Lloronas de abril

Publicado el Adriana Patricia Giraldo Duarte

La condena

 

little-girl-on-swing-surreal

Andrés Felipe Parra Serrano

@Afaparra

Él se acercó a los pies de su amada. Ella yacía sentada en el sofá de cuero blanco.

Al verle, había cruzado los brazos. Se notaba molesta.

El poeta abrió un pequeño cofre en donde guardaba una vieja carta, ya roída por el tiempo. Con sus manos, le pidió que le dejara recitar lo que decía.

Con las cejas altas y sus brazos cruzados, asintió con su cabeza.

 

Estoy triste contigo. Muy triste.

No soy quién para decirte que actúas mal. Ni tampoco creo que existan personas que sepamos cómo actuar todos los días, en cualquier momento. Sé que existimos hombres, y mujeres por igual, que ante el estruendo de la realidad, decidimos tomar las peores decisiones, llevándonos por delante a cualquiera que se haya postrado frágil ante nuestras fauces.

Sé que no es rencor y entiendo lo inevitable de nuestra condición humana.

A pesar de eso, quizás lo que me hace sentir más triste es que no importa cuántas cosas haga, siempre asegurarás que no estoy haciendo lo suficiente. Incontables veces me has ocultado tus verdaderas intenciones y me has clavado con alevosía tu desprecio, calificando cualquier muestra o intento de cariño, tildándolos de un «ya me lo habían dicho antes» o con un “ya no hay nada original en el mundo”…

Dejándome con todo el amor contenido, drenándose a la fuerza por goteo al suelo, desperdiciándose junto a las lágrimas que acompañan mi despecho.

Duele. No te imaginas cuánto. Realmente no podría explicártelo con palabras. Más si viene de la persona que tú crees que es la persona que va a estar contigo para siempre.

No sé si soy un tonto romántico, ni tampoco sé si es que ando un poco errático vistiéndote de blanco… aprendí hace poco que «estúpido es creer que el regalo está dentro del paquete; siempre, siempre, siempre son las manos que lo entregan». Mis manos, éstas ya agotadas por los años.

Me has dicho que nunca te he demostrado nada. Haces cuentas y calificas con horror lo que consideras como “muy” pequeñas muestras. Pero niña, sé honesta contigo misma y realmente analiza las cosas que han pasado hasta el momento. No soy de aquellos que creen que el amor se compra con una cosa tan ruin como el dinero, ni tampoco creo que los sacrificios sin sentido deban imponérsele a seres temporales.

Para ti, debe ser una lástima que desde el día en que se abolió la esclavitud, algunos románticos creamos firmes que el amor se vive en libertad. De otra forma, no es amor.

Niña, lamento confesártelo: no seré una de esas personas que te admiran sin razón, ni tampoco seré un parapeto de tus emociones temporales. Es increíble que deba aceptar avergonzado que tengo escrúpulos, pero los tengo.

Soy, ante todo, un ser humano. Que ha sufrido mucho y… quizás te doy la razón en el «merecimiento» de mis condenas. En afirmarlo, quizás no te equivoques del todo. Fui inmaduro y el mundo se encargó de recordármelo. Pero ante ti y ante cualquier otro, soy un ser humano que vale, que ama, que siente y que sufre. Quizás como cualquier otro hermano o hermana vagando sin rumbo por estas vastas selvas solitarias de cemento.

Yacen con fuerza en las mejillas las cuencas de ríos que pequeñas lágrimas cruzando por mi rostro han dejado con el tiempo. Sin importarlo, las luzco con orgullo, pues son sólo pequeñas marcas que me has dejado con el tiempo.

Ahora, que tu alma se llena con mis intentos desesperados por demostrarte mi cariño, que ya te bañas con el agua salada que plaga en mis entrañas, que ya te has olvidado de tus males; estás dispuesta a mirar otros horizontes, dejándome a mí «metido» con estos sentimientos y sueños que juntos nos encargamos de poner en mi cabeza.

Dices que tengo miedo de estar solo. Quizás no te equivoques. Es posible que tenga miedo. Llevaba tantos años solo que el recordar y el soñar con el amor me ha hecho volver a sentirlo todo. Sentirme vivo. No te alcanzas a imaginar cómo me explota el corazón cuando te veo y cuando me abrazas, como me urge esta necesidad de besarte esos labios rotos que te acompañan. No tengo fuerzas para volver inerte a las sombras.

Sobre cualquier cosa, estoy dispuesto a luchar por eso. Sí por ti y sí por nosotros. Sí por el amor que siento y sí por las lágrimas que he soportado. Sí porque cuando me miro al espejo, el reflejo no sólo muestra mi cara, sino también los brazos de un dulce consuelo que me abraza.

Ojalá, mi febril y dulce niña, logres verme… a pesar de ti.

 

Comentarios