Por: Valeria Inés Barbero Obaid
Hoy voy a escucharte.
Quiero bucear en tu fondo insondable.
Quiero llegar al nudo del sollozo,
pájaro acurrucado
escondido en un puño.
Lo sé: quieres protegerme.
Bajo la voz glacial y la expresión adusta,
hay una niña frágil
que sólo quiere llorar,
hasta que el cansancio
se cuelgue de sus párpados
y llegue el sueño, como un bálsamo fiel.
¿Qué quieres?
Una Casa,
un Hogar,
un Refugio.
Un altar de memorias tangibles
donde invocar…:
la tierra que me vio nacer;
los primeros amores;
mi madre, omnipresente;
el río infinito;
los viajes (redenciones de mi yo-luz,
búsquedas y hallazgos fabulosos,
puertas a nuevos mundos).
Quiero aromas de la infancia
presentes en mi vida.
Quiero la madreselva del verano implacable,
Y aquel jazmín intenso
que encantaba a mi abuela.
¿Y entonces? ¿Qué te invoca?
Me invocan los olores inconfundibles,
oscuros, putrefactos,
que a veces me desvelan.
Me invocan largos tránsitos
en espacios cerrados.
La ausencia de silencio,
que es ruido y crispación.
Me invoca la imposibilidad de reencontrarme
con aquella que fui,
con quien quisiera ser,
con otras versiones de mí misma,
silenciosas, pacientes, ocultas,
esperando poder salir
y hacerse ver.
Queriendo ver el sol,
buscando ser.
Quiero abrir puertas,
compartir una mesa
y el pan, y la música.
Quiero hacer mis elecciones
acertadas o no, pero mías.
Entretejer la telaraña de relaciones,
a veces leve,
a veces fuerte,
pero, al fin, entramado intrincado
del cual somos nudo y cuerda a la vez.
En el día de hoy, mi yo-sombra,
yo te acojo.
Te permito transitar mis silencios,
expandirte y diluirte:
inspiración profunda, pausada exhalación.
Yo te acojo y te digo:
No temas.
Tal vez no tengas hoy tu altar como lo quieres;
los objetos perfectos,
las fotos de los viajes presidiendo la sala,
los muebles renovados,
dibujos de mamá, con sus ojos inmensos,
acuarelas de río ni fragante jazmín.
De vez en cuando la vida
simplemente
no sigue el curso de nuestros pensamientos,
rectos como caminos,
estrechos como sendas.
Pero te digo, mi yo-sombra,
segunda piel, hermano fiel:
El altar más hermoso
de luz inmaculado,
allí donde está todo:
estrellas, luna, sol,
jazmín y madreselvas,
amores y nostalgias,
ese hogar luminoso
está dentro de mí, intacto.
Cada día que pasa
abro, yo misma, de par en par sus puertas.
Como una bocanada fresca
el aire me estremece,
y el sol calienta todo mi ser.
Cada día que pasa
pinto nuevos colores en las paredes nuevas.
Escojo otros paisajes,
ordeno testimonios, recuerdos y memorias.
Día a día,
amorosamente
diseño y construyo,
cultivo y ordeno
Mi Casa,
hogar inexpugnable
espacio donde mi yo-sombra y mi yo-luz
se encuentran al final.
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