Entiende que solo él se perdió tu huella, y que tú no eres una luz vacilante, sino un faro al que hay que conquistar.

Hay algo oculto bajo esa carta irreal, que no te entregaron, que puso de culpable al destino y lo volvió finito, marcándole, entre paréntesis, una fecha de inicio y de final.

Hay algo interesante en las cartas que no se entregan, porque te dan un segundo chance que no conoces, te libran de lo insalvable, te entregan y te dejan saborear la propia duda, sin decir al otro, que todavía lloras mares en el encuentro contigo misma.

Ahora empiezas a reconocer un privilegio que poco entiendes. No tienes al frente la cara del vacío, ni la obligación de preguntar a dónde van las palabras que no dijiste; ni tienes que volver a leer esas letras que recibiste como un designio, y que hablan de penas, de fríos, de lástimas que no te pertenecen.

Aún no lo sabes, pero puedes deshacer las promesas. Las tuyas, las del abandono, las de la ausencia, las de las voces de los irremplazables que te acompañan cada noche en tu almohada y entienden que la vida te protegió de un dolor más profundo.

Esa carta fue liberadora, y a la vez egoísta, pero no te hace justicia.

Tienes una luminosidad que quema, y quien se atreva a acercarse, conocerá la pureza de tu sonrisa, y quien se anime a amarte, entenderá que contigo no hay clemencias, ni indultos, porque tú amas como lo hacen las mujeres: en la conjetura y en la certeza, en la fuerza totalizante de la pasión, en la magia que electriza y hace que añoremos el siguiente momento.

No es tiempo de pensar si la vida le concederá un positivo a sus peticiones, porque quizá él es solo una víctima ardiente de sus diagnósticos y sus progresiones.

En cambio tú, no mereces un poco de cariño.

Mereces un amor que, en la plenitud de la arrogancia, te diga una y otra vez que eres su todo; mereces espacios privados en los que puedas ganar confianza, y dejar los medios, y sonreír más.

Porque no tienes que perdonar a los lobos que te miran desde las sombras. Ahora solo te corresponde rumiar tu melancolía, cambiar de piel, hacerte amiga de esas lágrimas y ver el horizonte.

Nada puede conjurar este momento. Solo las ganas de mojarte en un nuevo río en el que sigas siendo tu estación preferida, con algunas contracciones y heridas, pero siempre pájaro libre y poderoso que acaricia con miradas.

Es tu tiempo de escribir la nueva historia, de encontrar tu propio peso sin esconderte, porque ya te lo han dicho tu madre y tu primo: eres una mujer de esas que se quieren para toda la vida, porque son capaces de ser ternura que abre los ojos; están hechas para entregar tanto, sin perder sus motivos.

Suelta, confía, da el siguiente paso.

Entiende que solo él se perdió tu huella, y que tú no eres una luz vacilante, sino un faro al que hay que conquistar.

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