Ya no nos da miedo reconocer que somos unas impostoras.
También debería pasarle a las demás, aunque hayamos padecido eso de ser su martillo de culpas escondidas, antes de que alguien las encontrara.
Yo sé que están pensando lo mismo. Allá, en sus mundos calurosos y ausentes, donde se evita beber unas cuantas copas, o se eliminan conversaciones virtuales incontrolables, que animan, pero dan miedo.
Entonces, las imagino y me solidarizo. Tengo la capacidad de recrearlas, sin fingir independencias, ni modas, ni manías.
Las conozco, como diría una de ellas, con sus giros dramáticos, intensidades narrativas y las profundidades románticas en medio de un mundo en el que los niños reemplazan la harina por arena caliente.
Y sé que podemos ver las fotos de los desconocidos, analizarlos, reírnos, susurrar absurdos, hablar de sus sombreros, sus ojos de playa, sus barbas blancas.
Y como impostoras, podemos hacernos amigas imaginarias y conversar sobre la idea de que los conflictos y las tensiones internas son las que impulsan el drama.
Podemos decírselo a la otra voz: la melodramática que siempre espera de los otros, la desadaptada que alcanza a dudar por las conspiraciones, la miedosa que quiere contestar lo inimaginable en el siguiente paso, o la indecisa que tiene derecho a no saber qué hacer con el margen de su madurez.
En todo caso, las impostoras sabemos que las emociones no pueden ser tratadas con austeridad. Que bien vale la pena desbordarse y pasar los límites cuando se pueda, porque impulsar el desastre mantiene vivas las almas femeninas.
Llegamos hasta aquí para entender que somos las imaginarias, las que tenemos una gran proximidad, aquellas que anhelamos ser el personaje cuestionado.
Ya no nos da miedo reconocer que somos unas impostoras, y que todos los lugares son recuerdos, hasta que los fantasmas aparecen de nuevo.
Adriana Patricia Giraldo Duarte
Las lloronas hablamos de todo lo que nos ocurre en la carrera de la vida: pasiones, amores, aprendizajes, sueños, dolores, esperanzas. Por eso este blog es un espacio para que rayes todo lo que escribes a solas. Se trata de descifrar ese femenino inagotable, sin culpas, sin adelantos, ni pretensiones diferentes a las de hallar el verdadero lugar de nuestro yo, a través de la escritura.
Es un ejercicio compartido que nos permite transformar la rabia en creatividad y la impaciencia en expresión, sin que tengamos que consolarnos o crear disculpas letales.
Envíame tu texto a
[email protected] para verlo publicado en Lloronas de Abril. Es hora de pensar en lo vistoso y sanador que pueden ser nuestros días, si dejamos atrás el falso consuelo que no nos pertenece. Revivamos este impulso. Hablemos como necesitamos hacerlo. Espero tu texto.