Por: Mary Ramírez R.
Ahí están, uno a la derecha y otro a la izquierda.
El de la derecha luce nuevo, limpio, recto y lo adornan jardines a su alrededor.
El de la izquierda, en cambio, pedregoso, tiene grietas, supura lodo, es angosto, curvilíneo y mal oliente.
Yo, en medio, no sé cuál transitar.
Muchos, sin pensarlo, caminan la senda fácil, esa, la de la derecha.
Van contentos, sin sorpresas de alguna curva, ligeros, tranquilos.
¿Y si voy por ese también? Sí, al fin y al cabo ambos nos llevan más adelante al mismo lugar.
Pero… ¡Un momento! Ese camino va atiborrado, debo esperar a que los demás avancen para yo poder hacerlo. Debo ir detrás sin poder acelerar el paso.
Entre tanto pensar, aunque el camino esté maltrecho, aun así, lo puedes transitar.
Ahí voy, pisando fuerte para no perder el equilibrio. Van unos cuantos adelante, avanzando a paso lento, pero no me interrumpen porque de aquí a que los alcance han avanzado más y así cada quien va a su ritmo.
Por un momento me detengo, hay una grieta muy amplia que no sé cómo la voy a pasar. Siento miedo. ¿De un brinco podré? ¿Y si no? ¿Si intento brincar y no la logro pasar? ¿Espero a quienes vienen detrás y pido ayuda? ¡Pero de qué forma me podrá ayudar si todos tenemos que brincar!
Tomo impulso, confío en mí, alguien detrás grita: ¡confía, lo lograrás!
Esa voz de aliento me anima, doy varios pasos hacia atrás, muy necesarios, pero sabiendo que son para tomar impulso, no porque me rendí.
Saco fuerzas, corro, doy un salto de riesgo, un único salto, sin dudar, sin escatimar.
Abro los ojos, ahí estoy, del otro lado, venciendo esa grieta que primero fue mi miedo, luego mi duda, luego mi enemiga y al final el impulso que me hizo creer en mí.
Continúo, el camino no termina. Pero ya es más transitable, después de ese gran salto, los demás los pasaba con más facilidad.
El olor era inherente al camino, pero nada grave, no me detenía en lo absoluto. El lodo se había vuelto hasta divertido, las grietas estaban quedando atrás.
Ahora había espinas, de esas que se ven frágiles, pero pueden causar una herida mortal.
¿Cómo las apartaba del camino? Nada protegía mis manos, nada protegía mis pies. Ahí estaban, eran muchas, obstruían mi paso, nada podía hacer.
Atenta miro a mi lado, otro camino se asomaba, pero era oscuro, ¿qué me encontraría por allí? No tenía otra opción. Era ese o devolverme.
Entre tinieblas paso a paso avanzo, sin saber qué piso, lento voy tanteando, escuchando susurros quizás de otras gentes, no me siento sola, pero sí tengo miedo, aunque mis ojos funcionaban perfectamente, no podía ver nada.
Alguien toma mi mano, la siento tibia, suave, la aprieta fuerte y me lleva hasta la salida. Me encuentro nuevamente en ese, el camino de la izquierda, pero ya en la parte final, ya casi por terminar, ya casi para llegar.
Sí, lo logré, cansada, llena de lodo, con el olor impregnado en mí, con los pies maltratados, las manos sucias, los ojos casi cerrados, la respiración acelerada, pero llegué, lo he logrado.
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