Tu mirada me enseñó a vivirte sin miedo, sin calcular los días, sin ruegos, ni vergüenzas.

Tu mirada me enseñó que la vida es justa.

Que a todos algún día nos llega el amor tranquilizante, ese del que no tienes miedo, porque te permite desbordarte, sin anunciar la partida.

Tus abrazos me llevaron a entender que alguien podía igualarme, sin lágrimas, caminando al mismo ritmo, respirando un único destino, sanando las heridas.

Antes de ti los suspiros estaban aplazados, los lamentos sumergidos y listos para salir a flote, cuando se creían caprichosos, a punto de acomodarse del lado perverso de las dudas.

Y hoy los besos se posan en las cosas importantes y las palabras son un bálsamo que cambia los escasos recuerdos de los días en los que corríamos al viento para no encontrarnos.

Cada noche se acaba el cielo abierto y nace un pensamiento propio que nos vuelve compactos, que nos hace creer en el otro, que nos ilumina adentro y afuera.

Tu mirada me enseñó a vivirte sin miedo, sin calcular los días, sin ruegos, ni vergüenzas.

Tu mirada pintó las paredes de libertad. Abriste una nueva página, para señalar en el texto, que este amor lo puede todo, porque crece sin saldos del pasado, mirando desde lejos lo que fuimos, viviendo lo que somos, sin arrepentimientos y convencidos de lo que nombramos juntos.

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