Adriana Patricia Giraldo Duarte
Vino una tarde de verano a decirle que los soplos del afecto son reales y que la eternidad se configura en el abrazo de la mañana.
Que después de imaginarlo, el amor estaría a la vuelta del penúltimo beso, en las posibilidades que ambos se negaron tantas veces, a lo mejor por miedo, quizá por temor de perder la complicidad del mundo aventurero y armado a una sola casilla.
Apareció para recordarle que en la vida no pueden ir sin abrigo y que por momentos hay que dejarse refugiar en esas palabras que algún día sonarán con otra melodía.
Llegó para robar por asalto sus ritmos y pausas. Para cambiar la negación y asumir los besos cautivos.
Para rayar en positivo lo que un día hizo y escribió con timidez porque pensaba que no llegaría la primavera.
Ahora sabe que las batallas serán de pasiones, que los levantarán los impulsos para armar una historia en la que pueden verse la cara, sin dejar caer los abrazos, con besos que tan solo a veces se marcharán para volverlos más valientes, en la sentencia de su nuevo cariño.
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