Liarte: diálogo sobre arte

Publicado el Lilian Contreras Fajardo

Monumentos intervenidos o vandalizados, ¿qué reflejan del mundo contemporáneo?

Los monumentos están al alza. Esas moles que durante años y años han hecho parte del paisaje de las ciudades y, muchas veces olvidados, gozan ahora de una gran popularidad gracias a las intervenciones o derribamientos.

Aunque parte de la ciudadanía está alarmada por estos hechos, hay que recordar que no son exclusivos de Colombia, ni son novedosos.

Durante la conferencia “Monumentos e historia pública: relatos posibles en la protesta social en Colombia”, organizada por la The International Federation for Public History -Federación internacional de Historia Pública- (IFPH, por sus siglas en inglés), Erika Martínez, investigadora, crítica y asesora curatorial de la galería Lokkus de Medellín, recordó que “Octubre”, película de 1928 que narra el comienzo de la revolución rusa en Petrogrado comienza con el derribamiento de la estatua de Alejandro III de Rusia.

La tumbada de estatuas, o la intervención según la mirada, es una práctica milenaria que sirve para reescribir la historia de una nación, y así se puede ver, por ejemplo, en el documental “Winter of fire”, disponible en Netflix, que recuerda cómo los jóvenes de Kiev, Ucrania, protestaron en contra del expresidente Víktor Yanukóvich por no firmar el ingreso del país a la Unión Europea.

Esta protesta que se llevó a cabo entre 2013 y 2014 fue ganando adeptos, pues con el paso de los días la lucha no era por ingresar a la Unión Europea, sino por evitar el uso desmedido de la fuerza pública en la manifestación social que, cómo no, se realizó en la Plaza Maidan o de la Independencia.

Actualmente, en muchos países del mundo se están desarrollando protestas sociales en contra de los gobiernos autoritarios, exigiendo derechos y mejores posibilidades de vida, y las acciones que se adelantan en Colombia en el marco del Paro Nacional responden a esa conversación macro.

Las manifestaciones que reivindican los derechos de las llamadas minorías están muchas veces acompañadas del derribamiento de monumentos, como se ha visto en Cali, Popayán y Bogotá, entre otras ciudades.

“Los indígenas siguen padeciendo el hecho de ser marginados, persisten las prácticas de racismo y no reconocimiento. Es violento el hecho de destruir un monumento, pero también es violento que sigan siendo marginados”, dijo Martínez.

Pero, para hablar de monumentos derribados es importante tener claras las perspectivas de qué es un monumento.

Para Sebastián Vargas, historiador, magister de estudios culturales y doctor en historia, un monumento está cargado de tres niveles: uno artístico (valoración que cambia con el paso del tiempo), otro histórico o de memoria (porque se quiere recordar a alguien o algo) y otro político (que constantemente genera disputas desde la creación)

“Las políticas de la memoria y este monopolio sobre los usos públicos de la historia estaban casi que, en manos del estado. Hoy en día no y creo que esa es una de las principales diferencias entre qué es un monumento clásico, tradicional, patriótico del XIX o primera mitad del XX, y qué es un monumento hoy”, comentó Vargas en la charla “Monumentos e historia pública: relatos posibles en la protesta social en Colombia”, donde también expuso que el concepto de monumento es anacrónico en comparación a otras prácticas de memoria en el espacio público como el performance o los murales.

Otro panelista, Manuel Salge, doctor en antropología y experto en patrimonio cultural, resaltó que es fundamental librar una “batalla de orden semántico” sobre los objetos que están en el espacio público, pues no es lo mismo decir monumento, escultura, estatua o patrimonio mueble.

El concepto de monumento, aseguró, es usado por quienes privilegian su valor histórico y el principio de conmemoración, mientras que la idea de estatua es usada por quienes atacan esa materialidad, por quienes la valoran negativamente.

“La escultura, en cambio, nos remite directamente a una valoración positiva de orden estético, de una autoría, de una elaboración excepcional que estaría detrás; y la idea de patrimonio mueble es usada claramente por el estado que atiende directamente un universo normativo que está muy bien establecido con unas reglas que están dispuestos para ello”, explicó.

Al respecto, Luis Eduardo Calambas, líder indígena de la comunidad misak del Cauca, aseguró que “cada monumento tiene un mensaje que puede ser tanto positivo como negativo (…) y para nosotros, muchos de los monumentos que se instalaron en el XIX o XX han significado, prácticamente, la barbarie que hicieron ciertos personajes, como Sebastián de Belalcázar, muchos años atrás. Para nosotros, ese monumento representa un hecho violento”.

