En septiembre, uno mira el techo de tejas de barro de la casa de la abuela, y proyecta vírgenes rojas, y toma gotas para seguir descifrando la magia de los frutos lechosos desconocidos.
En septiembre, uno mira el techo de tejas de barro de la casa de la abuela, y proyecta vírgenes rojas, y toma gotas para seguir descifrando la magia de los frutos lechosos desconocidos.

Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte
Si uno nace en septiembre, le gusta que las carátulas de las libretas se tuesten al sol, y que los perros se tiren sobre el pasto seco recortado, y se siente mediador de los intrusos que entran a la casa, a pesar de que tienen heridas abiertas en el pecho.
Le gusta analizar las miradas de los otros, y decirles que todo pasa, y que es entendible, porque fuimos capaces de ignorar la arrogancia.
Ama tener de frente los gigantes que desafiaron todas las reglas, y que ahora en soledad le preguntan sobre su futuro, como esperando la redención probada en la última gota de sangre de sus corazones.
Le gusta tomar el teléfono en la mañana y elegir leer noticias y poemas antes que acudir a las voces del poder, que siempre arrojan errores y correcciones.
Siente que solo tiene afán por palpar las empatías en las arrugas de los ojos, e imaginar que ÉL se está desenamorando rápido, como una señal de rebeldía contra el propio olvido, pues en realidad, tiene una categórica certeza de que ELLA será la última de esa lista.
Si uno nace en septiembre tiene pares en el mundo para hacerse tatuajes que esperan que el sol les entre por la tinta. Entiende que esa gemela es una alma viva que asiste a conferencias de novelas policiacas, porque sabe que únicamente el misterio y la ficción mantienen nuestros sentidos.
Y uno tiene mínimos de tiempo para recuperar el ritmo; para percibir los detalles humanos sin tener que hacer listas de mercado; para sentir que la única obligación es ser compasivo, porque el premio es tener aún los hijos vivos, echando una mano a quienes envidian sus golpes de suerte.
En septiembre uno se ve y agradece lo ido, lo eliminado, lo absorbido, lo devuelto. Y alaba el viento que se lleva los rayos, anhela una mudanza para recorrer los nuevos mundos, y una casa con biblioteca gigante, mientras celebra las pequeñas hojas que festejan la virtud de los demás.
En septiembre, uno mira el techo de tejas de barro de la casa de la abuela, y proyecta vírgenes rojas, y toma gotas para seguir descifrando la magia de los frutos lechosos desconocidos.
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