Esta semana les voy a ahorrar mis sardónicos comentarios de la política criolla; en su lugar, les propongo que le echemos un ojo a un problema filosófico muy bonito que fue formulado en el siglo IV AC.

El problema tiene la forma de un dilema ético y fue presentado por el divino Platón en el Libro II de su magnum opus, La República. Puesta sucintamente, la cuestión es ésta: ¿Es la práctica de la justicia algo recomendable o valioso por sí mismo, o tan sólo lo es por los bienes que esta práctica nos permite obtener?

Las ventajas asociadas al hábito de la justicia son bastante obvias. Una de ellas, muy importante, es una buena reputación. Existen muchos roles sociales para los cuales la honestidad parece ser un requisito innegociable. En teoría, nadie le confiaría su dinero o su salud o su libertad o su país a alguien sabidamente corruptx. Por tanto, practicar la justicia parece algo sabio si no queremos vernos privadxs de los beneficios que se siguen del desempeño de esos roles–o si no queremos vernos agobiadxs por los males que se siguen de tener la reputación de ser gente tramposa, que son varios.

Todos éstos, sin embargo, son bienes que no tienen con la justicia una relación interna. Y esto implica que es posible hacerse de estos bienes sin realmente ser justxs. Basta con parecerlo y, claro, con asegurarnos de que esta apariencia nunca sea corregida.

Platón escenificó esta posibilidad a través de una leyenda que involucra al rey Giges de Lidia (un personaje histórico). En La República, Giges es presentado como un pastor que encuentra un anillo dotado de la singular propiedad de hacer invisible a su portador. Luego de su descubrimiento, Giges usa este anillo para seducir a Nisia, la esposa del entonces rey Candaules, y posteriormente para asesinar al propio Candaules y usurpar el trono de Lidia.

El punto inmediato de la inclusión de la leyenda en el diálogo platónico consiste en exponer la idea de que los seres humanos no somos justxs por querer, sino por temor (al castigo). Por tanto, una vez eliminadas todas las cosas que inspiran este temor, también quedan eliminadas todas las motivaciones que tenemos para actuar con rectitud. Esta poderosa idea, que encontraría un vigoroso defensor más o menos veinte siglos después en la figura de Thomas Hobbes, es uno de los pilares sobre los que se erige el pensamiento político occidental.

Más generalmente, empero, la leyenda parece entrañar la conclusión de que, mientras podamos guardar las apariencias, ser injustos es al menos tan provechoso para nosotrxs como ser justxs. Si esto es verdad, entonces si siempre pudiésemos guardar las apariencias, ser injustxs sería siempre para nosotrxs al menos tan beneficioso como ser justxs.

La cuestión permanece abierta: ¿existe algún beneficio que esté reservado para quienes practican la justicia, y que ni siquiera un Giges sea capaz de obtener? A juzgar por lo cubierto hasta este punto, las cosas no pintan bien para quienes piensan que sí. Denme unos días y les platico cómo prosigue esta venerable discusión filosófica, así como el tour de force que Platón empleó para dar a su pregunta una respuesta afirmativa.

IG: @pater_doloroso

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