Duque poco después de la investidura presidencial de Petro

Esta semana que pasó les dejé sin entrada–no por desidia o por descomposición anímica (pueden suceder!), sino porque en mis ratos libres también soy programador, y en estos últimos días he andado bastante enchicharronado con el desarrollo de una aplicación para un cliente. Una disculpa, pero como todo lo demás, blogus vitam sequitur.

La semana pasada también fue ocasión de un encuentro fortuito que, creo, justifica una entrada más bien ligera acerca de las infamias a las que la filiación política nos puede llevar. El encuentro me involucró a mí y a X, un connotado político cuyo nombre no revelaré. Les cuento.

El contexto

En la tarde del jueves pasado yo estaba en una cantina con SF, un brillante ex-alumno de la UNAM a quien no veía desde hacía muchos años. En algún momento tuve que excusarme para ir al baño, y al regresar a mi lugar puede detectar, con la puntica del ojo, un rostro que me pareció muy familiar. “Güey, creo que el man que está por allá es un político choncho”, le dije a SF sentándome. Le mostré una foto de X en internet y le pedí que fuera él mismo y confirmara o refutara mi impresión. SF accedió; en efecto, era X.

SF y yo nos quedamos en la cantina otra hora y media, más o menos; saldamos la cuenta, tomamos nuestras cosas y nos dirigimos a la calle. Era inevitable que en nuestra salida cruzáramos la mesa donde X departía con sus acompañantes. Sin pensarlo mucho, decidí abordarlo.

“Señor X, mucho gusto. ¿Le molestaría si mi amigo y yo nos tomamos una foto con usted?”. Él respondió: “Mucho gusto. Claro que no, adelante”. No recuerdo qué más dije en ese momento, pero X pareció detectar algo en mi acento, y después de nuestro momento Kodak, me preguntó: “¿Y de dónde es usted, señor?” “Colombiano”, le dije.

Ni en mis más locas fantasías habría podido imaginar que mi respuesta serviría de abrebocas a uno de los chismes más jugosos de la historia política reciente de Colombia.

La anécdota

X (esto es un hecho) fue uno de los invitados de honor a la ceremonia de investidura presidencial del 7 de agosto de 2022–un evento que, como todxs recuerdan, estuvo teñido por el tire y afloje entre Duque y Petro en torno al uso de la espada de Bolívar en la toma de protesta del presidente entrante.

Esto es vox populi. Lo que no es tan conocido es lo heterodoxo de los métodos a los que Duque aparentemente acudió para impedir, hasta el último segundo de su mandato, que la espada fuera removida de Palacio de Nariño. A decir de X, no contento con rechazar la solicitud formal de traslado que el comité de inauguración le había remitido, y ante la insistencia y estupefacción de los encargados del trámite, el presidente saliente llegó al extremo de abrazar la urna que resguarda la espada con toda la amplitud de su generosa humanidad, pretendiendo frustrar, a la medianoche de su dignidad presidencial, cualquier intento por cumplir con el orden de la ceremonia.

Así se quedó, al parecer, clavado a la urna, glúteos de cara al sol, creyendo probablemente que ésa era la última gesta de su administración, su última gran muestra de devoción uribista, hasta el instante fatídico en que el poder presidencial le fue por completo drenado de su… persona. La espada, por supuesto, hallaría su camino a la plaza que ostenta el nombre de quien nos dio libertad. Duque, entre tanto, me imagino que regodeándose con una victoria que sólo existió en su imaginación, quién sabe dónde acabó ese día.

La conclusión

Podría haber escogido otros acontecimientos del gobierno Duque, mucho más substantivos, para hacer el punto con el que quiero cerrar esta entrada. Quise, sin embargo, usar esta anécdota, en parte porque me pareció chistosa, y en parte porque, más allá de su verosimilitud, es particularmente efectiva para retratar la nimiedad que siempre fue obvia en este manchild de Cedritos.

Ignoro qué cálculos llevaron a elevar a Duque dentro de la jerarquía del Centro Democrático (CD). Pero lo que sí puedo asegurarles es que en esos cálculos la salud de nuestra república nunca figuró. Nadie con dos dedos de frente y con un interés genuino por el bien común hubiera promovido a Duque-2018 para desempeñar la función presidencial. No obstante, haciendo caso omiso de todos los evidentes red flags, lxs líderes del CD no dudaron en llevar a este señor hasta el Palacio de Nariño–y todavía quisieron repetir la jugadita cuatro años más tarde, dando muestras de un profundo desinterés por la salud del país, cuando por poco logran entronizar a un mequetrefe llamado “Rodolfo Hernández”. ¿Cómo evitar entonces la conclusión, pregunto, de que o bien a la gente del CD le hace falta un poquito de seso, o bien un poquito, o un muchito, de integridad política?

IG: @pater_doloroso

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