Liarte: diálogo sobre arte

Publicado el Lilian Contreras Fajardo

Ver la obra y tomar una foto: no es cierto que ya no se aprecie el arte

Renegar de la circulación de la obra de arte plástica o visual en las redes sociales es renegar de los cambios de la vida misma.

En vez de rasgarse las vestiduras por este acto típico de la era ‘postinternet’, término que se refiere a la conectividad digital y omnipresencia de la red que hace que mucha gente esté conectada digitalmente; los museos, instituciones culturales, galeristas y artistas deberían aprovechar la oportunidad para conectar con nuevos públicos y ser partícipes de la transformación de la llamada “experiencia estética”, ese instante en el que una obra de arte conecta con una persona.

Adam Suess, candidato al título PhD de la Universidad de Griffith (Australia), sostiene en su tesis “Art gallery visitors and Instagram” (Visitantes de galería de arte e Instagram) que los usuarios de dicha red social que publican imágenes sobre una obra expuesta en una galería de arte, específicamente de la Galería de Arte Moderno de Queensland, lo hacen porque “se involucran en momentos cíclicos, efímeros y reflexivos de intercambio, manejo de impresiones, interpretación artística, mediación del espacio y experiencia estética”.

Afortunadamente, Suess no retoma el planteamiento de Walter Benjamin sobre lo que pierde y gana la obra de arte con la reproductibilidad técnica ya que, según el filósofo, la pieza pierde lo que se llama ‘aura’, que es el “aparecimiento único de una lejanía, por más cercana que pueda estar” y la autenticidad, porque la obra original está compuesta por el aquí y el ahora.

Pero las obras de arte también ganan cuando son exhibidas y cuando se reproducen en formatos diferentes al original ya que así “transforma el comportamiento de las masas con el arte”, algo que le parecía poco apropiado porque, en una época donde el arte todavía era considerado por su ‘valor ritual’ asociado con el culto, no estaba del todo bien que la obra se observara desde el placer sin crítica.

De la tesis de Benjamin me gusta aquello de la transformación “del comportamiento de las masas con el arte” porque es justo la evolución del arte mismo.

Hay que recordar que las obras de arte, en un principio, no fueron producidas para que el público las viera, sino para estar en recintos privados. Con la inauguración de los museos eso cambió, así como la valoración de la obra y el artista, que arbitrariamente fue establecida por un historiador.

Ahora, pretender que en el XXI sigamos valorando una obra de arte como se hacía en el XIX o en el XX me parece aterrador.

Mi propuesta, por supuesto, no es borrar el pasado, pero sí adaptarnos al presente y tratar de entender cómo sacar provecho de la circulación de la obra en el entorno digital, y no satanizarlo.

Durante el proceso de investigación de mi tesis de grado de la maestría en Estética e Historia del Arte, “Instagram como herramienta de exhibición y difusión para los artistas plásticos”, eran pocos los estudios sobre el tema, pero suficientes para dar una idea de que no es cierto que en la esfera virtual se muera la experiencia estética.

De la investigación de Suess, que realiza para su doctorado en filosofía, me gusta la amplia definición que tiene de experiencia estética, entendiéndola como “no estática” sino “dinámica” que se basa en “otras experiencias, recuerdos o conocimientos en la formación de su experiencia estética”.

Según explica, la experiencia estética de un visitante de una galería de arte “crea valor para el individuo, el trabajo de arte, artista y galería”, por lo que estos recintos deben comprender la evolución de la experiencia estética cuando se traslada a Instagram porque, cuando alguien toma una fotografía de lo que le interesa y la publica en la red social hace una declaración sobre lo que ha experimentado permitiendo que otros interactúen con eso.

¿Y cómo es que un posteo en Instagram está ligado a la experiencia estética? Pues con la fotografía, que históricamente está ligada a la reflexión y la memoria, así que la publicación en la red social desencadena el recuerdo de una visita, de algo importante.

En este punto quiero retomar la investigación de Nancy A. Van House, de la Escuela de la Información de la Universidad de California en Berkeley (EE.UU.), quien en “Personal photography, digital technologies and the uses of the visual” explica las razones por las que una persona realiza y publica fotografías digitales personales: forjar memoria, narrativa e identidad; lograr la creación y mantenimiento relaciones; tener autorrepresentación, y generar la autoexpresión.

Es decir, la cosa va más allá del ‘selfie’ y del decir “aquí estoy”, y, tal vez, es como dice Suess, que la acción de los visitantes a la galería de publicar y compartir en Instagram una fotografía de la exposición está conectada a la experiencia estética porque “hicieron observaciones, interpretaciones, conexiones profundas y significativas con el arte”.

Ahora, si la fotografía está acompañada de un texto reflexivo y un buen uso de etiquetas (hashtag o #) esa experiencia estética se transforma en un proceso comunicativo sin precedentes, pues puede influenciar a otra persona para que vea la obra o la exposición.

“La extensión de una experiencia estética no solo ocurre después de la visita, sino que también puede suceder antes de la visita porque los usuarios pueden mirar en Instagram las imágenes que otros han publicado y tal visualización puede generar la anticipación de la experiencia estética, y el surgimiento y conceptualización de la propia visita”, sostiene Suess quien afirma en su estudio que los entrevistados afirmaron que dichas publicaciones en Instagram les ayudaron a entender la obra vista.

Todo esto va muy de la mano con la perspectiva que la arquitecta, investigadora e historiadora de arte mexicana María García Holley ofrece en su ensayo “Carlos Cruz-Diez, una experiencia fuera del museo”, en el que estudia el tránsito de fotos en Instagram de la obra del artista venezolano y la repercusión que tuvo en la exposición que se llevó a cabo en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam), que tuvo récord de asistencia.

Para García Holley el interés de la gente por visitar la exposición estuvo apoyado en la inmediatez de la imagen digital, pues muchos de los que asistían al museo publicaban en Instagram fotos relacionadas con la obra “Cromosaturaciones” haciendo que la “experiencia no sólo resulta interesante para el espectador, sino que la fotografía compartida en redes es de gran interés para los otros usuarios; se vuelve parte de un contagio, parte de una adicción”.

Kylie Budge, de la universidad Western Sydney, sostiene en su estudio “Museum objects and Instagram: agency and communication in digital engagement” que la persona que toma y comparte una foto de su experiencia cultural se convierte, por decirlo de alguna forma, en el «ojo» de dicha institución o exposición.

Todos estos estudios e investigaciones fueron realizados antes de la pandemia. No he encontrado publicaciones recientes sobre arte + redes sociales + cultura + experiencia estética, pero me atrevo a decir que la conclusión sigue siendo la misma: en vez de criticar al espectador que decide tomar una foto y compartirla en sus redes sociales, el reto de las instituciones, galeristas, curadores y artistas es entender la dinámica digital y sacar provecho del potencial que esta práctica contemporánea tiene a la hora de impactar e impulsar la cultura en general.

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