar con tu partida, con aquella dimensión en la que prefiero creer, o mejor, en la que elegí creer.
No tendría sentido venir este ratico no más. Ahora pienso de qué herramientas puedo echar mano para decirte adiós irremediablemente.
Por qué antes no hice parte de una cátedra de cómo entender la vida finita, fugaz, intermitente, la vida como escenario que puede terminarse prematuramente y en el que los ciclos no son una regla.
Cómo entender no volver a tocar las manos que creí míos, los ojos que creí míos, las palabras que no volveré a escuchar. Quizás recordar enseñanzas podría ser un consuelo; incluso pensar que ese ADN vive en mí, que acompaña mi sangre.
En la despedida final, en el desapego obligado, por más que quiera dar la pelea o procesar este pensamiento, siempre será como recibir una bofetada.
Guardaré la esperanza de volverte a encontrar, de sentirte.
Cada segundo cuenta, porque vivir es morir de a poquitos, y la temida muerte siempre formará parte de la vida.
¿Cuánto tiempo nos falta? ¿Cuántos años nos quedan?
Cuánto tiempo me queda aún para recordar tu olor.
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