Por: Juanita González Londoño
Un día le pregunté al Universo por qué razón me había puesto en un lugar en el que me costaba tanto encajar, en el que me sentía tan diferente, en el que mis ideas eran tan rechazadas.
Un mundo en el que ser tan particular representa un pecado capital, y ser la excepción a veces puede traer tanta infelicidad.
También le dije que me sentía especial, que a mi corta edad pensaba y actuaba diferente, por lo que poco a poco fui descubriendo que esas características eran las que me definían como persona, como un ser humano de luz, como una mujer con sentido y con misión.
Encarné en un plano con unas características muy específicas, y en un hogar en el que no me fue gratuito ser quien yo sabía que debía ser. Nací en una casa donde el amor, la ternura, la comprensión y la dedicación se daban sin limitación alguna, donde las caricias, los besos y los mimos no tenían restricción de alguna índole.
Escogí una mujer ejemplar como mi madre. Sabía que en ese vientre sería una niña mimada, querida y amada, por que quien me estaba albergando era una luchadora, una verraca, una dama en todo el sentido de la palabra.
Ella, un ser lleno de temores, de inseguridades, de falencias y de vacíos emocionales se arriesgó a dar la vida, porque realmente no es solo parir, sino saber adaptarse a las cualidades que uno ya trae. Aceptó que muchas veces no era quien me criaba, sino que era yo quien la guiaba a ella, quien le daba los consejos y quien la mimaba.
Supo dejar el orgullo y la vanidad por doblegar sus rodillas a la humanidad, a la expresión más pura, al amor en su máxima diafanidad.
Si. Mi mamá es una mujer echada para adelante, emprendedora luchadora, buena amiga. El ser que admiro con todo mi corazón, porque me enseñó que una mujer fuerte cree saber que tiene suficiente fuerza para el camino, pero una mujer auténticamente consiente y poderosa sabe que es el camino el que le dará la fuerza.
Me enseñó a guerrearla con todo, a no ser mediocre, a no ser una persona del común, a potencializar todas esas cualidades que me hacían desencajar para transformarlas en mis valores y actitudes más fuertes.
Me demostró que podía ver y ser la luchadora que era en potencia, y me tomó de la mano no para guiarme, sino para caminar conmigo el trajín que ambas habíamos escogido. No uno fácil, sino uno donde teníamos la certeza de que era el correcto.
Este texto no tiene la estructura gramática que tu desearías, pero tiene implícito el tinte del cariño que sabes que siento por ti, la admiración y el orgullo de ser tu hija, porque aprendí a ver y a amar en ti el amor que yo también tengo en mi, la lealtad y la pureza, la inocencia y la humildad, la perseverancia y la sensibilidad.
Por eso te amo mamá bella, amor de mis amores, mujer de mi vida.
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Adriana Patricia Giraldo Duarte
Las lloronas hablamos de todo lo que nos ocurre en la carrera de la vida: pasiones, amores, aprendizajes, sueños, dolores, esperanzas. Por eso este blog es un espacio para que rayes todo lo que escribes a solas. Se trata de descifrar ese femenino inagotable, sin culpas, sin adelantos, ni pretensiones diferentes a las de hallar el verdadero lugar de nuestro yo, a través de la escritura.
Es un ejercicio compartido que nos permite transformar la rabia en creatividad y la impaciencia en expresión, sin que tengamos que consolarnos o crear disculpas letales.
Envíame tu texto a
[email protected] para verlo publicado en Lloronas de Abril. Es hora de pensar en lo vistoso y sanador que pueden ser nuestros días, si dejamos atrás el falso consuelo que no nos pertenece. Revivamos este impulso. Hablemos como necesitamos hacerlo. Espero tu texto.