Según Salge, la “lucha semántica” pone en evidencia las diferentes miradas que refuerzan disciplinas y campos de saber, la valoración que un grupo social tiene sobre otro y “el reflejo de lo propio y lo extraño, el nosotros y el ellos, de las fronteras”.

Desde el punto de vista político, los monumentos no han estado libres de disputas. Carolina Vanegas, experta en el área de investigación sobre historia cultural del arte y patrimonio colombiano y latinoamericano del XIX, recordó que la estatua ecuestre de Bolívar, la que hasta hace unos días estaba en el Monumento a Los Héroes en Bogotá, fue la gran apuesta de la junta encargada de celebrar el Centenario y que desde el primer día “fue el mayor fracaso” porque, aunque algunas personas sí querían un monumento, no les pareció que la estatua ecuestre, que recuerda la militarización del país, era la indicada de presentar justo después de la Guerra de los Mil Días.

Finalmente, para celebrar el Centenario el monumento esculpido por Pietro Tenerani, el mismo que está ubicado en la Plaza de Bolívar de Bogotá.

En su intervención, Vanegas comentó, también, la transformación que desde el Estado y Distrito ha sufrido el Monumento a Los Héroes, un lugar que, en realidad, hasta hace poco, era de nadie porque al estar rodeado de los carriles de Transmilenio es de difícil acceso.

Cuando la destrucción viene desde arriba, como lo han sufrido el Parque del Centenario o el Parque de la Independencia, se llama “transformación, modernización o traslado” pero cuando esa destrucción se hace desde abajo (el ciudadano) se llama “vandalismo”.

Para ella, este cambio de resignificación que ha tenido Los Héroes, “marginal hasta hace poco”, es el resultado del “movimiento (social) contemporáneo”.

En ese sentido, Salge aclara que todos estos “objetos no muestran una realidad, sino una ficción de la realidad”.

Curiosamente, justo antes del Paro Nacional de 2019, el artista plástico colombiano Gabriel Zea presentó en el interior del Monumento a Los Héroes (sí, es un lugar al que supuestamente se puede ingresar) su obra “Monumento al tornillo desconocido” (nominada al X Premio Luis Caballero de la Alcaldía de Bogotá), una crítica a los monumentos que el Estado no ha desarrollado, a los problemas de los trabajadores en el mundo y a la incertidumbre que tiene que ver con el tiempo que se va agotando cuando se espera una llamada, ese tipo de llamada de “no nos llames, nosotros te llamamos”.

Por su parte, el artista Felipe Arturo hizo una síntesis de cómo desde el arte los monumentos también han sido vandalizados o intervenidos, y de cómo el concepto “vandálico” ha sido reincorporado por artistas contemporáneos como, por ejemplo, el acto que hizo la española Cristina Lucas, quien 2008 realizó una réplica del “Moisés” de Miguel Ángel elaborado en el XVI, y la destruyó a martillazos en la acción performática “Habla”.

Así mismo, recordó que algunas acciones de arte en el espacio público también incomodan, como sucedió, en la Plaza de Bolívar, cuando un grupo de artistas y agentes culturales desarrollaron un jardín comunitario formando las letras “#acuerdo” (en referencia al Acuerdo de Paz y al parque que algún día fue la plaza) hasta que se tuvo que retirar la palabra. Así, sostiene, los espacios públicos se moldean al tiempo y se apropian de la historia presente.

En eso coincide Érika Martínez, quien afirma que la “conmemoración pública tiene un valor histórico y artístico” por lo que ésta (conmemoración pública) debe integrar, restaurar, sanar cicatrices y posibilitar el diálogo porque “no es menor que los puntos de encuentro de las movilizaciones sean en los monumentos”, así que es en el “espacio público donde se da la disputa, el encuentro, el grito, donde el cuerpo entra en acción para decir lo que piensa, para gritar lo que siente, y con estas acciones los monumentos ya están adquiriendo otro significado”.

Ese otro significado, concluye Sebastián Vargas, responde a la idea de monumento que no encaja en la época contemporánea porque se quedó en objeto de tres niveles (arte + historia + política) insuficiente y anacrónico porque a los jóvenes las estatuas poco les dice algo.

Por fortuna, sostiene, ese vacío lo llenan el grafiti, el muralismo y la renomenclatura de lugares públicos como Puerto Resistencia en Cali o Avenida Misak en Bogotá.

La gran pregunta ahora es qué hará el Estado con las estatuas derribadas o desmontadas, pues lo lógico sería que las pusieran en algún museo con el fin de que sirvan para narrar una nueva versión de la historia nacional.

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