Un letrero -o una ruana- de dos metros que tiene la frase bordada “¡Yo he sido cauchero, yo soy cauchero! ¡Y lo que hizo mi mano contra los árboles puede hacerlo contra los hombres!” fue la primera obra que vi al entrar a la exposición “Nación Vorágine”.

Esta obra de Santiago Montoya y “Corona de plátanos y bananos” de Richard Harrison Bravo dan la bienvenida al espectador de esta muestra que parte de la novela “La Vorágine” de José Eustasio Rivera, que este 2024 cumple 100 años, “para reflexionar sobre quiénes somos, la denuncia del horror de los olvidados, la apropiación y dominación del territorio, así como los procesos que atraviesan la definición de una identidad”, temas muy trabajados en todas las artes.

“Daño colateral” de Santiago Montoya.

“Daño colateral” de Santiago Montoya.

Nación Vorágine” reúne obra contemporánea de quienes han recorrido, pensado, habitado y cuestionado tanto el territorio como sus habitantes.

De hecho, gran parte de las piezas expuestas pertenecen a la Colección Proyecto Bachué, que incluye obra colombiana del XIX, XX y XXI de diferentes formatos, hasta mapas y documentos.

Bachué, vale referenciar, es la diosa y madre primigenia del pueblo Muisca, pero también es una obra de Rómulo Rozo que durante mucho tiempo no fue valorada lo suficiente por romper el molde y no copiar o imitar el arte europeo.

Y si de romper el molde se trata, en “Nación Vorágine” se puede ver obra de la artista Misak Julieth Morales, quien reflexiona en “Gran pechera” y “Resistencia II” sobre la identidad cultural femenina en el contexto indígena colombiano.

Rosemberg Sandoval, quien siempre ha hecho de su trabajo una denuncia política colombiana, participa con “Emberá – Chamí”, una instalación de botas pantaneras de color negro que tienen incrustadas astillas que bien puede parecer madera, pero en realidad son huesos humanos.

“Emberá – Chamí” de Rosemberg Sandoval.

“Emberá – Chamí” de Rosemberg Sandoval.

También está presente Diana Marcela Buitrón con “Amígdalas pecuniarias”, una instalación de mazorcas de cacao envueltas en papel de monedas de chocolate en la que plantea la problemática de las semillas nativas que fueron “certificadas”.

“Amígdalas pecuniarias” de Diana Marcela Buitrón y al fondo 
la obra de Julieth Morales.

“Amígdalas pecuniarias” de Diana Marcela Buitrón y al fondo
la obra de Julieth Morales.

Nación Vorágine”, abierta al público hasta el 22 de mayo en el Centro Cívico de la Universidad de Los Andes, conversa con la exposición “Tierra de promisión” de Espacio El Dorado que parte del ideal de país “más biodiverso” y “potencia de vida” para poner de manifiesto que, en últimas, estas promesas nos han nublado la conversación sobre la sociedad que realmente somos.

“Las dos exposiciones plantean una reflexión sobre la condición de Colombia como un país que no ha logrado una identidad nacional que nos una y tampoco ha logrado un control territorial. La no presencia en el territorio es la causa que de la violencia que hemos tenido durante los dos siglos de independencia”, dice el curador José Darío Gutiérrez.

Gutiérrez recuerda que en 1921 José Eustasio Rivera publica “Tierra de promisión”, “una oda a la belleza del territorio y la naturaleza; es una expresión bastante romántica e ideal, pero cuando visita el territorio se da cuenta que es agreste, salvaje y donde la condición humana, en vez de enaltecerla como su sueño en ‘Tierra de promisión’, se degrada y llega a las condiciones de esclavitud y barbarie”.

En esta curaduría hay de todo para ver. Desde un grabado de Alexander Von Humboldt de 1810, pasando por la serie de 1971 de Umberto Giangrandi sobre el uso excesivo de la fuerza y las detenciones arbitrarias; hasta las fotografías de Federico Ríos en las que explora el paisaje colombiano transformado por el conflicto.

Si algo me gusta de estas dos exposiciones es que las obras son fuertes, pero no violentas en sí, y creo que aquí es donde uno entiende la ‘poética en el arte’.

Edison Quiñones, por ejemplo, desde 2007 recoge casquillos de bala que deja el conflicto armado en el Cauca y con todos las que tiene ha elaborado piezas de diferentes tamaños con el mapa del departamento.

“Cauca. Variación #3” de Edison Quiñones.

“Cauca. Variación #3” de Edison Quiñones.

La violencia siempre ha estado presente en todas las artes colombianas, y es realmente abrumador que nos hayamos acostumbrado a ella; pero desde el punto de vista de la estética me gusta ver cómo cada artista se las arregla para plasmarla y materializarla.

Ahora, si nos vamos a la naturaleza y paisajismo, Leonel Castañeda aporta “Sin título. De la serie Historia Natural”, una instalación con ramas secas y un estante que alberga una colección de aves disecadas que fue desechada y él retomó con el objetivo de repensar las formas en cómo se exploraron y catalogaron los recursos naturales en el siglo XVII para el desarrollo de la farmacia, el lujo y lo exótico.

Santiago Vélez retoma la problemática de la minería ilegal en los páramos con “Tanques de cianuración, de la serie Agua – Oro” -expuesta en “Nación Vorágine”-.

Por el mismo sentido va la obra “Oro – 18gr – Río” en la que Consuelo Gómez habla sobre la explotación de tierras y desplazamiento forzoso de los indígenas Emberá que habitaban cerca del río La Vieja.

“Oro – 18gr – Río” de Consuelo Gómez.

“Oro – 18gr – Río” de Consuelo Gómez.

Y sin el ánimo de la esperanza aparece “Primera lección” de Bernardo Romero en la que desglosa el escudo de Colombia con las frases “No hay cóndores / No hay abundancia / No hay libertad / No hay canal / No hay escudo, no hay patria”.

El reto de nosotros los espectadores y ciudadanos es no perder la fe y tomar acción para que el círculo vicioso se acabe. Podemos elegir mejores líderes, podemos elegir qué medios de comunicación consumir, podemos elegir con quién nos relacionamos, podemos elegir no ser pasivos.

En algún momento debemos dejar de ser como la serigrafía de Juan Camilo Uribe en la que el Sagrado Corazón ratifica tristemente “Esta es Colombia”.

Serigrafía “Esta es Colombia” de Juan Camilo Uribe.

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