POR: Paula Vivas Ramírez
He conocido en esa imperfección de lo real, los corazones más nobles, las sonrisas más honestas, las palabras más sabias, los actos más puros.
Cada mujer que por alguna razón me he cruzado en el camino, lleva consigo una gran enseñanza; sus alegrías y tristezas, sus sueños, éxitos y fracasos, su fortaleza y valentía para afrontar las adversidades y la forma como protegen y cuidan de quienes aman.
Todas se han llenado de luz y belleza, más allá de las medidas de su cuerpo, de estereotipos impuestos o incluso de la cantidad de títulos que tengan en su currículum.
Sus historias, sin omitir ni un solo capítulo, han hecho de ellas personas maravillosas.
He visto a mi madre, a mi hermana, a mis tías, primas y amigas; cómo, con todo en contra, se han abierto camino, incluso cuando solo se tenían a ellas mismas. Cómo a pesar de los tropiezos, de sentirse rotas, de los reproches, de ser juzgadas y hasta de los maltratos, levantan su rostro, toman aliento y continúan.
He visto cómo no se dejan vencer, no conocen la derrota, no paran de luchar, de construir, de creer en ellas y como si fuera poco, no dejan de brindar consuelo.
Ser berraca en una sociedad como esta es sinónimo de ser mujer. No necesitamos perfecciones, ni llenar las expectativas de otros, ni aparentar ser heroínas ocultando nuestras emociones, que son precisamente las que nos hacen más justas y humanas.
Cada mañana miro en mi reflejo algo de todo esto. Un poco del ejemplo de esas mujeres que han estado presentes en mis casi 40 años y que tanto admiro y otro tanto de mi experiencia. Más allá de títulos (madre, esposa, novia, hija, hermana, tía, amiga) veo una mujer real e imperfecta, hermosa y valiente que se ha hecho fuerte y que aprendió a admirarse y amarse por sus luchas, derrotas y triunfos; por las veces que se dijo así misma “ si puedo” y “esto no es más grande que yo”.
Esa misma que cada día decide regalarse una sonrisa y dar gracias a su historia por la mujer que ha formado.
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